Réquiem por el Supervisor mayor del Reino
La salida de Calviño supone el principio del fin de la actual CNMC con Cani Fernández cautiva en una torre de marfil
La que se avecina no es solo una serie de humor negro prolongada con gran éxito de pantalla desde hace más de 15 años en los distintos canales de Mediaset. Ahora es también el preludio con que definen en Moncloa el rumbo de la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC), cuyo destino pende del fino hilo que sostiene a duras penas Nadia Calviño. En cuanto que la vicepresidenta económica salte del Gobierno, algo que se prevé inmediato a la luz de su afán por marcharse al Banco Europeo de Inversiones (BEI), lo más probable es que la guarda y custodia de la entidad pase a depender de Teresa Ribera, quien después de pilotar la reforma eléctrica en Europa se ha erigido en el valor más claramente en alza dentro del gineceo de Pedro Sánchez. A partir de ahí las batallitas de la antigua etapa fundacional en el seno del organismo regulador van a parecer lo que realmente eran, un juego de niños.
La falta de empatía, por decirlo de una manera elegante, entre el anterior presidente José María Marín Quemada y su vicepresidenta María Fernández convirtió la CNMC en una jaula de grillos que erosionó el liderazgo de un proyecto político surgido para cohesionar las labores de control transversal y sectorial en el conjunto de la actividad económica. Las tensiones internas evidenciaron también las más sutiles diferencias que aquejaban las relaciones entre los ministros del área económica de Mariano Rajoy, aunque la mayor parte de las veces no pasaron de meras revueltas sustanciadas con el consabido recurso al pataleo por parte de aquellos que veían frustrados sus deseos de doblar el pulso al primer responsable del organismo. Arropado por los servicios técnicos, Marín Quemada consiguió a pesar de todos los pesares dar vida a la gran misión de una institución consagrada a luchar contra los cárteles que dominan a su antojo los mercados regulados en nuestro país.
«El control ministerial pasaría a Teresa Ribera, que pilotaría la renovación de la mitad del consejo antes de llevar a cabo la segregación de la CNMC»
Hasta que llegó Cani Fernández con su nutrida agenda de relaciones profesionales y una visión bastante más emoliente sobre las conductas anticompetitivas que la teoría económica considera implícitas en la naturaleza de las empresas. En el mundo de los negocios la tendencia al monopolio es tan instintiva como la que emplea el escorpión para clavar el aguijón, pero la actual CNMC se siente más confortada en la administración regulatoria de las actividades operativas de los sectores productivos y ha dejado a un lado los principios que inspiraron su labor inspectora en defensa de la competencia. Vista la evolución de la entidad en los últimos tres años, está claro que la presidenta no ha querido tomar el testigo de su antecesor para no abocar su gestión a un permanente conflicto de interés con las muchas y grandes sociedades cotizadas a las que prestó servicios en su etapa como distinguida abogada de la firma Cuatrecasas.
Purgas internas y flirteos con el PP
El organismo regulador único vive hoy en día una situación de neta precariedad que, al margen de la carencia de otros recursos técnicos y materiales, afecta a lo más alto de su cúpula ejecutiva. No en vano, de los diez comisionados que deben conformar el consejo de administración, tres están vacantes después del fallecimiento este verano del vicepresidente Ángel Torres y las salidas definitivas previstas desde hace meses de María Ortiz, cercana al PP, y Pilar Canedo, promovida en su día por Luis Garicano cuando éste militaba en la antigua Cs. Por si no fuera poco, otros dos vocales trabajan en funciones, como son los casos de Bernardo Lorenzo y de Xabier Ormaetxea, cuyos respectivos mandatos vencieron a finales de septiembre. Cinco sillones en definitiva que suponen la mitad del máximo órgano de dirección y que no parece que vayan a ser cubiertos antes de que pueda formarse el nuevo Gobierno.
Cani Fernández ha tratado de aprovechar todo este largo proceso de transición para depurar la plana mayor de su cuartel general de una manera realmente temeraria, ajustando a su medida el reparto de funciones entre las dos salas de Regulación y Competencia y desactivando a los comisionados que pudieran resultarle más díscolos. Empezando por el mismísimo Mariano Bacigalupo, quien hace un año se vio obligado a saltar a la CNMV cuando estaban a punto de rotarle de sus funciones como regulador en jefe de todo el mercado energético en la CNMC. La presidenta utilizó a rajatabla el reglamento interno de la casa con la intención de laminar el liderazgo que ejercía el marido de Teresa Ribera y trasladarle a la sala de Competencia que ella dirige personalmente, al igual que acaba de hacer ahora con Xabier Ormaetxea, uno de los consejeros con más experiencia en los mercados de telecos y energía.
La primera dama de un organismo que se supone colegiado ha movido todos los resortes que le dispensa el cargo para imponer un modelo de independencia de carácter personal e intransferible y lo ha hecho sin reparar en que la autodeterminación profesional no está amparada en nuestro país por ningún tipo de absolución política, ni dentro ni fuera de la Constitución. En su legítimo instinto de supervivencia y en medio del ajetreo político de los recientes procesos electorales, no ha dudado tampoco en regar la ruleta de contactos con altas instancias del Partido Popular en una apuesta que puede ahora volvérsele en contra. No en balde, los comisarios políticos que abundan en el eje Ferraz-Moncloa llevan tiempo tomando nota y han apuntado la matrícula con el fin de pasar la multa al cobro cuando llegue el momento de renovar la CNMC.
El plan de segregación toma cuerpo
La presidenta corre el riesgo de quedar apresada en una torre de marfil institucional, rodeada por un grupo mayoritario de consejeros que previsiblemente serán designados en instancias muy alejadas de su residual marco de influencia. Hay que recordar que uno de sus padrinos para llegar al cargo fue Iván Redondo, inmolado hace tiempo en el carrusel de lealtades que maneja discrecionalmente Pedro Sánchez y cuyo nombre produce todavía cierta tiritona en aquellos que heredaron la venia para susurrar al oído del jefe supremo. Cani Fernández tiene aún tres años por delante al frente de la entidad, pero se le pueden hacer muy largos si pierde también el respaldo de todo el entourage que rodea a su madrina y, la verdad, no parece que la despedida de Nadia Calviño vaya a provocar ningún día de luto ni dentro del PSOE ni en sus socios ocasionales.
En manos de Teresa Ribera, la presente configuración de la CNMC única, grande y no tan libre tiene los días contados, máxime tras el intento declarado por el PSOE y Sumar de restaurar la antigua Comisión Nacional de la Energía (CNE) y teniendo en cuenta que la vicepresidenta in traslation no ha sido precisamente muy partidaria de defender la existencia de un organismo integrado. La fisión de los supervisores sectoriales fue motivo de debate en el Parlamento durante la pasada legislatura, lo que favorece la involución hacia un sistema como el que existía antes del nacimiento del llamado Supervisor mayor del Reino. A todo ello se añade que la idea fue un invento del Partido Popular hace ya más de diez años. Y además, qué caray, cuantas más entidades andantes más sillones vacantes. O lo que es lo mismo, más canonjías a repartir dentro del futuro Gobierno plurinacional de la amnistía.