THE OBJECTIVE
La otra cara del dinero

Google no ha ganado el Nobel de Literatura (todavía)

Varios de los recientes ganadores de los Premios Nobel de Física y Química trabajan o han trabajado para la compañía, en pleno juicio por monopolio

Google no ha ganado el Nobel de Literatura (todavía)

Sede de Google. | Archivo

El Premio Nobel de Literatura se lo ha llevado la coreana Hang Kan. La sorpresa saltó el jueves pasado: que sepamos, la autora no tiene nada que ver con Google. El miércoles se falló el Nobel de Química, que ganaron David Baker, Demis Hassabis y John M. Jumper; el segundo es director ejecutivo de Google DeepMind en Londres, y el tercero, científico investigador sénior en la misma compañía. El miércoles se falló el Nobel de Física, que ganaron John J. Hopfield y Geoffrey E. Hinton. El segundo fue vicepresidente de Google hasta que lo dejó, el año pasado, espantado por la deriva de sus investigaciones. 

Todo apuntaba a que el Nobel de Literatura se lo concederían a Gemini, la versión googliana de ChatGPT. Hubiera sido hermoso aritméticamente (no hay dos sin tres) y rompedor en lo formal (si se lo dieron a Bob Dylan…) Pero, por lo que sea, el progresismo suequísimo de los galardones más prestigiosos del planeta ha preferido a una escritora de carne y hueso, aunque muy vegetariana, al parecer. 

Las vanguardias de la Física y la Química (así, con mayúsculas) tienen, pues, a Google como nexo. Hubo un tiempo, cuando aún regía el paradigma clásico que se inventaron los griegos, en que se encuadraban dentro del concepto de Filosofía. Luego, pasado el asunto de la realidad por el filtro del humanismo de la modernidad, su hogar pasó a ser la Ciencia. Ahora trabajan para una empresa.

Google es una de las cinco grandes del sector de la tecnología. Rebautizada como Alphabet para dar sustento jurídico a su expansionismo, tiene casi 180.000 empleados. Hace poco pasó el listón de los dos billones de dólares de valoración bursátil. Barron’s dice que podría unirse al club de los trillionarios, al que ahora pertenecen Apple, Microsoft y Nvidia. El PIB español del año pasado apenas pasó del billón y medio de dólares. 

Hay quien dice que, en realidad, Google no es una empresa del sector de la tecnología. Por ejemplo, Alan Trapulionis o Will Robbins. Desde que consiguieron imponer su motor de búsqueda, viven de las rentas, sin innovar: en realidad se dedican al comercio de datos, aprovechando la privilegiada situación en internet que les da el monopolio de su buscador. Soshana Zuboff resumió la cuestión acuñando el concepto de «capitalismo de la vigilancia» en un libro que se puso muy de moda hace unos años.

Entonces apareció ChatGPT. Tras el asombro, los expertos empezaron a analizar posibles consecuencias del advenimiento para el ecosistema empresarial. En estas páginas, Fede Durán ya apuntó que la nueva inteligencia artificial puede dejar obsoleto el chollo de Google. En vez de romperse la cabeza refinando la búsqueda en su buscador, como hacemos ahora, antes o después le dejaremos esa tarea a nuestro asistente personal robótico. 

Por si acaso, Google ha contratado a la Física y la Química. Dice la Real Academia Sueca de Ciencias que ha dado el Nobel de Física de este año por «descubrimientos e inventos fundamentales que permiten el aprendizaje de máquinas y las redes neuronales artificiales». Directamente. El de Química premia una aplicación (¿entrenamiento?) de la inteligencia artificial para predecir las estructuras complejas de las proteínas.

De este último me enteré por una newsletter de The Economist que, cosas de la vida, incluía un podcast sobre «cómo piensa el Gobierno de Estados Unidos remediar el monopolio de búsqueda de Google«. En la Unión Europea y otros lares llevábamos tiempo con la cantinela, pero la cosa no se ha puesto seria, para qué vamos a engañarnos, hasta que EEUU ha tomado cartas en el asunto

La cosa empezó cuando su Departamento de Justicia le plantó una demanda para que, «por lo menos», vendan Google Ad Manager. Para hacerse una idea de lo que eso supone, los fiscales del caso dicen que Google se queda con «al menos» el 30% de las campañas que pautan los anunciantes en los sitios webs de los editores a través de su tecnología publicitaria. Como todo el mundo sabe, los medios de comunicación, que viven básicamente de la publicidad, están en crisis, recortando plantillas y pagando cada vez menos. Qué me van a contar… 

Mientras la trocean o no, Google anda más preocupada por la gran carrera del negocio tecnológico (expresión ya prácticamente tautológica en la economía actual). ¿Nos hemos decidido a enfrentarnos al problema cuando está a punto de dejar de serlo? A lo mejor es que a los demandantes les ha faltado un poco de imaginación.

En su monumental La invención de todas las cosas (Afaguara), Jorge Volpi postula que los seres humanos creamos y recreamos el mundo a partir de nuestra extraña capacidad para la ficción. Fede Durán terminaba su artículo sobre la carrera por la inteligencia artificial recordando la novela Klara y el Sol (Anagrama) de Kazuo Ishiguro. Un Nobel, por cierto. De Literatura, no de «Ciencias». 

La novela más conocida de Ishiguro quizá sea Los restos del día (Anagrama), que cuenta las cuitas de un clásico mayordomo inglés, encarnado magistralmente por Anthony Hopkins en la versión cinematográfica. En Klara y el Sol, toma el relevo un asistente digital evolucionado hasta el punto de «anticiparse a los deseos y estados de ánimo del propietario, preparado para educar a la prole, dispuesto a actuar como copiloto profesional en el caso de los adultos», resume Durán, que vuelve a la «realidad» para recordar que «con cada revolución tecnológica, alguien golpea primero. Y esta vez no está claro quién se llevará el gato al agua ni cuán coral y transversal será esa realidad».

¿El canario en la mina? 

La empresa Useful Fiction (atención al nombre…) se ufana de haber sido contratada por la Fuerza Aérea de EEUU para instruir a sus directivos en el arte de la ciencia ficción. Ishiguro no ha trabajado en Google ni en el ejército estadounidense. He buscado en Google, por ejemplo, y no consta.

El año pasado, otro Nobel de Literatura, el chino Mo Yan, nos dejó helados al reconocer públicamente que había tirado de ChatGPT para escribir un discurso.

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