THE OBJECTIVE
La otra cara del dinero

El círculo vicioso del populismo o el origen de la pobreza de la Venezuela bolivariana

Incurrir en déficits abultados para sufragar causas bienintencionadas puede poner en marcha un demoledor proceso

El círculo vicioso del populismo o el origen de la pobreza de la Venezuela bolivariana

La ineptitud económica no es incompatible con la astucia política y Nicolás Maduro se ha cuidado de integrar en el expolio venezolano a cualquiera que pudiera hacerle sombra. | TO

A principios del siglo XX, pocos países industrializados presentaban grandes déficits fiscales.

La ortodoxia al uso prescribía que las cuentas públicas estuvieran siempre en equilibrio, pero desde Keynes sabemos que puede (y debe) haber excepciones; por ejemplo, para dar respuesta a eventos imprevistos, como una recesión. La economía vuela con cuatro motores: el consumo interno, la inversión, el sector exterior y el gasto público, y cuando los tres primeros empiezan a toser, como sucedió tras el pánico financiero de 2008, hay que inyectar toda la potencia que se pueda desde la Administración.

De lo contrario, te expones a que una crisis se convierta en una depresión devastadora.

Paso primero: gastar más de lo que se ingresa

El reconocimiento de los aspectos positivos que tiene endeudarse en circunstancias puntuales se ha convertido, sin embargo, en la regla para los líderes populistas de todo signo.

La justificación es conocida. Un gobernante decente no puede asistir impertérrito al sufrimiento de sus conciudadanos. La austeridad es inmoral y quienes la practican comprometen el desarrollo futuro. La activista Naomi Klein ha llegado incluso a sostener que el capitalismo fabrica las crisis como estrategia intimidatoria, para que la sociedad acepte sumisa el desmantelamiento de un estado de bienestar que resulta demasiado oneroso para los ricos.

Incurrir en déficits recurrentes y abultados para sufragar causas bienintencionadas pone, sin embargo, en marcha un demoledor círculo vicioso.

Paso segundo: monetizar el déficit

Ante un aumento abrupto de la deuda, puedes subir los impuestos o emitir bonos, pero lo primero es impopular y lo segundo caro.

Mucho más sencillo es imprimir tú mismo los billetes. ¿Para qué está el banco central? Los partidarios de esta barra libre cuentan con su propia escuela de pensamiento. De acuerdo con la Teoría Monetaria Moderna, «los Gobiernos con un sistema de moneda fiduciaria pueden y deben fabricar […] tanto dinero como necesiten». ¿Y no provoca inflación el que haya tanto billete persiguiendo tan pocos bienes? No, porque cuando alcances tu objetivo (trabajo para todos, sanidad universal, plena igualdad), retiras la liquidez sobrante mediante una subida de impuestos.

El economista Thomas Palley reconoce que la TMM es una «persuasiva» combinación de «lo viejo y lo nuevo», de ideas originales y funcionales. Lo que sucede es que lo que funciona no es original y lo que es original no funciona.

«La acuñación de moneda para financiar el gasto —escribe Palley— ha sido ampliamente reconocida desde hace tiempo […]. Los déficits presupuestarios financiados con dinero pueden llevar una economía al pleno empleo. La lógica es simple y convincente». El problema es que la inflación no se presenta de una vez y ordenadamente. Empieza a burbujear aquí y allá y es imposible perseguirla mercado por mercado, casa por casa.

Para cuando quieres darte cuenta, se te ha ido de las manos.

Paso tercero: limitar los precios

Pero no se preocupen, que también para eso tiene remedio el manual de instrucciones populista.

Cuando en 2010 los precios se dispararon en Venezuela, Hugo Chávez culpó a la avaricias de los «especuladores burgueses» y prometió duras medidas. «¡Hay que pararlos ya! —clamó en una reunión de su Gabinete—. Esta burguesía no obedece a llamados de conciencia. Actuemos con mano firme». Acto seguido, limitó los precios para hacerlos «accesibles» a la ciudadanía.

Unos años después, el corresponsal de The Economist en Caracas describía las consecuencias en un reportaje titulado «Siguiendo el ejemplo de Mugabe».

«Los proveedores, en lugar de entregar los productos al precio oficial, prefieren desviarlos al mercado negro —se lee en la revista—. Ana, una joven vendedora ambulante de Caracas […] muestra una bolsa de detergente en polvo cuyo precio oficial es de 32 bolívares. Le costó 400 y planea colocarla por 600. Se trata de una transacción ilegal, pero la lleva a cabo a plena luz del día y en una plaza abarrotada».

Paso cuarto: culpar a otro

Las autoridades pueden tener el BOE, pero el ingenio humano es inagotable.

«Cuando el importe del pan estaba limitado en Zimbabue —explicaba The Economist—, los panaderos lo horneaban con frutos secos y lo llamaban «pan de pasas», que no estaba controlado. Los empresarios venezolanos, por su parte, añadían ajo al arroz y hacían un «arroz con ajo» fuera de catálogo que vendían por lo que les daba la gana.

¿Asumían los políticos alguna responsabilidad ante este caos? Ni se les pasaba por la imaginación.

«Mugabe —seguía el reportaje— lleva mucho tiempo atribuyendo los problemas a especuladores, traidores, imperialistas y homosexuales. En descargo de Maduro hay que decir que no es homófobo, aunque insiste en que los capitalistas locales y sus aliados estadounidenses están librando una cruzada económica contra Venezuela. Es absurdo —concluía The Economist—: en ambos casos los ataques proceden de sus propios Gobiernos».

Paso quinto: nacionalizar

Pero los populistas aún disponen de una última bala: hacerse cargo personalmente de la producción y distribución.

«Los oligarcas —proclamaba Chávez en 2010— han declarado una guerra, que es social, económica, política y moral, y yo se la acepto». A lo largo de ese año, el Gobierno nacionalizó «la cadena de hipermercados Éxito, controlada por el holding francés Casino; unos edificios de Polar, la principal firma productora y procesadora de alimentos del país, y Monaca, participada mayoritariamente por el grupo mexicano Gruma».

¿Mejoró esta ola de expropiaciones la situación?

En absoluto. Liberadas de la obligación de dar beneficios, las compañías públicas no son un prodigio de eficiencia. Horas antes de que Chávez aceptara dar la batalla a los oligarcas, había debido admitir la «falla imperdonable» que suponía el hallazgo «en estado putrefacto de 36.000 toneladas de alimentos importados por su Gobierno, abandonados en más de un millar contenedores».

Lo que sí aumentó con la incautación de empresas en pérdidas fue el déficit, con lo que el círculo vicioso se cerraba, y vuelta a empezar: más gasto, más monetización…

¿Cabe abrigar alguna esperanza?

«En los últimos años —escribe Javier Moro en Nos quieren muertos, su relato del acoso al líder opositor Leopoldo López—, Madrid se ha llenado de refugiados venezolanos, tanto que a una parte del barrio de Salamanca la llaman Little Caracas. Es solo un síntoma de una sangría de proporciones gigantescas: un tercio de la población venezolana ha abandonado el país. Es el mayor desplazamiento de población del mundo, sin ser provocado por una guerra».

Javier Moro, Leopoldo López y su esposa Lilian Tintori participaron hace unas semanas en un pequeño acto organizado por la Academia de Curiosos.

Ni López ni Tintori se mostraron desalentados. Reiteraron varias veces que no pensaban cejar en su lucha y manifestaron su confianza en que, tarde o temprano, la causa de la libertad triunfe. Desde su rincón del estrado, Moro los contemplaba entre enternecido y escéptico. «Muy optimistas os veo», se le escapó en un momento dado.

¿Triunfará, como sostienen López y Tintori, la causa de la libertad?

Fagocitación de los fácticos

El destino ineluctable de un sistema económico demencial como el bolivariano es la autodestrucción.

El producto interior bruto de Venezuela, que alcanzó los 372.590 millones de dólares en 2012, se ha contraído hasta los 100.000, menos de una tercera parte. En ese mismo periodo, el país ha pasado de bombear 2,5 millones de barriles diarios a 751.000, un 70% menos. A principios de los años 80 bastaban 7,5 bolívares para comprar un dólar; hoy necesitas 3,6 millones.

Es un balance desolador, pero la ineptitud económica no es incompatible con la astucia política y los responsables del expolio se han cuidado de integrar en él a cualquiera que estuviera en disposición de exigirles cuentas.

«El sostén del presidente Maduro —escribe la directora del Instituto Venezolano de Estudios Sociales y Políticos Francine Jácome— han sido los militares, convertidos no solo en actores políticos sino también en empresarios que controlan los sectores más importantes de la economía». Chávez ya les entregó la petrolera estatal PDVSA, pero Maduro ha añadido el sector eléctrico, el metro de Caracas, las empresas de aluminio, hierro y acero, los puertos y las aduanas. Incluso disponen de su propio banco y de un canal de televisión.

Maduro ha fagocitado a todos los poderes fácticos; fuera de su núcleo únicamente queda el desierto y es dudoso que de ahí pueda emerger ninguna amenaza.

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