La engañosa fragilidad de Joe Biden
Si no hubiera estado en la Casa Blanca cuando Rusia lanzó su ataque, ¿seguiría siendo Ucrania un país independiente?
Joe Biden quedará ineluctablemente asociado con la imagen de un anciano balbuciente, incapaz de subir las escalerillas de un avión sin tropezarse y que intenta sentarse en sillas inexistentes. Su presidencia merecería, sin embargo, recordarse por sus logros, «que no son pocos», según The Economist. «Deja un legado claramente positivo», coincide el analista Noah Smith.
¿Cuáles han sido esos «no pocos» logros?
Cuando Biden juró su cargo en enero de 2021, se encontró con una pandemia que estaba matando a más de 3.000 compatriotas cada día y con un desplome del PIB del 3,5%, el mayor desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Respecto de la primera, su Administración llevó a cabo una de las campañas de vacunación más rápidas del planeta. En febrero de ese año, solo Israel y las Seychelles habían inmunizado a una proporción mayor de su población. En el frente económico, Donald Trump ya había impulsado el proyecto Cares (Coronavirus Aid, Relief and Economic Security), un estímulo de 2,3 billones de dólares, al que Biden añadió los 1,9 billones de su Plan de Rescate para América.
El resultado fue una recuperación que, como señala Smith, «ha dejado muy atrás al resto de los países avanzados».
Inflación, deuda, déficit
Naturalmente, estos tratamientos de caballo tuvieron efectos secundarios.
La inflación se descontroló y en junio de 2022 el Índice de Precios al Consumo alcanzaba en Estados Unidos el 9,1%, el mayor nivel desde 1981. También el déficit presupuestario tocó profundidades abisales (14,49% en 2020 y 10,91% en 2021), y todavía hoy se mantiene en torno al 6%, algo insólito en tiempos de paz. Por último, la deuda pública marcó el 133% del PIB en 2020 y, aunque se ha moderado desde entonces, continúa por encima del 120%.
Sobre la deuda y el déficit no faltará quien se ponga estupendo, pero ¿cuál era la alternativa? ¿Dejar que la economía colapsara?
En cuanto a la inflación, Smith observa que Biden «hizo mucho para combatirla». Como primera providencia, relajó la normativa para la perforación de pozos petrolíferos. Incumplía con ello una promesa de campaña, pero aumentó la oferta de crudo e impidió que la energía se encareciera más. Biden también ratificó al frente de la Reserva Federal a Jerome Powell «en lugar de nombrar a un progresista», que hubiera adoptado una política más acomodaticia.
«Impulsar las prospecciones y confirmar a Powell fueron dos decisiones […] políticamente arriesgadas», porque contrariaron a muchos demócratas, pero «han dado resultado, y Biden merece reconocimiento por ello».
Proteccionismo defensivo
Otro activo de Biden ha sido para Smith la reindustrialización, acometida no tanto por razones económicas, como de defensa.
«Se trata de una distinción muy importante», argumenta Smith. Destinar fondos a plantas de semiconductores y drones que pueden importarse más baratos «empobrece a un país, pero vale la pena si comporta […] una ventaja militar». En este sentido, «la pérdida de eficiencia derivada de una política industrial puede considerarse una inversión en seguridad, que es uno de los principales bienes públicos que debe suministrar un Estado».
Y dada «la amenaza externa sin precedentes» que supone China, la autonomía en la producción de chips, aviones no tripulados y baterías era «absolutamente necesaria».
Un presidente en guerra
La política exterior de Biden ha estado marcada por una guerra fría y otras dos calientes.
La primera la está librando con China, es fundamentalmente comercial y diplomática y en ella Biden no se ha comportado en absoluto como un anciano dubitativo. No solo no ha revertido la agresiva estrategia de Trump, sino que la ha endurecido, imponiendo más aranceles y más controles. Al mismo tiempo, ha estrechado los lazos con todos los socios del Pacífico, desde Corea del Sur hasta Australia, pasando por Japón, Filipinas y la India.
«La mayoría de los países no desean elegir entre China y Estados Unidos —escribe The Economist—. Pero cada vez está más claro que podrían tener que hacerlo», y Biden se ha asegurado de que la mayoría caiga de su lado.
Humillados y traicionados
En Afganistán las cosas no rodaron tan bien.
Las imágenes de miles de personas aguardando su evacuación en las afueras del aeropuerto de Kabul en agosto de 2021 trajeron a la memoria otro vergonzoso episodio para muchos estadounidenses: la caída de Saigón en 1975. «Nuestra precipitada retirada [de Afganistán] ha reducido la confianza en la capacidad del presidente para desempeñar las funciones de comandante en jefe», comenta el analista William A. Galston. Según un sondeo de la ONG More in Common, el 73% de los veteranos se sentía «traicionado» y el 67%, «humillado».
Biden se limitó, no obstante, a ejecutar una salida concebida por Barack Obama y firmada por Trump, y hay que señalar que con buen criterio, porque «no había la menor posibilidad —escribe Smith— de que la presencia permanente de 10.000 soldados estadounidenses fuera a transformar Afganistán en una democracia como la japonesa».
Parar los pies a Putin
La otra guerra caliente ha sido la de Ucrania y aquí los europeos (sensatos) solo podemos tener palabras de gratitud.
¿Qué habría ocurrido de no haber ocupado Biden la Casa Blanca? La UE está llena de voces que claman por la paz, y no discuto que muchas de ellas sean sinceras, pero las de cierta extrema izquierda y cierta extrema derecha únicamente pretenden allanar el avance sobre Kiev. Dicen que las sucesivas ampliaciones de la OTAN legitiman la invasión, pero Vladimir Putin lleva hablando de la Gran Rusia desde que era vicealcalde de San Petersburgo, mucho antes de que la alianza militar hiciera ningún movimiento.
Por fortuna, Biden tuvo claro desde el primer momento que era una agresión intolerable.
El rápido envío de ingentes cantidades de armamento permitió a Volodímir Zelenski rechazar al ejército ruso y confinarlo en una delgada franja al este del país. «Si Biden no hubiera estado en la Casa Blanca cuando Rusia lanzó su ataque —sentencia Smith—, es muy probable que Ucrania ya no existiera como estado independiente».
Tetas de Hombre
En Deshaciendo errores, Michael Lewis cuenta que en 2007 los ojeadores de la NBA localizaron a un novato de 2,12 metros que jugaba de pívot en España: Marc Gasol. Sus registros eran impresionantes, pero junto a las tablas de asistencias, canastas y rebotes había una foto en la que se le veía con el torso desnudo. «Estaba fofo, tenía cara de niño y le bailaban los pectorales», dice Lewis.
Así que le colgaron el remoquete de Man Boobs, Tetas de Hombre.
En el equipo técnico de los Rockets de Houston se pasaban el día riéndose de Gasol: Tetas de Hombre por aquí, Tetas de Hombre por allá, y al director general, Daryl Morey, le faltó valor para ficharlo. «Era la primera vez que estaba al cargo de la selección [de novatos]», se justificaría años después. Dejó que los Grizzlies se lo quedaran y resultó «el tercer mejor fichaje de toda la década, después de Kevin Durant y Blake Griffin».
Con el 46 presidente de Estados Unidos corremos un riesgo parecido.
Igual que la foto de Gasol con el torso desnudo mediatizó su juicio como jugador, los vídeos que muestran a Biden titubeante y frágil lastran el balance de su gestión. Nadie cuestiona la firmeza de un Trump que, después de recibir un tiro y con la sangre aún caliente chorreándole por la mejilla, se yergue por entre sus escoltas y grita puño en alto: «¡Luchad, luchad!». A su lado, Biden parece débil e indeciso, pero no se engañen: ha sido un dirigente tanto o más enérgico, que ha sabido plantar cara a desafíos descomunales.
Por desgracia, «la historia —dice Smith— no siempre es fiel a la verdad y, a veces, los torpes quedan como héroes y los héroes, como torpes».