Trump prepara la madre de todas las batallas
Su prioridad ya no es el atlantismo ni el liberalismo, sino plantar cara a «la China comunista» que «amenaza nuestra patria»

El secretario de Defensa Pete Hegseth atiende a los medios antes del encuentro con sus homólogos de la OTAN celebrado en Bruselas el pasado 12 de febrero. | Wiktor Dabkowski / Zuma Press / ContactoPhoto
Una explicación muy popular del incalificable comportamiento reciente de Donald Trump es que se trata de su forma de pedir las cosas. «Le gusta entrar en los sitios dando patadas e intimidando», arguyen sus partidarios, que (no sin razón) consideran su franqueza una ráfaga refrescante en un mundo de hipócritas, donde todos se apuntan a la lucha contra la corrupción, pero luego no la persiguen; al activismo medioambiental, pero luego no reducen sus emisiones, y a la igualdad de género, pero luego tienen la mano muy larga («Íñigo, solo sí es sí, parece mentira que me esté pasando esto contigo»).
En primer lugar, he de decir que la sinceridad está sobrevalorada y que el recurso constante a ella revela una educación deficiente. Por fortuna, no es el caso de Trump, cuya mendacidad está ampliamente documentada.
Y en segundo lugar, Trump no da patadas para intimidar y sacar algo a cambio en la negociación posterior. La aparente anarquía de sus decisiones (el apresurado cierre de hostilidades en Ucrania, la promoción inmobiliaria en la Franja de Gaza, los aranceles a diestro y siniestro) se ajusta a un cierto patrón. Trump está preparándose para la madre de todas las batallas con China y, para ello, resulta inevitable prescindir de la sabiduría económica convencional y del atlantismo.
Las ventajas del despotismo
Como conté aquí hace un tiempo, no faltan quienes creen que Pekín ha desarrollado un modelo alternativo y superior al capitalismo liberal.
Este menosprecio de Occidente y alabanza de Oriente es más que discutible en tiempos de paz. Noah Smith explica que lo razonable es configurar una economía en torno al libre mercado, «porque es lo que maximiza el bienestar». Si una nación extranjera brinda costes de manufactura más ventajosos, lo lógico es confiársela y dedicarte tú al diseño, el marketing o la consultoría, servicios con los que se gana bastante más. De cada iPhone vendido, las plantas chinas apenas capturan un 3,8% del coste final. El 60% acaba en manos de Apple.
El panorama cambia radicalmente cuando en el horizonte suenan tambores de guerra. La victoria sobre las potencias del Eje no se logró dejando que empresarios privados «decidieran qué armamento producir y qué tareas había que encomendar a los laboratorios», recuerdan Till Düppe y E. Riy Weintraub. Toda la industria de Estados Unidos se puso al servicio de la defensa nacional. General Motors montó motores de avión y Chrysler, fuselajes; Mattatuck pasó a elaborar cargadores de rifle en lugar de clavos para tapicería; hasta Mars militarizó sus M&M, blindándolos con una capa más dura que impedía que el chocolate se derritiera en las condiciones extremas del Pacífico.
Un nuevo equilibrio
La lógica de la globalización ha impulsado en las últimas décadas una división internacional del trabajo que ha ubicado en China el grueso de las fábricas.
«En 2000 Estados Unidos y sus socios asiáticos, europeos y latinoamericanos reunían el 75% de la industria mundial —escribe Noah Smith—. China solo suponía el 6% incluso después de dos décadas de rápido crecimiento. Para 2030, [un informe de] UNIDO [la agencia de la ONU que promueve el desarrollo industrial] prevé que China represente el 45%, igualando o superando ella sola a Estados Unidos y a todos sus socios. Semejante hegemonía manufacturera solo la habían ostentado antes en la historia el Reino Unido al comienzo de la Revolución Industrial y Estados Unidos justo después de la Segunda Guerra Mundial».
Desde el punto de vista de la defensa, las implicaciones de este nuevo equilibro no son difíciles de imaginar.
«Si Estados Unidos y sus aliados entran en guerra con China, como los analistas aseguran que es cada vez más probable —escribe Noah Smith—, buena parte de las reservas de armamento […] se agotarán en las primeras semanas y, como hemos visto en Ucrania, todo se reducirá a quién puede sacar más munición y trasladarla antes al campo de batalla. ¿Y qué hará Estados Unidos si ni él ni sus aliados pueden hacerlo en grandes cantidades? Deberá elegir entre (1) la escalada nuclear o (2) la rendición».
Adiós al atlantismo
Como todos sabemos, porque hasta ha escrito un libro titulado Nunca tires la toalla, Trump no es de rendirse y su Administración ya ha anunciado cómo piensa evitarlo.
«Estamos hoy aquí —declaró el secretario de Defensa, Pete Hegseth, el 12 de febrero en Bruselas— para exponer directa e inequívocamente que las crudas realidades estratégicas impiden que Estados Unidos se centre en la seguridad de Europa». La razón es que debe plantar cara a «la China comunista», un rival «con la capacidad y la intención de amenazar nuestra patria y sus intereses fundamentales en el Indo-Pacífico». Y añadió ominoso: «La disuasión no puede fallar, por el bien de todos».
A la luz de semejante emergencia, tiene todo el sentido que Trump se apresure a cerrar los conflictos de Ucrania y Oriente Próximo y rehaga el complejo militar-industrial que el ingenuo ideario liberal ha socavado.
Precisiones finales
Llegados aquí, cabe cuestionar un par de supuestos del planteamiento trumpista.
El primero, más técnico, es si los aranceles indiscriminados son el modo más adecuado de recomponer la capacidad manufacturera de Estados Unidos. Una cosa es gravar los bienes baratos de China para impedir que expulsen del mercado a los de tus compañías, y otra muy diferente es levantar barreras con el resto del mundo, como advierte Noah Smith. «Está privando a sus propios fabricantes de las piezas y componentes que necesitan y va a hacerlos menos competitivos», aparte de encarecer la cesta de la compra de sus compatriotas (que fue uno de los motivos por los que su predecesor en la Casa Blanca caía tan gordo).
El segundo supuesto es si, de verdad, la amenaza de Pekín es tan apremiante.
La doctrina del «ascenso o desarrollo pacífico» observa que la hegemonía de China ha sido históricamente menos agresiva que la de otras naciones y aunque no discutiré que los Han fueran unos gobernantes más magnánimos que los emperadores de la dinastía Julio-Claudia romana, sí solicitaría una actualización a la luz de los agravios de taiwaneses, tibetanos, uigures, defensores de los derechos civiles y vecinos en general.
En todo caso, da igual lo que podamos pensar de China. Ni siquiera importa lo que la propia China piense. Si Trump persiste en su incalificable comportamiento reciente y trata a China como un enemigo, tengan la certeza de que acabará siéndolo.