Trump se topa con el primo de Zumosol
El enemigo más temible del presidente de Estados Unidos no es China ni Rusia ni Europa, sino el mercado de bonos

El secretario del Tesoro, Scott Bessent, ha convencido a Trump para que deje de presionar a la Fed. A ver si ahora le convence de que haga caso al mercado. | Al Drago - Pool via CNP / Zuma Press / ContactoPhoto
A estas alturas, pocos discutirán que Donald Trump es un abusón. Se sabe grande y va por ahí echándosele a la gente encima.
Como todo buen abusón, disfruta particularmente humillando a los que sabe más débiles: los ucranianos, los panameños, los palestinos. A esos los torea de maravilla, y los recibe a porta gayola y todo. Se lo piensa más cuando tiene que habérselas con un chino o un ruso, pero también con el presidente de la Reserva Federal.
Inicialmente, Trump dio a entender que pensaba apretarle las tuercas a Jerome Powell para que adoptara una política monetaria más acomodaticia, pero este le ha plantado cara y, como la zorra de la fábula, ha decidido que después de todo los tipos a corto no son tan importantes. Como explican en The Economist, «la rentabilidad a largo plazo es una referencia más relevante, porque es la que se utiliza para todo, desde la emisión de deuda corporativa a la firma de hipotecas».
«Trump ya no va a insistir más a la Fed para que baje los tipos—ha prometido Scott Bessent, el secretario del Tesoro—. Nos vamos a centrar en el bono a 10 años».
¿Y cómo se hace eso?
Un mal augurio
La teoría económica dice que la rentabilidad de los bonos a largo plazo aumenta cuando las perspectivas de la economía son buenas, porque un crecimiento vigoroso suele ir acompañado de tensiones en los precios y los inversores reclaman unos intereses más altos que los compensen por la pérdida de poder adquisitivo.
Por ejemplo, a principios de 2024 la impresión general era que Estados Unidos iba de cabeza a la recesión y, por consiguiente, que la inflación amainaría. En esas circunstancias, a la gente no le importó que los bonos del Tesoro a 10 años ofrecieran el 4%.
Aquel riesgo de desaceleración no se materializó, sin embargo. Lo que, por el contrario, sí quedó claro fue que la Fed iba a tardar más de lo previsto en embridar la inflación, así que la rentabilidad de los bonos escaló al 4,7%.
En resumidas cuentas, unos tipos bajos a largo plazo no son el mejor augurio. ¿Por qué se empeñan Trump y Bessent en conseguirlos?
Porque, como señalaba en 2017 la entonces secretaria del Tesoro Janet Yellen, «históricamente se ha dado una fuerte correlación entre las recesiones y las inversiones de la curva de rendimiento [es decir, la caída de los tipos a largo por debajo de los tipos a corto], pero […] correlación no es causalidad». La clave son las expectativas de inflación y Trump y Bessent confían, por un lado, en que Elon Musk pode el gasto público hasta dejarlo en el chasis y, por otro, en que las facilidades que van a dar a las petroleras inunden el país de crudo y abaraten la factura energética.
El efecto combinado de esta doble ofensiva permitirá a Estados Unidos crecer sin tensiones y los inversores no exigirán intereses altos por su deuda.
Datos poco alentadores
¿Y qué tal les va saliendo la estrategia?
En los dos meses siguientes a la victoria de Trump, la rentabilidad de los bonos a 10 años se incrementó en medio punto porcentual hasta el 4,8% arrastrada por el optimismo sobre el futuro de la economía, pero los datos recientes no son alentadores. «Empiezan a aparecer grietas en algunos de los indicadores de alta frecuencia», destaca la fintech Ebury.
Las ventas minoristas, que en diciembre habían crecido el 0,7%, cayeron abruptamente en enero un 0,9%. Dado el peso que la demanda interna tiene en el PIB, los modelos econométricos en tiempo real que hace tres semanas hablaban de que Estados Unidos crecía al 3% y hace una al 2,3%, anticipan ahora «una caída del 1,5% para el primer trimestre», dice Arcano Research.
El empleo tampoco se mueve en la dirección deseada: las peticiones semanales de subsidio han pasado de 220.000 a 240.000. Y la confianza del consumidor cerró febrero en 98,3 puntos, «la mayor caída desde agosto de 2021 —destaca la economista del Conference Board Stephanie Guichet, que aclara más adelante—: Los ciudadanos se han vuelto menos optimistas sobre sus ingresos futuros».
Temen que se vean erosionados por una inflación que, según algunas encuestas, estará en el 6% de aquí a un año.
«Hacen falta más datos, obviamente, para confirmar que [Estados Unidos] tiene un problema», advierte Arcano Research. Pero si no corrige su rumbo, existe una probabilidad no pequeña de que entre en recesión. Es la interpretación que en Trading Economics dan a la inflexión que ha experimentado la curva de la deuda a 10 años, cuya remuneración «se ha hundido por debajo del 4,2%», y no precisamente por los motivos que Trump y Bessent desearían.
«No nos gustan los aranceles —les está diciendo el mercado de bonos—, vosotros veréis lo que hacéis».
Los vigilantes de la deuda
En 1992 Bill Clinton ganó las elecciones enarbolando un bonito lema: «Las personas son lo primero».
Su programa era un compendio de maravillas: sanidad universal, rebajas tributarias, inversiones a cascoporro… Por desgracia, no tardó en descubrir que ni siquiera el presidente de Estados Unidos está libre del control de los vigilantes de la deuda. James Carville, un asesor de Clinton, no pudo expresarlo mejor cuando en The Wall Street Journal se interesaron por sus promesas de campaña. «Antes —comentó amargamente— pensaba que, si hubiera eterno retorno, pediría reencarnarme en el presidente, el papa o una estrella del béisbol. Ahora quiero ser el mercado de bonos. Puedes intimidar a todo el mundo».
Incluido a un abusón como Trump.