La sostenibilidad y el regreso de las utopías
«Culturalmente hablando, la indefinición del desarrollo sostenible, con sus docenas de caracterizaciones e interpretaciones diversas, nos desorienta. Económicamente, nos desconcierta. Políticamente, nos confunde»

Ilustración generada mediante IA.
Este artículo ha sido publicado originalmente en la revista ‘Cuadernos FAES de pensamiento político’. Si quiere leer otros textos parecidos o saber más sobre esa publicación, puede visitar su página web.
El desarrollo sostenible, con sus elogios y sus críticas, con sus éxitos y sus fracasos, con sus expectativas y dudas, ha conseguido que regresaran las viejas utopías. En plural. Esos lugares inexistentes que prometían una serie de paraísos que nunca lo fueron. Esas ideas supuestamente liberadoras que devinieron condenas. Ahora, el desarrollo sostenible –con sus esperanzas, sus problemas de definición, caracterización y aplicación a la realidad– brinda otra oportunidad a la que ya se han adherido ideologías utópicas de índole diversa. El futuro –como siempre– es incierto. Pero, como anunció Paul Éluard, «Hay otros mundos, pero están en este; hay otras vidas, pero están en ti». Afortunadamente.
La asamblea general de las Naciones Unidas, el 4 de agosto de 1987, publicó la nota del secretario general titulada Informe de la Comisión Mundial sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo. dicho informe, enmarcado en el tema Desarrollo y Cooperación Económica Internacional: Medio Ambiente, obedece a la resolución 38/161, de 19 de diciembre de 1983, de la Asamblea General. Una Asamblea General que «acogió con beneplácito el establecimiento de una comisión especial que debería presentar un informe sobre el medio ambiente y la problemática mundial hasta el año 2000 y más adelante, incluidos proyectos de estrategias para lograr un desarrollo duradero. Posteriormente la comisión tomó el nombre de comisión mundial sobre el medio ambiente y el desarrollo»1. Conviene añadir que el informe se conoce popularmente como Informe Brundtland, porque la presidencia de la comisión la ostentaba la primera ministra de Noruega Gro Harlem Brundtland.
El desarrollo duradero y el desarrollo sostenible
El informe habla del futuro amenazado, del desarrollo duradero, del papel de la economía internacional, de la población y los recursos humanos, de la seguridad alimentaria, de las especies y ecosistemas, de la energía, de la industria, del desafío urbano, de la administración de los espacios comunes, de la paz, de la seguridad, del desarrollo, del medio ambiente, de la acción común; efectivamente, el informe habla de todo eso y más –subdesarrollo, pobreza, hambre y enfermedad–, pero hay un concepto (noción, idea o categoría) que vertebra el informe: el «desarrollo sostenible». A veces, denominado también «desarrollo duradero». Así se define: «Está en manos de la humanidad hacer que el desarrollo sea sostenible, duradero, o sea, asegurar que satisfaga las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las futuras generaciones para satisfacer las propias. El concepto de desarrollo duradero implica límites, no límites absolutos, sino limitaciones que imponen a los recursos del medio ambiente el estado actual de la tecnología y de la organización social y la capacidad de la biosfera de absorber los efectos de las actividades humanas»2.
Un concepto (noción, idea, categoría) que se va extendiendo –ya de forma acelerada– por todos los espacios –la economía, la ciencia, la tecnología, la energía, la política, la sociedad, la cultura o la ideología– sin solución de continuidad. Un desarrollo sostenible muy exigente y beneficioso si tenemos en cuenta que –volviendo al informe– sería indispensable para abrir «una nueva era de crecimiento económico», para que no sea «inevitable la pobreza general», para que se «satisfagan las necesidades básicas de todos», para que se «extienda a todos la oportunidad de colmar sus aspiraciones a una vida mejor», para superar «un mundo en donde la pobreza endémica no sea siempre propensa a ser víctima de la catástrofe ecológica o de otro tipo».
Un desarrollo sostenible que cubra las «necesidades esenciales» del ser humano por la vía de una «nueva era de crecimiento económico para las naciones donde los pobres constituyen la mayoría». Un desarrollo sostenible que ofrezca «la garantía de que estos pobres recibirán la parte que les corresponde de los recursos necesarios para sostener ese crecimiento». A lo que hay que añadir que el «desarrollo duradero a nivel mundial exige que quienes son más ricos adopten modos de vida acordes con medios que respeten la ecología del planeta, en el uso de la energía, por ejemplo». Atención: «la rapidez del crecimiento de la población puede intensificar la presión sobre los recursos y retardar el progreso del nivel de vida». De nuevo, presten atención: «En último término, el desarrollo duradero no es un estado de armonía fijo, sino un proceso de cambio por el que la explotación de los recursos, la dirección de las inversiones, la orientación de los progresos tecnológicos y la modificación de las instituciones se vuelven acordes con las necesidades presentes tan bien como con las futuras. No pretendemos afirmar que este proceso sea fácil o sencillo. Al contrario, será preciso hacer selecciones penosas. Por ello, en último análisis, el desarrollo duradero deberá apoyarse en la voluntad política»3.
Los tres obstáculos para saber de qué hablamos
Primer obstáculo: ¿desarrollo sostenible o desarrollo sustentable?
Una consulta al DRAE. Sostenible: «Que se puede sostener. Especialmente en ecología y economía, que se puede mantener durante largo tiempo sin agotar los recursos o causar grave daño al medio ambiente». Sustentable: «Que se puede sustentar o defender con razones». Vale decir que el DRAE afirma que ambos adjetivos son sinónimos. Vale decir también que muchos científicos y mucha literatura científica –también, muchos textos y leyes gubernamentales así como muchos artículos de divulgación científica– concluyen que si es cierto que lingüísticamente ambos términos son correctos y sinónimos casi perfectos, también lo es que uno y otro representan posturas científicas e ideologías distintas: el desarrollo sostenible o el enfoque prioritario sobre el desarrollo y la búsqueda de la mejor de las maneras para cuidar el medio ambiente; el desarrollo sustentable o el énfasis en el cuidado de los recursos naturales y su uso, con un modelo que priorice el medio ambiente4.
Propiamente hablando –dejando a un lado la traducción correcta o incorrecta del vocablo anglosajón sustainable–, no se trata de una cuestión meramente semántica. El concepto de «desarrollo sostenible» lo suelen usar los investigadores y profesionales de las ciencias sociales, económicas y políticas, ya que su interés y preocupación gira alrededor del desarrollo. Un desarrollo que ha de ser sostenible para que el sistema productivo funcione y perdure. En cualquier caso, existe la tendencia que privilegia el desarrollo. Por su parte, el término «desarrollo sustentable» es utilizado por investigadores y profesionales de las ciencias naturales, porque su preocupación y objetivo es la conservación de los recursos naturales vía uso racional y controlado de los mismos. Es decir, primero la conservación del recurso y luego el desarrollo. La diferencia entre el desarrollo sostenible y el desarrollo sustentable es importante: de ello depende el modo de producción, de consumo y de distribución de los recursos naturales. También, la relación del hombre, la sociedad y la economía con la Naturaleza.
Un detalle que retener: afirman muchos científicos que el uso del término «sustentable» es utilizado como una forma de conciliar el crecimiento económico con el equilibrio de los ecosistemas, tratando de mantener una alta producción y proteger a la vez los recursos naturales, lo que es contradictorio si no se sabe cuánto se debe conservar y cómo hacerlo5.
Segundo obstáculo: ¿qué hay que entender por desarrollo sostenible?
Desde la primera aparición de la expresión «desarrollo sostenible» (Estrategia Mundial de Conservación, 1980), las definiciones alcanzan casi el centenar. Ángel Paniagua y Eduardo Moyano han recogido algunas6. En síntesis –según distintos autores y organizaciones–, el desarrollo sostenible sería el «nivel óptimo de interacción entre tres sistemas –el biológico, el económico y el social– que se alcanzaría a través de un proceso dinámico y adaptativo de intercambios», o «el desarrollo que mantiene un nivel de rentas determinado a base de conservar las fuentes de dichas rentas: el stock de capital natural y producido, o el que «debería combinar el uso planificado de los recursos empleados en la producción agraria con los esfuerzos para mantener o fortalecer la base existente de recursos que prevenga la degradación medioambiental para satisfacer las cambiantes necesidades de la sociedad», o «es la gestión y conservación de los recursos naturales y la orientación del cambio técnico e institucional de forma que se asegure la continua satisfacción de las necesidades de las generaciones presentes y futuras», o «el uso de los recursos biofísicos y económicos para obtener productos cuyo valor socioeconómico y medioambiental actual representa más que el valor de sus inputs mientras que al mismo tiempo se protege la productividad futura del medio ambiente», o el «cambio económico sujeto a la constancia del stock natural», o el desarrollo económico que «implica maximizar los beneficios netos del desarrollo económico que queda supeditado al mantenimiento a lo largo del tiempo de los servicios y la calidad de los recursos naturales», o la «persistencia sobre un futuro aparentemente indefinido de ciertas características deseadas y necesarias del sistema sociopolítico y su medio ambiente natural».

La conclusión de las distintas definiciones del desarrollo sostenible: no es un concepto unánimemente aceptado ni tiene el mismo significado para unos y otros. Unas definiciones que muestran las diferencias y posiciones diversas ante la cuestión ambiental y el desarrollo sostenible. Unas diferencias y posiciones que no son sino el reflejo de ideologías e intereses igualmente distintos.
Tercer obstáculo: ¿existe una definición de desarrollo sostenible?
¿Qué está diciendo el Informe Brundtland cuando afirma que dicho desarrollo es el que sea capaz de «asegurar que satisfaga las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las futuras generaciones para satisfacer las propias»? Veamos. Un texto indeterminado e impreciso –laxo, si lo prefieren–, como el de las Naciones Unidas, ¿puede considerarse una definición? Propiamente hablando, estamos ante una declaración de intenciones. Por lo demás –siguiendo la metodología de la filosofía del lenguaje–, surgen diversas preguntas al respecto: ¿qué entendemos por desarrollo? ¿Cuál es el alcance de lo sostenible? ¿Qué es una necesidad y cuándo una necesidad se considera satisfecha? ¿Cuándo y cómo se compromete el futuro de generaciones venideras? ¿Cómo definir una generación y cómo calcular su duración? ¿Hasta qué punto una generación ha de sacrificarse por la siguiente?
Culturalmente hablando, la indefinición del desarrollo sostenible, con sus docenas de caracterizaciones e interpretaciones diversas, nos desorienta. Económicamente, nos desconcierta. Políticamente, nos confunde7.
El regreso de las utopías
En cualquier caso, el desarrollo sostenible, con su afán de restaurar y conservar la biodiversidad, ha favorecido e implementado el retorno de las utopías. Hablamos de la utopía en las dos acepciones del DRAE: «plan, proyecto, doctrina o sistema ideales que parecen de muy difícil realización» y «representación imaginativa de una sociedad futura de características favorecedoras del bien humano». La utopía como teoría y la utopía como práctica.
Unas utopías que, casi 40 años después de la oficialización de la la idea de desarrollo sostenible, dan la razón a la definición del DRAE. Por un lado, son de muy difícil realización. Por otro lado, son representaciones sociales imaginativas. Dos grandes grupos: la utopía liberal ilustrada y las utopías iliberales ecologistas.
La utopía liberal ilustrada del desarrollo
A la manera del ilustrado Condorcet, el capitalismo liberal sigue en la idea del perfeccionamiento continuado de la humanidad. Una idea que apoyó el optimismo de Friedrich Engels y que sustentó también parte del socialismo utópico. Un capitalismo liberal que se manifestó igualmente en el conservacionismo americano de la segunda mitad del siglo XIX. Más de doscientos años después del Esquisse de Condorcet et alii, la utopía liberal ilustrada ha renacido. Por ejemplo, con el Informe Brundtland.
Esa utopía liberal ilustrada del desarrollo que, en la línea de Condorcet, sostiene que el hombre encuentra siempre los medios que aseguran el progreso. Al igual que el pensador francés, la utopía liberal ilustrada asegura la perfectibilidad del hombre y el perfeccionamiento indefinido de sus facultades. Una utopía que ha tomado nota del Condorcet que vislumbra que «llegará el momento en que el sol únicamente iluminará en la tierra a los hombres libres, que no reconocerán otro señor que su razón»8.
Esa utopía liberal ilustrada del desarrollo que parece haber leído al Friedrich Engels que cree en el crecimiento poco menos que indefinido, que garantiza que «la ciencia terminará entonces por ser aplicada en gran escala a la agricultura, y con el mismo provecho que en la industria; la explotación de las regiones del sudeste de Europa, del oeste de América, de una fertilidad natural inagotable, será llevada a cabo en una enorme escala, hasta ahora desconocida. Cuando aparezca una escasez de víveres después de que todas esas regiones hayan sido aprovechadas, entonces será tiempo de decir caveant cónsules [de hacer sonar la alarma]»9.
Esa utopía liberal ilustrada del desarrollo que se mira en el espejo del empresario Robert Owen y sus townships,o nuevas ciudades o municipios industriales, en donde, además de reducir la sobrepoblación urbana y disminuir el enrarecimiento urbano, se pueda vivir en las óptimas condiciones de confort10.
Esa utopía liberal ilustrada que se refleja en el conservacionismo americano de finales del siglo XIX que concilia el desarrollo industrial con los valores naturales, que se preocupa por la preservación de la naturaleza y la modificación del medio ambiente que el hombre pueda generar. Ese conservacionismo –pensamiento y activismo: G.P. Marsh, R.W. Emerson, H. D. Thoreau, J. Muir y el Movimiento Progresivo– que ya en el siglo XIX protege los espacios naturales e impulsa una política forestal e hidráulica, que hoy llamaríamos ecológica o ecologista. Una política contra la contaminación atmosférica y fluvial. Ese conservacionismo que buscaba la moralización de la vida pública y se valía de la ciencia moderna para salvaguardar el planeta11.
Esa utopía liberal ilustrada que, mutatis mutandis, retoma ideas como las referidas en los párrafos anteriores. Ideas que surgen en el mismo Informe Brundtland (nuevos enfoques para el medio ambiente, vínculos entre medio ambiente y desarrollo, población y recursos humanos, efectos del crecimiento industrial, seguridad alimentaria o crecimiento de las ciudades), en los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030 (de la lucha contra la pobreza y el hambre al empleo pleno y productivo pasando por el fomento de la innovación), en un empresariado –generalmente grandes empresas, pero no sólo ellas: gestión empresarial y experimento social– que construye un New Lanark de inspiración oweniana con el objetivo de conciliar trabajo y existencia digna o en el Wildernees o política de respeto absoluto de la naturaleza. Pero, algo falla.
Las utopías iliberales ecologistas
Reparen en el título de este apartado. No habla de la ecología, una ciencia, sino del ecologismo, un movimiento e ideología que se considera a sí mismo como el único sistema global de interpretación del mundo capaz de crear un contramodelo social que, afirmándose científico, quiere organizar las relaciones entre sociedad, biología, economía, cultura y política.
Un ecologismo cuya última ratio –el ecologismo y la sociedad del espectáculo que le acompaña son el peor enemigo de la ecología– se encuentra en un cientificismo moralizante que conoce con exactitud la existencia del Bien y el Mal. Un pensamiento prêt-à-porter –con frecuencia, reaccionario y preindustrial– que tiene respuesta para todo y para todos y todas.

Un ecologismo que no admite la refutación de sus postulados bajo amenaza –«eres un biocida», dice sin conceder al otro el derecho a la legítima defensa– de excomunión política, social, ideológica, científica y moral. Un fundamentalismo que cree en la existencia de la maldición bíblica olvidando la capacidad de innovación y adaptación del ser humano para salir del atolladero.
Hay algo más. El ecologismo es una ideología substitutoria que ocupa la vacante dejada por la quiebra de los llamados relatos emancipatorios. Es decir, la ideología socialista y la comunista. El ecologismo –como sus predecesores difuntos– ya ha definido «un nuevo ideal emancipatorio» que permita «cambiar la vida y transformar la sociedad» previa constitución de una «nueva conciencia crítica».
Finalmente, el ecologismo –un lobby en toda regla–, con la inapreciable colaboración de una izquierda que necesita retomar la cruzada anticapitalista y antiliberal después de la caída del Muro y el consiguiente triunfo del capitalismo y el liberalismo, es la representación por excelencia del pensamiento único de nuestros días. Una policía de la opinión.
El Informe Brundtland, así como los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030, son los documentos-excusa que han puesto en marcha –que han desatado o disparado– la utopía iliberal ecologista. Tres ejemplos.
• Primer texto: «Después de todo, la crisis climática no tiene que ver sólo con el medio ambiente. Es una crisis de derechos humanos, de justicia y de voluntad política. Los sistemas coloniales, racistas y patriarcales de opresión la han creado y alimentado. Necesitamos desmantelarlos a todos. Nuestros líderes políticos ya no pueden eludir sus responsabilidades12.
Una arremetida –aprovechando la popularidad de Greta Thunberg sobre todo entre la juventud– contra el sistema liberal capitalista. El capitalismo liberal es el adversario, o enemigo, a desmantelar. El capitalismo liberal o el Mal a erradicar. Una utopía autoritaria, como se demuestra en los siguientes textos.
• Segundo texto: «El capitalismo rueda vertiginosamente hacia la destrucción de este planeta», «el socialismo es la única esperanza que le queda a la humanidad para parar los pies al capitalismo», «los poderes económicos han optado por seguir adelante con este modelo suicida», «no tenemos un planeta B», «existimos para denunciar a criminales medioambientales y desafiar al gobierno y las empresas», «autogestión económica y autoabastecimiento», «igualitarismo»13.
• Tercer texto: La actualidad del comunismo –señala Wolfgang Harich– «se deriva de la universal crisis ecológica que enfrenta a toda la Humanidad con la posibilidad de llegar en el plazo de pocos decenios a su total autodestrucción». Objetivo: «lo esencial es que el homo sapiens sobreviva» y «la primacía es la conservación de la biosfera». Por eso, «la producción ha de adaptarse a las exigencias de protección de la naturaleza y la política ha de actuar como juez». La práctica: un «comunismo homeostático» –autorregulado y sin crecimiento– fundamentado en medidas «rigurosas y globales» como la propiedad social y la planificación del Estado con el objeto de lograr «raciones iguales entre individuos. Así acaba el capítulo titulado «El comunismo como solución»: La Tierra necesita el comunismo. Lo necesitamos ya y en todas partes14.
Casualmente, la resurrección del libro de Wolfgang Harich coincide con la COP25 celebrada en Madrid. Casualmente, Wolfgang Harich se inspira en el movimiento denominado Conspiración de los Iguales (1796) y el Manifiesto de los Iguales (1795) de un François Babeuf que proclama que «la naturaleza ha dado a todos los hombres el mismo derecho a gozar de todos los bienes». De ahí, la expropiación de la propiedad que reivindica el paleocomunista François Babeuf en beneficio de la propiedad comunal.
A lo que debemos añadir que la restauración y conservación de la biodiversidad, que predica el ecologismo, plantea una cuestión irresoluble: ¿qué biodiversidad hay que restaurar y conservar teniendo en cuenta que la biodiversidad es el resultado de un conjunto de variables, naturales y humanas, que son, o bien incontrolables, o bien difíciles de controlar? En un sistema dinámico, nada puede asegurarse. Al respecto, el bioquímico Luis I. Gómez Fernández señala y recuerda «que todos los cambios ecológicos y evolutivos hasta la consecución de este estado mágico soñado y añorado deben valorarse positivamente, mientras que todos los desarrollos posteriores se consideran indeseables porque representan desviaciones del estado preferido. Pero nuestras opiniones sobre el valor relativo de las distintas especies, sobre los servicios ecosistémicos que obtenemos de los ecosistemas antiguos y nuevos y sobre la importancia de la diversidad a distintas escalas espaciales y temporales atañen a cuestiones sociales para las que no puede haber respuestas correctas universales»15.
Finalmente, hay que reconocer que el ecologismo populista sin marca política conocida o reconocida –el ecologismo independiente, podríamos decir– y el ecologismo marxista comparten la idea del «hombre nuevo» marxista. ¿Cómo diseñar ese hombre nuevo ecológico? Manuel Arias Maldonado responde: «los pensadores ecologistas han apuntado hacia la utopía de una sociedad sostenible donde los seres humanos viven de manera autárquica en comunión con el mundo natural y en armonía social»16.
Las utopías iliberales dominantes –el populismo de Ecologistas en Acción, el ecologismo de un Greenpeace doctrinario y milenarista o el comunismo homeostático de viejo cuño– ya han entrado en la fase de implosión.
La utopía/distopía del decrecimiento
Al son de las utopías iliberales ecologistas reaparece el «decrecimiento convivencial», del economista francés Serge Latouche, entendido como «la economía de la felicidad» que se fundamenta en las ocho erres: reevaluar, reconceptualizar, reestructurar, redistribuir, relocalizar, reutilizar y reciclar. Una economía «como antídoto del espíritu mercantil» que abre «la vía de la felicidad»17. ¿Habrá que recordar que el decrecimiento es una idea retroprogresista de efectos calamitosos? Una auténtica distopía.

La utopía antidistópica de un consultor activista:
Pau Solanilla –consultor y excomisionado de Promoción del Ayuntamiento de Barcelona– propone una alternativa a la distopía que nos amenaza18: competitividad, sostenibilidad y equidad. Un nuevo progreso y una nueva gobernanza. Un nuevo diálogo, un nuevo contrato social que reencuentre a los ciudadanos y fortalezca los vínculos sociales y unas nuevas políticas públicas; todo ello fundamentado en un contrato económico-social-climático en el cual la tecnología tiene un papel fundamental y en una gobernanza público-social-privada. Hay que gestionar el shock sistémico al tiempo que se diseña una nueva idea de la producción, la competitividad y el progreso. A lo que se debe añadir nuevas coherencias, nuevas ideas eficientes y más innovación económica y social. Hay que constituir un Green Deal industrial que sea inteligente y sostenible. Tiene razón el autor cuando afirma que los análisis de prospectiva suelen fracasar.
El desvanecimiento de la utopía
La humanidad ya no confía en una utopía –de la república ideal de Platón al paraíso comunista pasando por la isla perdida de Tomás Moro, la Ciudad del Sol de Tommaso Campanella o la Icaria de Étinne Cabet– que ha ido de fracaso en fracaso.
La utopía se ha desvanecido, por dos razones fundamentales. En primer lugar, la utopía se desvanece –crisis teórica– porque quiebra el postulado antropológico que la sustenta. A saber: la posibilidad de alcanzar la autoidentidad humana o la sociedad reconciliada. En segundo lugar, la utopía se desvanece –crisis práctica– por los resultados de unas alternativas difusas y por las consecuencias perversas que genera.
La quiebra del postulado antropológico –heredado de la Ilustración, aunque también es cierto que sus orígenes lejanos pueden detectarse en la Grecia clásica y en la Roma cristiana–, así como la quiebra de las alternativas utópicas, manifiestan la imposibilidad de reconstruir un orden social no escindido y sin conflicto. ¿Dudas? Me remito a la psicología, a la biología y a la etología. Y, por supuesto –no se trata de una licencia retórica–, a la sangrante historia y a la larga lista de experimentos utópicos y sueños liberadores y redentores que en el mundo han sido. «Se derraman más lágrimas por las plegarias atendidas que por las desatendidas», escribió Truman Capote. La naturaleza del ser humano es menos idílica y seráfica de lo que pensaban los ilustrados, y la conflictividad permanente –lean interés, egoísmo, ambición, codicia, maldad, violencia, depredación– es uno de los rasgos que mejor la definen.
Por qué se desvanecen las utopías liberales e iliberales del desarrollo sostenible
El Informe Brundtland, así como la Agenda 2030, con su Estrategia de Desarrollo Sostenible aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 2015, han dado alas a la utopía del desarrollo sostenible. Si ustedes leen el Plan de Acción para la implementación de la Agenda 2030. Hacia una Estrategia Española de Desarrollo Sostenible (aprobado en el Consejo de Ministros del 29 de junio de 2018, que adapta a la realidad española los Objetivos de Desarrollo Sostenible aprobados por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 2015) apreciarán la ambición –quizá desmesurada– del programa de la ONU19.
Es la desmesura la que invita al utopismo: poner fin a la pobreza y el hambre en todas sus formas en todo el mundo, garantizar una vida sana, promover el bienestar de todos, garantizar una educación inclusiva y equitativa de calidad, lograr la igualdad de género y empoderar a mujeres y niñas, garantizar la disponibilidad del agua y el acceso a una energía asequible para todas las personas, promover el crecimiento económico sostenible e inclusivo, promover el empleo pleno y productivo, promover unas infraestructuras resilientes y una industrialización inclusiva, fomentar la innovación, reducir la desigualdad en los países y entre ellos, lograr ciudades inclusivas que sean seguras y sostenibles, garantizar un consumo y producción sostenibles, combatir el cambio climático, y utilizar de manera sostenible los océanos, los mares y los recursos marinos.
Al respecto, hay que tener en cuenta que el documento de la ONU apuesta por una política que «ponga fin a», que «garantice», que «logre», que «promueva», que «reduzca», que «empodere», que «combata» o que «utilice». Un lenguaje, si quieren, que peca de evanescencia, que puede llegar a hipnotizar, que sugestiona a los sujetos agentes a quienes se dirige. Un lenguaje, por decirlo a la manera kantiana, con la intención de pasar de la prehistoria de la Humanidad a la historia de la misma. De hecho, la Agenda 2030 es la continuación –paso a paso– de otro documento semejante como fue el programa llamado Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) que se extendió del año 2000 al 201520.
Un paso a paso que matiza todo utopismo y abandona la consciencia prometeica que se traduce en una lógica utópica –la redención exprés del género humano–, condenada, como muestra la historia, al fracaso. Un paso a paso que evita caer en la trampa del imperativo categórico –«cambiarás el mundo porque yo te lo digo»–, de la lógica utópica prometeica de las utopías liberales e iliberales –la ingenuidad, el populismo o el autoritarismo ecológico de unos y otros–, en una época en que la lógica narcisista de la individualización –«cuida de ti mismo»– gana terreno. Un paso a paso que busca un compromiso que gane la batalla al descompromiso reinante. Un descompromiso realmente existente y con frecuencia desacomplejado que se traduce en la falta de generosidad planetaria, en los intereses distintos del Norte y el Sur, en los egoísmos del Estado o en el comportamiento de algunos líderes políticos, sociales, empresariales o sindicales que utilizan los programas de la ONU para publicitar su aparente solidaridad.
Así las cosas, ¿qué hacer? Confiar en el discreto encanto de una cínica lucidez liberal que nos enseña que si otro mundo es posible está en este. Lucidez entendida como la capacidad de dar respuesta razonable a los problemas planteados. Lucidez entendida como cálculo de coste/beneficio y sentido del límite que anuncia la imposibilidad de hacer realidad todos nuestros deseos. Lucidez entendida como crítica de un progresismo biempensante que puede llevarnos al peor de los mundos posibles. Lucidez entendida como denuncia del confort ideológico de quienes creen haber apostado por el Bien y no han sido sino los mensajeros del Mal. Una lucidez abierta a criticar sus propias propuestas. Y algo más: hay que olvidar la ensoñación, no hay que confiar en ningún redentor por la sencilla razón de que no existe, hay que volver al mundo real, hay que aceptar el orden establecido. Sí, con todas sus limitaciones. Pero, en el bien entendido de que este mundo –el nuestro– es hoy el mejor de los posibles y, además, admite la mejora.
Se trata también de no desdeñar un individualismo narcisista –un incivismo imperfecto– capaz –¿por qué no?– de hacer realidad el «altruismo efectivo» de un Peter Singer que cree que la gente sí quiere hacer el bien a los demás. Esos «hábitos del corazón» de Alexis Tocqueville que posteriormente recoge el sociólogo Robert N. Bellah. Esa solidaridad egoísta –por autosatisfactoria– que entiende que los intereses de los demás también son mis intereses. En palabras de Manuel Arias Maldonado: ese «ecomodernismo que defiende que la modernidad liberal tiene herramientas para asegurar la habitabilidad planetaria sin por ello abandonar a las sociedades más desventajadas ni renunciar a ideales como la autonomía individual o el autogobierno democrático»21.
Solo así –a golpe de ONU y con la colaboración de la sociedad política, económica, científica, cultural y civil– el desarrollo sostenible o el desarrollo sustentable serán algo más que un pin de colores que se coloca en el ojal de la chaqueta.
Este artículo ha sido publicado originalmente en la revista ‘Cuadernos FAES de pensamiento político’. Si quiere leer otros textos parecidos o saber más sobre esa publicación, puede visitar su página web.
Notas
1 Naciones Unidas. Asamblea General. Documentos Oficiales de la Asamblea General, cuadragésimo segundo período de sesiones, Suplemento Nº. 25 A/42/25. Página 1. Existe una edición comercial del informe con el título Nuestro Futuro Común. Comisión mundial del medio ambiente y del de-
sarrollo. Alianza Editorial, Madrid, 1988.
2 Ibídem, p. 23.
3 Ibídem, pp. 23-24.
4 Jaime Ernesto Rivera-Hernández, Graciela Alcántara-Salinas, Napoleón Vicente Blanco-Orozco, Eric Pascal Houbron y Juan Antonio Pérez-Sato. «¿Desarrollo sostenible o sustentable? La controversia de un concepto». Revista Posgrado y Sociedad. Volumen 15, Número 1, 2017, pp. 57-67. Universidad Estatal a Distancia de Costa Rica.
5 Ibídem.
6 Paniagua, Ángel y Moyano, Eduardo. «Medio ambiente, desarrollo sostenible y escalas de sustentabilidad». Revista Española de Investigaciones Sociológicas. Número 83, 1998/98, pp. 151-175.
7 Al respecto, se recomienda el libro de Ernest García titulado El trampolín fáustico. Ciencia, mito y poder en el desarrollo sostenible. Ensayo editado en 1999 por Tilde en Valencia.
8 Condorcet. Esquisse d´un tableau historique des progres de l´esprit humain 1793-1794. Presentación de Ivon Belaval. Introducción de O. H. Prior. Vrin. París, 1970. Edición electrónica de Jean-Marie Tremblay. Pp. 39-40 y 198. Chicoutimi. Quebec, 2005.
9 Marx, Carlos y Engels, Federico: Correspondencia. Carta 82. De Engels a F.A. Lange, edición de J. Jesiot y Traductores Asociados, pp. 168-171. Editorial Cartago. Buenos Aires, 1973.
10 Santos Redondo, Manuel: «Robert Owen, empresario». Revista Empresa y Humanismo. Vol. VI, número 1/03, pp. 179-198.
11 Pérez Cebada, Juan Diego. «Entre la explotación y la conservación de los recursos naturales: el movimiento conservacionista americano en la segunda mitad del siglo XIX». Historia Actual Online (HAO). Número 1, primavera 2003, pp. 57-65.
12 Thunberg, Greta; Neubauer, Luisa y Valenzuela, Ángela. Porque volvemos a hacer huelga. Project Syndicate. 29/11/2019.
13 Fuente: textos extraídos de Educación para la ciudadanía: Fernández Liria, Carlos; Fernández Liria, Pedro; Alegre Zahonero, Luis. Akal. Madrid, 2007. Reacciona:Sampedro, José Luis y otros. Prólogo de Stéphane Hessel. Aguilar. Madrid, 2011. Actúa: Mayor Zaragoza, Federico. Prólogo de Rosa María Artal. Debate. Madrid, 2012 y las páginas de Greenpeace, Ecologistas en Acción y Podemos.
14 Harich, Wolfgang. ¿Comunismo sin crecimiento? Babeuf y el Club de Roma. Presentación de Manuel Sacristán. Traducción de Gustau Muñoz. Capítulos III, IV, V y VI. Materiales. Barcelona, 1978.
15 Gómez Fernández, Luis I. No, no estamos en medio de la apocalipsis ecológica. Disidentia, 18/1/2023.
16 Arias Maldonado, Manuel. Notas sobre el desarrollo del ecologismo político. Papers Club Tocqueville. Número, 29, junio 2023.
17 Serge Latouche. Salir de la sociedad de consumo. Voces y vías del decrecimiento. Traducción de Magalí Sirera Manchado, pp. 65-85. Octaedro. Barcelona, 2012.
18 Pau Solanilla: La república verde. Una nueva gobernanza para la sostenibilidad y el progreso. Punto Rojo. Sevilla, 2024.
19 Transparencia – Gobierno de España. Plan de Acción para la implementación de la Agenda 2030. Hacia una Estrategia Española de Desarrollo Sostenible.
20 MDG Gap Task Force Report 2014: The State of the Global Partnership for Development.
21 Arias Maldonado, Manuel. Ibídem.

Este artículo ha sido publicado originalmente en la revista ‘Cuadernos FAES de pensamiento político’. Si quiere leer otros textos parecidos o saber más sobre esa publicación, puede visitar su página web.