Leandro Prados de la Escosura: «La regulación excesiva frena la competencia y lastra España»
«La convergencia en PIB per cápita con la UE se revirtió a partir de 2001 y en 2019 habíamos retrocedido al nivel de 1975»
Leandro Prados de la Escosura (Orense, 1951) es profesor emérito de la Universidad Carlos III e investigador del Centre for Economic Policy Research (CEPR), y ha consagrado buena parte de su carrera a elaborar esas minuciosas series históricas de contabilidad nacional que han cambiado por completo el debate sobre el capitalismo en España.
Porque, hasta hace relativamente poco, la crítica que se le hacía a la economía de mercado era más filosófica y ética que empírica y científica. Se decía, por ejemplo: «¿Cómo va a salir nada bueno de un sistema que se basa en las decisiones de unos agentes que obran guiados por su exclusivo interés propio? El mundo no puede dirigirse sino al abismo».
Y aunque luego veías una película de José Luis Garci en la tele y te dabas cuenta de que, a pesar del malvado capitalismo, España había dado un salto espectacular en los últimos 40 años, siempre podías argumentar, como Jaume Roures, que estamos alienados por el opio del fútbol y la sociedad de consumo de masas y por eso no percibimos la explotación y la injusticia intrínseca del sistema.
Por fortuna, hay gente como Leandro, que se ha dejado las pestañas calculando pacientemente el PIB per cápita o el índice de desigualdad de Gini de los últimos siglos y gracias a ello podemos defender con razonable certeza que nunca en la historia de España se vivió mejor que ahora.
Los datos nos ayudan, además, a validar y refutar hipótesis aclaratorias de por qué en unas épocas nos ha ido bien y en otras mal, y ese es el objeto del último libro de Leandro, A milenial View of Spain’s Development, Una visión de 1.000 años de desarrollo español.
En él Leandro cuenta cómo Angus Maddison, el creador de la monumental base de estadísticas económicas que lleva su nombre, lo convenció para que dedicara una década a reconstruir la contabilidad nacional histórica de España, insistiéndole en que se remontara a tiempos de los romanos, aunque Leandro solo llegó al final de la Reconquista, que no sitúa en 1492, con la toma de Granada, sino en las postrimerías del siglo XIII, cuando la ocupación musulmana queda reducida la reino Nazarí de Granada.
El libro está lleno de datos y de gráficos, pero es apasionante, porque lejos de ser Leandro el típico catedrático que emite veredictos desde la olímpica altura de su torre de marfil, es una persona apasionante y apasionada. Lo que lo llevó a interesarse en la economía no fue la curiosidad científica o que se le dieran bien los números. Como me confesaba hace un año, quería entender «por qué vivíamos en un país tan atrasado».
Inicialmente creyó hallar la respuesta en las tesis marxistas y se quedó horrorizado cuando en los años 70 se fue becado a Oxford a hacer el doctorado y le asignaron como supervisor a Ronald Max Hartwell, un activo miembro de la ultraliberal Sociedad Mont Pelerin. Hartwell defendía la entonces blasfema idea de que la Revolución Industrial había mejorado la vida de los trabajadores ingleses, lo cual era totalmente contrario a la evidencia recogida en las novelas de Dickens y Zola y en los ensayos de Marx y Engels.
Pero Leandro no tuvo más remedio que ceder ante la contundencia de los datos y, a partir de ellos, ha elaborado una interpretación de la historia de la economía española que es la que repasamos hace unas semanas en El pódcast de El Liberal.
«Lejos de ser una región pobre, antes de la Peste Negra los niveles de producto por habitante eran en España superiores a los del resto de Europa, salvo Italia»
A continuación, sigue una versión extractada y editada de aquella conversación, que puede escucharse en su totalidad en la web de THE OBJECTIVE y que Leandro ha querido comenzar con un breve homenaje a sus maestros.
«De Max Hartwell —cuenta— me gustaría decir que fue el catedrático más joven de economía de Australia a principios de los años 50 y que dimitió de su puesto [en la Universidad de Nueva Gales del Sur] porque el rector vetó el nombramiento de un comunista por razones ideológicas. Hartwell dirigió la tesis de Ernesto Laclau [padre intelectual de Podemos y del populismo de izquierdas] y fue el maestro de Gareth Stedman Jones, el biógrafo de Marx, y compartía esa cualidad fantástica con otro gran liberal, Pedro Schwartz: la de debatir sin importarle que lo contradijeran.
Pregunta- Eso es algo que en España vamos aprendiendo, aunque nos cuesta…
Respuesta- Has citado también en tu presentación a Angus Maddison y con él tuve yo una relación muy estrecha. Sus series arrancan en el año 0 de la era cristiana y, al graficarlas, se ve que la evolución de la renta per cápita ofrece el aspecto de un bastón de hockey tumbado, es decir, empieza completamente horizontal y, de repente [a finales del siglo XVIII], da un gran salto.
«Existía una economía de frontera, semejante a la estadounidense de las 13 colonias durante su expansión al oeste. Había escasez de población, abundancia de recursos y comercio internacional»
P. Es una evidencia clarísima de lo que siempre habían sostenido los defensores del capitalismo, y es que lejos de suponer una tragedia, había sido lo mejor que le había pasado a la humanidad.
R.- Eso decía Maddison… El caso es que a principios de los 90, mientras yo trabajaba en mis estadísticas históricas, vi en la sección «Economic Focus» de The Economist una serie histórica de PIB por habitante para varios países europeos entre los que figuraba España. La fuente era Maddison. Yo le había proporcionado unos resultados preliminares y no podía imaginar que fuera a publicarlos. Después, Angus ya siempre me encargaría la parte española de sus estimaciones del PIB. Recuerdo que cuando publiqué las correspondientes al periodo 1850-2003, el recientemente desaparecido Juan Velarde me felicitó. «Son muy rigurosas —me dijo—, casi como las de Maddison». ¡Y tanto que casi! ¡Como que eran las mismas, jajajajá!
De todos modos y entrando ya en materia, la investigación de los últimos 15 o 20 años muestra que el mango del bastón de hockey no es tan plano. Hay momentos de crecimiento intenso y prolongado, seguidos por otros de contracción. En el caso de España, se aprecian tres fases antes del siglo XIX. La primera es la expansión que arranca en la toma de Toledo [por Alfonso VI en 1085] y dura hasta la Peste Negra [1347-1350]; la segunda se extiende desde el reinado de los Reyes Católicos [en la década de 1470] hasta la batalla de Lepanto [1571], y la tercera es la recuperación más lenta que se inicia a finales del siglo XVII y que se verá interrumpida por la Guerra de la Independencia [1808 a 1814]. El progreso de cada uno estos tres periodos sería engullido por las subsiguientes recesiones.
«La combinación de baja densidad demográfica y apertura al exterior dio lugar a una gran prosperidad y posibilitó que los españoles vivieran por encima del nivel de subsistencia»
P.- ¿Y cómo se explican esos ciclos?
R.- Me he dedicado a investigarlo las últimas dos décadas con Carlos Álvarez Nogal, catedrático de la Universidad Carlos III y principal autoridad en la economía de los Austrias. Luego uniríamos fuerzas con Carlos Santiago Caballero… Carlos [Álvarez Nogal] y yo descubrimos algo que contradecía la sabiduría convencional, y es que, lejos de ser una región pobre, antes de la Peste Negra los niveles de producto por habitante eran en España superiores a los del resto de Europa, con la única excepción de Italia. Estábamos incluso por encima de Flandes y los Países Bajos.
P.- ¿Por qué?
R.- En la península existía una economía de frontera, semejante a la australiana del siglo XIX o a la estadounidense de las 13 colonias durante su expansión hacia el oeste. Había escasez de población y abundancia de tierra y recursos, el más destacado de los cuales era la lana merina, de la que tenía un monopolio natural y que era muy demandada en los mercados holandeses, británicos, italianos y del mar del Norte. Esta combinación de baja densidad demográfica, un artículo muy solicitado y apertura al exterior dio lugar a una gran prosperidad y posibilitó que los españoles vivieran por encima del nivel de subsistencia.
«La Peste Negra sigue siendo la mayor epidemia en la historia de Europa Occidental. En Inglaterra falleció entre un tercio y la mitad de la población»
P.- ¿Y qué acaba con eso?
R.- La Peste Negra. Sigue siendo la mayor epidemia en la historia de Europa Occidental, tanto por su severidad como por su alcance geográfico. En Inglaterra el impacto fue especialmente grave. Falleció entre un tercio y la mitad de la población, y es lógico. Era una región densamente habitada, que presionaba sobre unos recursos que había vuelto todavía más limitados la Pequeña Edad de Hielo [1300-1850]. Por eso, a mediados del siglo XIV la población resultó vulnerable a la enfermedad.
P.- Eso también tuvo la virtud de convertir la mano de obra en un recurso escaso.
R.- Exactamente. Los supervivientes se encontraron con más tierra per cápita. Eso afectó a los precios relativos (el capital se abarató y los salarios subieron), creó incentivos para sustituir la mano de obra por capital y puso en marcha un círculo virtuoso de innovación que originaría la «gran divergencia» entre Europa y China.
«En España la población disminuyó como máximo un 25%, pero el impacto económico fue mayor y los niveles de vida retrocedieron»
P.- ¿Y a España cómo le afectó la pandemia?
R.- La población disminuyó aquí como máximo un 25%, mucho menos que en el resto de Europa. La paradoja es que el impacto económico fue mayor y, si los niveles de vida habían sido hasta 1348 más altos, a partir de ahí se invierten los papeles. La explicación es, una vez más, que España era una economía de frontera, en la que los ganaderos estaban conectados a la Hansa [federación de los comerciantes alemanes, holandeses y bálticos] y a los mercados de Europa noroccidental por medio de las ciudades. Era un equilibrio frágil, porque la población era escasa y, al desaparecer una parte sustancial de ella, las redes comerciales se rompieron, dejando a los ganaderos aislados y provocando una prolongada caída de la actividad.
P.- Que dura más o menos un siglo…
R.- Hay un desplome inicial, seguido de los altibajos ocasionados por las guerras civiles en Castilla, la más famosa de las cuales es la de los Trastámara. Esta inestabilidad impedirá restablecer los intercambios con Europa y habrá que esperar hasta 1470 para recuperar los niveles de crecimiento previos. Arranca entonces una nueva expansión asentada en las mismas bases: abundancia de recursos naturales y apertura a los circuitos internacionales. Seguíamos siendo una economía de frontera, y el salto a América no fue casual. Los primeros pueblos europeos en expandirse fueron aquellos que ya tenían experiencia previa con situaciones de frontera, como Inglaterra con Irlanda y Castilla con la España musulmana.
«En 1470, con los Reyes Católicos, arranca una nueva fase expansiva asentada en las mismas bases: abundancia de recursos naturales y apertura comercial»
P.- ¿Cómo de intensa fue esa segunda fase de expansión?
R.- Mucho. Si el crecimiento registrado entre 1470 y 1570 se hubiera mantenido hasta las guerras napoleónicas, España habría tenido a comienzos del siglo XIX la misma renta per cápita que Gran Bretaña. Algo cambió en ese camino.
P.- ¿El qué? Se han barajado muchas hipótesis: la de Ortega y Gasset de una España invertebrada por la debilidad del Gobierno central; la de los Nobel Daron Acemoglu y James Robinson, que hablan de la naturaleza extractiva de la monarquía hispana; incluso hay quien menciona la hiperinflación provocada por la plata de América, pero a ti no te acaban de convencer.
R.- No digo que esas otras razones no tengan su peso. Acemoglu y Robinson son personas cultas y, aunque algunos historiadores consideran una amenaza que economistas como ellos o como Thomas Piketty y Branko Milanovic realicen incursiones fuera de su especialidad, a mí sus hipótesis de investigación me parecen muy estimulantes. Podemos discrepar, pero plantean desafíos apasionantes. Elaboran lo que mi maestro Patrick O’Brien llamaba «grandes narrativas».
En el caso de Acemoglu y Robinson, el problema habría sido que en España no se respetaba la propiedad y existían barreras al comercio y a la asignación de recursos, pero son elementos estructurales que encuentras en todas partes. ¿Qué región europea no sufrió durante la Edad Moderna restricciones comerciales o inseguridad en los derechos de propiedad?
En cuanto a la llegada de plata, tuvo un efecto similar al hallazgo de petróleo en el siglo XX. Su demanda apreció el tipo de cambio, lo que nos permitía a los españoles comprar de todo al exterior, pero también encarecía nuestras exportaciones, con lo que perdimos competitividad y nos convertimos en una sociedad de servicios y construcción. Es una tesis muy coherente, pero con un punto débil: la afluencia de metales preciosos está presente tanto en las fases de auge como en las de declive.
«Si el crecimiento registrado entre 1470 y 1570 se hubiera mantenido hasta las guerras napoleónicas, España habría tenido a comienzos del siglo XIX la renta de Gran Bretaña»
P.- ¿Qué es entonces lo que tuerce el progreso?
R.- La política fiscal. La corona debe mantener dos imperios. El americano era barato. No requería un ejército permanente, solo una Armada y milicias para los momentos de guerra. España, como luego harían Francia y el Reino Unido, gobernaba de manera indirecta y las estimaciones indican que, a lo largo de más de 300 años, probablemente no fueron más de medio millón españoles los que emigraron de la península a América. Eso no es mucho. El problema fue el empeño de los Austrias en conservar el imperio europeo.

P.- ¿No disponían de abundante plata?
R.- Las remesas de América no fueron de tanta ayuda, porque llegaban de manera irregular, y a mediados del siglo XVI las dificultades comenzaron a amontonarse. En 1568 estalla en Flandes la guerra de los Ochenta Años. En 1569 se rebelan los moriscos de las Alpujarras. En 1571 tiene lugar Lepanto, donde España desempeñará un papel similar al de Estados Unidos en el siglo XX…
Felipe II lleva a esas alturas más de una década al frente del país. No es ese príncipe tenebroso que pinta la leyenda negra, sino un gobernante experimentado, que ha actuado de mano derecha de su padre Carlos I. Y aunque es un monarca absoluto, carece de capacidad recaudatoria, igual que el resto de los reyes de la época. Los tributos los cobran las ciudades y, en 1574, les propone doblar las alcabalas, que son un impuesto sobre el consumo, como el IVA.
Aunque Castilla atraviesa una fase de bonanza, las ciudades se niegan. Temen la reacción popular y Felipe II responde suspendiendo pagos a los mercaderes y banqueros internacionales. Las consecuencias son devastadoras, porque los mercaderes y banqueros internacionales congelan a su vez el crédito a los banqueros locales, y estos arrastran en su caída al resto de la economía. En 1577 las ciudades se rinden y doblan las alcabalas y, a partir de ese instante, los Austrias ya no dejarán de aumentar la presión fiscal, con la consiguiente destrucción de los sectores más dinámicos. Los niveles de renta per cápita caen y se interrumpe la expansión iniciada con Isabel y Fernando y que se había basado en esa apertura comercial. Su lugar lo ocupará una sociedad más pobre, más cerrada y más rural.
«Según Acemoglu y Robinson, el problema de España en 1570 era que no existía respeto por la propiedad privada ni libertad comercial, pero ¿en qué región europea los había?»
P.- ¿Qué consecuencias tuvo esa ruralización?
R.- La tesis canónica ha atribuido el atraso de España a una agricultura poco productiva, que impidió la acumulación de capital necesaria para el progreso urbano, pero los datos indican que el proceso fue el contrario. En el área del mar del Norte [Dinamarca, Países Bajos, Bélgica, Holanda, Escocia e Inglaterra] el progreso urbano condujo a la revolución de la agricultura, porque sus campesinos mejoraron su eficiencia para comprar los atractivos artículos que fabricaban las ciudades. En España ese incentivo no existió. El sector urbano era muy poco dinámico y no estimulaba el cambio en la agricultura. Por eso decayó su productividad.
«El imperio americano era barato. No requería mantener un ejército permanente, solo la Armada y milicias puntuales. El que resultó insostenible fue el imperio europeo»
P.- A pesar de ello, el XVIII sería un siglo de suave recuperación, que concluyó abruptamente con las guerras napoleónicas y la independencia de América. Siempre se ha dicho que fueron terribles para España, pero tú tienes una idea más matizada.
R.- Aunque la emancipación de las colonias perjudicó indudablemente a la industria, el comercio y las finanzas del Estado, tuvo un impacto menos severo de lo que podría pensarse. El PIB cayó aproximadamente un 5%, el empleo industrial un 7% y la inversión un 13%. Y desde el punto de vista político fue claramente positiva, porque facilitó la quiebra de la monarquía absoluta. A diferencia de otros países, donde el rey debía realizar concesiones al Parlamento para que le autorizara sus gastos, en España la monarquía se había financiado en una parte sustancial con los ingresos de América. Al perder ese apoyo, su posición negociadora se debilitó y la viabilidad del Antiguo Régimen quedó comprometida.
«En 1568 empieza en Flandes la guerra de los Ochenta Años, en 1569 estalla la rebelión de las Alpujarras, en 1571 tiene lugar Lepanto…»
P.- ¿Y la invasión napoleónica?
R.- A corto plazo, sus consecuencias fueron terribles. Murió medio millón de personas de una población de apenas 10 millones. La destrucción de la cabaña ganadera, especialmente la de lana merina, conllevó una reducción significativa del stock de capital y del consumo calórico de la población, además de afectar severamente a la industria y el comercio, tanto nacional como internacional.
Sin embargo y como apunta Mancur Olson, las guerras pueden tener un efecto beneficioso al destruir los intereses creados por determinados grupos de presión. La ruina del absolutismo permitió la emergencia gradual y tortuosa de una sociedad liberal, que trajo consigo tres cambios fundamentales: (1) la redefinición de derechos, pasando los españoles de súbditos a ciudadanos iguales ante la ley; (2) la liberalización de los mercados de bienes y productos, incluido el de la tierra, y (3) el control parlamentario sobre los ingresos y gastos del Estado.
«Felipe II era un rey absoluto, pero carecía de capacidad recaudatoria. Los tributos los cobraban las ciudades y, en 1574, les propuso doblar las alcabalas»
P.- Y todas estas conquistas, ¿no se habrían alcanzado igual sin conflictos? La élite ilustrada ya había iniciado la reforma del Antiguo Régimen.
R.- Es cierto que en tiempos de Carlos IV las finanzas públicas estaban equilibradas. España había restablecido también la conexión con los mercados internacionales y las ideas liberales se propagaban. Pero basta observar el XIX español y la gran resistencia que opuso una monarquía debilitada a la creación de la sociedad liberal, para concluir que la transición hubiera sido aún más complicada bajo una monarquía absoluta.
Además, cuando proyectas hasta mediados del siglo XIX el crecimiento del período previo a la Guerra de Independencia y lo comparas con el que realmente tuvo lugar, obtienes un resultado decepcionante. Los avances en niveles de vida e igualdad no hubieran sido posibles sin la ruptura que supuso la invasión francesa.
«Los alcaldes se negaron, Felipe II respondió suspendiendo pagos y los banqueros internacionales congelaron el crédito a los banqueros locales. Fue devastador»
P.- Los momentos más brillantes de la economía española estaban por llegar.
R.- Si comparamos la renta per cápita de 2023 con la de 1277, la diferencia es notable: se ha multiplicado por 23. Sin embargo, si descomponemos ese periodo en dos, observamos que entre 1277 y 1820 el progreso fue muy modesto: no llega ni al 25% a causa de las fases de contracción que siguen a las de auge. El verdadero salto lo dimos después y, más concretamente, a partir de 1850.
No fue, sin embargo, un proceso uniforme. Hasta 1950 y a pesar de las expansiones de la década de 1920 y del período previo a la Restauración [de 1874], el crecimiento fue moderado. A continuación vino la época dorada, que abarca desde los años 50 hasta la crisis petrolífera de los 70. Finalmente, a mediados de los 80 se inicia una nueva fase expansiva que interrumpirá la Gran Recesión de 2008.
«La tesis convencional atribuye el atraso industrial de España a que su agricultura era poco productiva, pero el problema fue la falta de dinamismo de sus ciudades»
P.- ¿A qué atribuyes estas oscilaciones?
R.- El crecimiento del producto per cápita puede deberse a dos razones: a que aumentan las horas trabajadas por persona o a que se incrementa el producto por hora trabajada, es decir, la productividad laboral. Dado que el número de horas trabajadas por persona equivalente a tiempo completo se ha reducido sustancialmente (de alrededor de 1.000 a algo más de 700), el aumento de la producción se explica por la mejora de la productividad laboral.
Ahora bien, ¿por qué mejora la productividad laboral? También aquí puede hacerlo por dos motivos. El primero es la intensidad en el uso del capital. [Por ejemplo, repartes tractores entre los agricultores]. El problema es que este aumento del capital está sujeto a rendimientos decrecientes. [Llega un momento en que el campo está saturado de tractores]. A partir de entonces la productividad laboral y, por tanto, el crecimiento dependen de que emplees el capital de una manera más eficiente, esto es, de lo que los economistas llamamos la productividad total de los factores (PTF).
«En Europa el progreso urbano revolucionó la agricultura. Los campesinos mejoraron su eficiencia para comprar los artículos que hacían las ciudades. En España no existió ese incentivo»
P.- ¿Y cómo hemos mejorado nosotros la productividad laboral en los últimos 175 años?
R.- Aproximadamente la mitad del aumento proviene de utilizar más capital por hora trabajada y un tercio de hacerlo más eficientemente (o sea, de la PTF). Los períodos de mayor productividad fueron el tercer cuarto del siglo XIX, la década de 1920 y el período 1954-1986. El resto del crecimiento ha sido extensivo, lo que explica que haya sido más lento y que la convergencia en PIB per cápita con Europa se estancara en 1992 y, a partir de 2001, se revirtiese, hasta el extremo de que en 2019 habíamos retornado a la posición relativa de 1975.
P.- ¿Cuáles son las razones de esta pérdida de eficiencia?
R.- Falta inversión en capital intangible y sobra en construcción, y eso tiene que ver con las señales y los incentivos que el sistema envía a los agentes económicos. Los investigadores Manuel García-Santana, Enrique Moral-Benito, Josep Pijoan-Mas y Roberto Ramos han observado que un elemento que lastra la productividad es el amiguismo. Y Juan Mora-Sanguinetti, antiguo alumno mío, ha analizado cómo el exceso de legislación disuade a las empresas de ganar tamaño… La explicación última del atraso son las restricciones a la competencia motivadas por una regulación excesiva y mala.