Jaime Rodríguez de Santiago: «El Gobierno usa a Airbnb para tapar su inoperancia en vivienda»
«Los jóvenes cobran lo que hace 16 años y la construcción se ha hundido: ese es el problema, no el alquiler vacacional»
Jaime Rodríguez de Santiago (Madrid, 1984) es director general para España y Portugal de Airbnb y, como él mismo reconoce en el prólogo de un ensayo que ha titulado inquietantemente La realidad no existe, su vida es «objetivamente» difícil de resumir.
Antes de los seis años había conocido una docena de casas diferentes, porque seguía por media España a unos padres, que eran, en sus propias palabras, «hippies y artistas». Su infancia la pasó rodeado de adultos y, en medio de aquella barahúnda de música, libros y cuadros, cayó un día en sus manos un ordenador y quedó cautivado. Empezó a programar con seis años y no debía de dársele nada mal, porque diseñó un generador de números de tarjeta de crédito con el que casi mata de un infarto a su profesora de informática.
Con semejante capacidad técnica, solo podía ser ingeniero y, con semejante inconsciencia, tenía que dedicarse a emprender.
Emborrachado de la mística de Silicon Valley (nuevamente estoy usando sus propias palabras), se embarcó en varios proyectos, pero ninguno acabó de cuajar. En su pódcast (porque Jaime también tiene un pódcast que se llama Kaizen) cuenta que, al borde de la treintena y después de aceptar que su última aventura empresarial no iba a ninguna parte, porque sus ahorros, sus energías y su propia vida sentimental simplemente se habían «esfumado», se presentó al proceso de selección de una multinacional.
Si no habéis escuchado el episodio del pódcast, no dejéis de hacerlo. Jaime explica que no se le ocurrió otra cosa que dar un paseo por París, para hacer tiempo, y le cayó encima el diluvio universal, que es algo que sale poco en las películas. En las películas siempre luce un sol radiante en París.
Así que Jaime apareció en aquella entrevista de trabajo chorreando y en unas condiciones lamentables, pero como debe de ser rápido como una centella, logró el puesto. En La realidad no existe recuerda que lo aceptó «con poco entusiasmo», primero, porque él era ingeniero y lo habían contratado para funciones de marketing y, segundo, porque la compañía era casi desconocida en España y tenía un modelo de negocio extravagante: ayudar a desconocidos a compartir un coche para viajar.
Pero ya saben lo que dicen en Hollywood de las películas: «Nadie sabe nada». La prueba es que varios estudios rechazaron los guiones de La guerra de las galaxias o ET. Y lo mismo pasa con las empresas. Pocos creyeron en Netflix o en Amazon y, aunque aquella idea de perfectos desconocidos compartiendo coche tampoco prometía demasiado, resultó un bombazo y no creo que quede hoy nadie en Europa que no sepa qué es BlaBlaCar.
Jaime estuvo en ella casi seis años y acabó de director general para España, Portugal y Alemania. Él mismo reconoce que fue una locura. Pasaron del más absoluto anonimato a tener millones de usuarios en veintitantos países, los demandaron las empresas de autobuses y salieron en todos los periódicos y todas las televisiones.
Con el tiempo, las aguas se calmaron, pero una vez alcanzada la estabilidad, Jaime sintió que necesitaba acción y se metió en FreeNow, que es otro mercado agitadillo, por utilizar un adjetivo suave.
Y cuando a los cuatro años vinieron a buscarle de Airbnb, ¿cómo iba a decirles que no, con el pollo que hay montado con el alquiler vacacional y la turismofobia?
Justamente por ahí empieza esta entrevista, cuya grabación íntegra está disponible en la web de THE OBJECTIVE y de la que sigue una versión extractada y editada.
Pregunta.- Los europeos, un ensayo del historiador británico Orlando Figes sobre cómo el ferrocarril cambió Europa, cuenta que las protestas contra el turismo empezaron en cuanto Thomas Cook lo puso al alcance de las clases medias. Un novelista francés hablaba ya en 1865 del «grosero» espectáculo de los «rebaños» de extranjeros «de baja educación» que inundaban Italia. No sé qué diría hoy si viera el puente de Rialto.
Respuesta. Es curioso, porque viajamos más que nuestros padres, que a su vez viajaron más que nuestros abuelos. Está claro que nos encanta conocer sitios nuevos y, sin embargo, nos molesta recibir a gente. Hay ahí una inconsistencia que tendríamos que hacernos mirar.
También me llama la atención cómo el debate se desplaza rápidamente al alquiler de corta duración (ACD), cuando entre ocho y nueve de cada 10 turistas se alojan en hoteles. Es decir, se está poniendo el foco en una actividad que no solo no es la responsable de la afluencia de visitantes, sino que contribuiría a repartirlos más equitativamente y a que sus beneficios llegaran a todas las familias, en lugar de concentrarse en capitales y en las grandes cadenas.
«El alquiler de corta duración no tiene nada que ver con la masificación del turismo. Ocho de cada 10 viajeros se alojan en hoteles»
P.- Los manifestantes denuncian precisamente que la riqueza que genera el sector se la están quedando unos pocos.
R.- Eso hace más necesario el modelo de Airbnb. Su actividad permite dispersar el flujo de viajeros. Cuando impides que los particulares ofrezcan alojamiento, lo que consigues es todo lo contrario: favoreces a grandes empresas, que compran edificios enteros… Si España quiere de verdad resolver el problema de la masificación, debería hacer una distinción que para mí es fundamental y que ya existe en Francia. Allí la normativa diferencia a quien alquila su casa ocasionalmente (los días que no está, por ejemplo) de quien desarrolla una actividad profesional. No es que esto último sea malo, pero habría que evaluarlo de manera distinta. Aquí lo hemos metido todo en el mismo saco.
P.- La idea original de Airbnb era esa, ¿no? Poner en el mercado una habitación que no usas para sacar un dinerillo.
R.- El nombre es una contracción de «AirBed & Breakfast», porque lo que [los fundadores Brian Chesky y Joe Gebbia] ofrecían al principio era una colchoneta [airbed], como las de la teletienda, más el desayuno [breakfast].
P.- Y ahora es una empresa que factura…
R.- No puedo darte esa cifra ahora mismo. Tendría que consultarla. Somos una empresa cotizada y tenemos que ser cautelosos con la información. [En 2024 declaró unos ingresos de 11.102 millones de dólares]. Sí puedo decirte que operamos en 100.000 ciudades, colaboramos con Gobiernos de todo el mundo y, sobre todo, ofrecemos una opción de viaje diferente y más económica. Yo he sido padre hace poco y, cuando te mueves con niños, una habitación de hotel se te queda corta y no todo el mundo puede permitirse pagar dos. Airbnb desbloquea el acceso a una modalidad de alojamiento que de otra manera sería mucho más minoritaria o simplemente no existiría.
«Airbnb ayuda a repartir más equitativamente los beneficios del turismo, en lugar de que acaben concentrados en las grandes cadenas hoteleras»
P.- ¿Funcionan las restricciones al alquiler vacacional para desincentivar la llegada de turistas?
R.- Creo que ya he dado una pista en mi primera respuesta. Si consideramos que entre el 80% y 90% de los viajeros se hospedan en hoteles, difícilmente tendrá un gran impacto la prohibición de pisos turísticos. Lo que hay que analizar es por qué España recibe tantos extranjeros, y la primera razón es porque así lo ha decidido. En su día nos planteamos ser un gran destino y hemos estructurado la nación entera alrededor de ese objetivo: aerolíneas de bajo coste, cruceros, una poderosa industria del ocio, miles de hoteles… Ahora vivimos de ello, pero lo rechazamos. No es muy coherente, como tampoco lo es que, al mismo tiempo que se demoniza el alquiler vacacional, se aprueben para los próximos dos años 800 proyectos hoteleros, un 90% de ellos localizados en zonas con alta afluencia de viajeros. Deberíamos resolver esta disonancia cognitiva. El turismo ha sido altamente beneficioso para España y, si queremos arreglarlo, abordemos el fenómeno en su conjunto, no centrándonos en una parcela menor, porque así no vamos a resolver nada.
«Yo he sido padre hace poco y, cuando te mueves con niños, una habitación de hotel se te queda corta y no todo el mundo puede permitirse pagar dos»
P.- Se acusa al alquiler de corta duración de agravar la carestía de pisos, porque sus dueños los sacan del mercado tradicional para explotarlos en el vacacional.
R.- El acceso a la vivienda es un asunto muy complejo y muy serio, especialmente para los jóvenes, y yo empezaría por resaltar la evolución los salarios estos últimos 20 años. Un informe [del Observatorio Trimestral del Mercado de Trabajo de BBVA y Fedea] revelaba recientemente que la retribución de los primeros empleos es básicamente la misma que me ofrecían a mí cuando salí de la universidad, hace 15 o 16 años. Luego está la falta de oferta: la construcción se ha desplomado. [Hemos pasado de más de 300.000 viviendas al año en la década de 1970 a menos de 100.000]. Estas macrotendencias son las que provocan la carestía de la vivienda, y no los alojamientos turísticos, que apenas representan el 1,3% del parque total [según un informe de PwC]. Por ejemplo, en Barcelona se dedican a distintos negocios (bufetes, notarías, dentistas) tres veces más pisos que a alquiler vacacional. ¿Se le ha ocurrido a alguien decir que habría que prohibir esa actividad para liberar espacio? En absoluto.
En suma, tenemos unas ciudades en las que cada vez vive más gente, necesitamos más oferta y quien crea que el problema va a solucionarse eliminando el alquiler de corta duración se engaña. Se ha convertido en una excusa muy conveniente para que los políticos no asuman las responsabilidades derivadas de su inoperancia en el asunto de la vivienda.
«España decidió en su día ser una gran potencia turística, ha estructurado la nación entera en torno a ese objetivo y, ahora que lo ha logrado, lo rechaza. No es muy coherente»
P.- Pedro Sánchez ha puesto en marcha una normativa sobre alquiler de corta duración que no os ha gustado nada. ¿Por qué?
R.- No distingue, como ya he dicho que sucede en Francia, entre el uso ocasional y el intensivo, y lo mete todo en el mismo saco. ¿No dice este Gobierno que quiere ayudar a quienes no pueden permitirse una vivienda? Pues déjeles que la alquilen cuando no la utilizan, en vez de exigirles el mismo tipo de licencias que a quienes desarrollan una actividad profesional.
La ley tampoco distingue entre el ámbito urbano y el rural, cuando el barrio madrileño de Malasaña no tiene nada que ver con la serranía de Cuenca. Y hablo con conocimiento de causa, porque tengo una casa allí y veo cómo todos los pueblos de la zona están sufriendo un éxodo de médicos, colegios y todo tipo de servicios porque no hay economía. El ACD supondría una fuente de ingreso. España está perdiendo una oportunidad de oro para potenciar su turismo y reducir diferencias. En Airbnb no nos oponemos a que se establezcan limitaciones, pero de forma granular, allí donde haga falta. Lo preocupante es que se regula a golpe de eslogan, en lugar de entender cómo utilizar la herramienta del alquiler vacacional para que no se pierda empleo ni riqueza.
P.- Decís que la regulación debe ser «específica y escalonada». ¿A qué os referís?
R.- No lo decimos nosotros, lo dice la UE. Las normas deben basarse en datos, estar justificadas y ser proporcionadas. En consecuencia, habría que identificar dónde el ACD genera realmente tensión antes de establecer ninguna limitación. Por ejemplo, le hemos propuesto al Ayuntamiento de Madrid que en el distrito Centro, que es donde hay una mayor concentración de viviendas turísticas, solo se autoricen las que tengan un uso ocasional [es decir, entre particulares]. Esto permitiría a sus vecinos obtener un ingreso adicional sin que se detrajeran pisos del mercado. Este tipo de regulaciones sí que tienen sentido, pero los políticos prefieren lamentablemente quedarse en el eslogan.
«En Barcelona se dedican a bufetes, notarías o dentistas tres veces más pisos que a alquiler vacacional, y a nadie se le ocurre pedir que se prohíban esas actividades»
P.- No os lleváis muy bien con el alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida.
R.- No es fácil entender cómo una ciudad tan vibrante, en tan buen momento, que se beneficia tanto del turismo y aspira a acoger numerosos eventos, plantee una regulación tan restrictiva.
P.- ¿En qué consiste su propuesta?
R.- Únicamente habrá alquiler de corta duración en los pisos bajos, porque deben tener acceso independiente del resto del edificio, o en edificios enteros. Y como la mayor parte de la población no puede comprarse un edificio entero, estamos una vez más renunciando a la posibilidad de redistribuir el beneficio del turismo entre más gente.
P.- ¿Qué tal son vuestras relaciones con las autoridades, en general?
R.- Hay de todo. Llevo casi seis meses en Airbnb y me he encontrado una compañía con un talante enormemente dialogante, tanto interna como externamente. De puertas adentro, debatimos todo hasta la extenuación. Y de puertas afuera, intentamos hablar con mucha gente y, aunque no siempre encontramos la misma disposición, hemos cerrado acuerdos en Murcia, Ibiza o Canarias. Y seguro que vendrán más, porque dialogando se encuentra la mejor solución, que varía con cada sitio.
«A las personas nos encanta conocer sitios nuevos y, sin embargo, nos molesta recibir a gente. Hay ahí una inconsistencia que tendríamos que hacernos mirar»
P.- Entre las regiones que has mencionado no figuran ni Madrid ni Barcelona. ¿Tenéis interlocución ahí?
R.- Tenemos la que conseguimos con quien nos quiere recibir. Hace poco envié una carta al alcalde de Madrid invitándole a celebrar una reunión y estoy seguro de que acabaremos sentándonos.
P.- Es muy majo, y además del Atleti.
R.- Yo soy del Madrid, pero eso no va a ser un problema.
P.- No se lo digas, por si acaso… Él está bastante concienciado de que sois el enemigo.
R.- Hay que poner en valor lo que la actividad de Airbnb aporta a Madrid y lo que podría perder si se rechazara. Debemos evaluarlo todo y buscar una buena solución. Y vaya por delante que no se trata de si esto es bueno o malo para Airbnb. Las empresas nos adaptamos. Lo importante es encontrar lo mejor para la ciudad.
«No se entiende que Madrid, una ciudad que se beneficia tanto del turismo y que aspira a acoger numerosos eventos, plantee una regulación tan restrictiva del alquiler vacacional»
P.- La animadversión hacia Airbnb, ¿es la misma en todos los países o es particularmente intensa en España?
R.- Occidente atraviesa una crisis de vivienda y en todos lados existe la tentación de buscar una explicación sencilla, pero digamos que el relato [del ACD como responsable de la carestía] ha alcanzado en España un protagonismo mayor. Es un error. Suelo citar a Henry Louis Mencken, un periodista americano que decía: «Para todo problema humano siempre hay una solución clara, plausible y equivocada». Es lo que está sucediendo. Se está dando a un asunto muy complejo una respuesta clara y equivocada, que busca más aplacar a la opinión pública que resolver nada.
P.- ¿Podría darse el caso de que Airbnb dejara de operar en España? No sería la primera representante de la economía colaborativa que se va por problemas regulatorios. Deliveroo ya renunció hace unos años a España por la «ley rider».
R.- No creo que ese escenario vaya a darse. Las empresas nos adaptamos. El alquiler vacacional es, además, una parte del negocio de Airbnb, también tenemos hoteles y otros tipos de alojamiento. La situación me preocupa más como madrileño y como español, por la pérdida de oportunidad económica que supone y porque no resuelve nada. En Barcelona llevan años con una política muy agresiva contra el ACD. Han reducido las licencias un 70% en el último lustro y, en ese mismo periodo, los alquileres han subido entre el 40% y el 50% y los precios de los hoteles, entre el 30% y el 35%. Ha sido un gigantesco experimento y, una vez realizado, deberíamos sacar las debidas conclusiones.
«Barcelona ha reducido un 70% las licencias de pisos vacacionales y los alquileres han subido el 50%. Ha sido un gigantesco experimento y es hora de sacar conclusiones»
P.- Los hoteleros os acusan de competencia desleal. Dicen que están obligados a cumplir unas exigencias de seguridad, higiene y accesibilidad que vosotros no respetáis.
R.- Hace tiempo aprendí que a nadie con un negocio establecido le gusta la llegada de un competidor nuevo, en BlaBlaCar incluso nos demandaron. Por eso no me sorprende que la resistencia de los hoteles, aunque hablamos de modelos distintos. El alquiler vacacional ha existido toda la vida, mis padres iban a Torrevieja en verano y cogían una casa. La novedad es que el negocio ha cambiado de dimensión. Respecto a la normativa de seguridad, las licencias de uso turístico establecen requisitos específicos. Si hay que mejorar algo, que se mejore, pero no debería servir de pretexto para acabar con toda una actividad.
P.- Todos estos requisitos burocráticos, ¿no tienen mucho de barrera de entrada?
R.- Las regulaciones han cumplido tradicionalmente la función de eliminar asimetrías de información. Las licencias de taxi, por ejemplo, surgieron para proteger al consumidor frente a la incertidumbre, porque al principio te estabas subiendo al coche de un extraño que no sabías ni cuánto te iba a cobrar ni por dónde te iba a llevar. La licencia actuaba como un certificado de garantía de que ese señor era de fiar y, si tenías alguna queja, podías denunciarlo. Ahora, gracias a la tecnología, esas asimetrías de información se ha reducido. En Airbnb contamos con sistemas de calificación, identificación de huéspedes y todo un marco legal civil para resolver conflictos.
«Podríamos ser un buen antídoto para la concentración, porque los hoteles tienden a ubicarse en las mismas zonas dentro de las ciudades»
P.- Los vecinos de algunos pisos turísticos se quejan del ruido.
R.- Tenemos una política de tolerancia cero con las fiestas. Si alguien eleva una protesta, se comprueba y, en caso afirmativo, podemos llegar a expulsar al huésped de la plataforma. Pero, de nuevo, tampoco hagamos un mundo de esos incidentes y no olvidemos que otras muchas actividades generan molestias. Cualquiera que haya compartido rellano con un piso de estudiantes sabe de qué hablo. La legislación civil proporciona mecanismos para resolver cualquier diferencia, pero si queremos ir más allá, adelante. Al Ayuntamiento de Madrid le hemos propuesto instalar detectores de ruido en las viviendas de uso turístico, pero aquí nos gusta por lo visto ir de un extremo al otro: de la ausencia de regulación a la prohibición total. Deberíamos buscar un punto medio.
P.- Al margen de toda esta problemática, el turismo está que se sale. España acaricia los 100 millones de visitantes y si el récord no cae este año, caerá el próximo.
R.- La afluencia de visitantes es una gigantesca oportunidad y creo que Airbnb puede ser un buen antídoto para la concentración, porque los hoteles tienden a ubicarse en las mismas zonas dentro de las ciudades. Lo único que hace falta es una legislación inteligente que ayude dispersar a los visitantes por toda la ciudad.
«Airbnb tiene una política de tolerancia cero con las fiestas. Si alguien eleva una protesta, se comprueba y, en caso afirmativo, se expulsa al huésped de la plataforma»
P.- A España se le reprocha que se ha especializado en un nicho de poco valor añadido: el sol y playa. ¿Cómo podemos escalar en la cadena de valor?
R.- Gran parte del sector se ha reorientado hacia el lujo, con villas exclusivas y similares, pero la verdadera aportación está en el segmento familiar. Es un turismo más tranquilo, cuyas estancias tienden a ser más largas. Los huéspedes de los hoteles, además, suelen quedarse en el resort, mientras que los de Airbnb se mueven por los barrios y gastan en los comercios locales. Todo ello anima la economía, reduce la congestión y contribuye a mejorar la imagen del turismo.
P.- ¿A qué atribuyes esta demonización? Lo que estamos viendo es auténtico odio.
R.- Es una pregunta que daría para una larga conversación. Mi tesis, muy resumida, es la siguiente. Hemos visto que en España los salarios prácticamente no se han movido en los últimos 15 o 20 años, mientras que los precios sí lo hacían. Añade a eso que mi generación se incorporó al mercado laboral durante la gran crisis financiera [de 2008] y sufrió casi a renglón seguido, el covid. Todo ello ha provocado una frustración gigantesca, pero en lugar de ofrecer soluciones, algunos políticos se han dedicado a buscar chivos expiatorios [como los inmigrantes que se quedan con nuestros trabajos y los turistas que nos arrebatan los pisos]. Finalmente, los medios de comunicación, espoleados por la competencia de las redes sociales, elaboran relatos cada vez más simplistas. Se trata de un cóctel explosivo.
«Los mileniales han empezado a mirar el futuro con pavor. Hay mucho miedo al fracaso, se ha roto el pacto tácito de que cada generación iba a vivir mejor que la anterior»
P.- Un amigo mío me decía el verano pasado que en Estados Unidos tienes una buena idea y te haces rico, pero que en España eso no pasa.
R.- Quizás eso fuera cierto antes, pero hoy ya no. En las dos últimas décadas, nuestro ecosistema tecnológico ha experimentado un salto enorme. Tenemos fondos de capital riesgo, incubadoras y algo que solemos olvidar: un talento realmente destacado. Como ingeniero, he visto a muchos colegas emigrar y ocupar grandes puestos en compañías internacionales. Airbnb tiene españoles en posiciones muy relevantes.
Donde flojeamos es en el terreno cultural. Hay mucho miedo al fracaso, una herencia psicológica de la crisis financiera [de 2008]. Recuerdo cómo, en medio de la recesión, el Gobierno invitaba a los jóvenes a emprender ante la falta de oportunidades laborales, y esa no es nunca una buena motivación. La gente debe lanzarse cuando tiene la idea y la determinación para ello, no cuando no le queda más remedio. Muchos de los que siguieron el consejo del Gobierno salieron escaldados, y eso ha dejado cicatrices. Leía hace poco que siete de cada 10 universitarios quieren ser funcionarios. Eso denota una terrible incertidumbre. En Futurofobia, Héctor García Barnés explica que los mileniales [nacidos entre 1982 y 1994] han empezado a mirar el porvenir con pavor. Se ha roto el pacto tácito de que cada generación iba a vivir mejor que la anterior.
«Aunque la IA se haga cargo de buena parte de la actividad productiva, el trabajo no desaparecerá. Lo necesitamos para dar sentido a nuestras existencias»
P.- Aquí hay partidos políticos que atacan a Amancio Ortega y a Juan Roig y que, en el mejor de los casos, piensan que los empresarios sois un bulto sospechoso.
R.- Me imagino que de todo habrá, pero los que yo he conocido eran individuos con ganas de sacar adelante un proyecto, que habían sufrido mucho para lograrlo y que cuando habían tenido que tomar decisiones difíciles, como despedir a un empleado, lo habían pasado realmente mal.
El problema de fondo es que esta aversión al empresario encubre una visión muy negativa de la economía, en la que a muchos les tiene que ir mal para que a unos pocos les vaya bien. Eso no tiene por qué ser necesariamente así. Yo creo que es posible una sociedad en la que a todos nos vaya bien.
P.- En tu pódcast planteas la posibilidad de una inteligencia artificial superior a la humana. Si eso ocurriera, ¿qué haríamos los humanos? ¿Viviríamos en un crucero permanente, como en Wall-E, o subyugados, como en Matrix y Terminator?
R.- Ese episodio del pódcast lo grabé hace cuatro o cinco años, mucho antes de la actual fiebre de ChatGPT. Exploraba las posibilidades de alcanzar una inteligencia artificial general con capacidades humanas. Muchos teóricos creen que, a partir de ese instante, será cuestión de tiempo que las máquinas aprendan por sí solas y nos superen. ¿Qué pasará a continuación? No tengo una bola de cristal. Por un lado, creo que la transición será más lenta de lo que imaginamos. Y por otro, últimamente reflexiono mucho sobre el «síndrome de Númenor» [un reino imaginario de El Silmarillion de J. R. R. Tolkien, cuyos habitantes se alían con el malvado Sauron para obtener la inmortalidad y acaban destruidos] y lo importante no es vivir eternamente, sino hacer cosas. Aunque la IA se haga cargo de la actividad productiva, el concepto de trabajo persistirá, porque lo necesitamos para dar sentido a nuestras existencias, para contrarrestar esa sensación de absurdo que muchos experimentamos al no saber por qué estamos aquí ni cuánto durará esto.
«Vamos hacia una realidad más experiencial, en la que las máquinas no son tan buen sustituto. Yo no quiero que un robot me dé un masaje»
P.- Justamente [John Maynard] Keynes pronunció una conferencia aquí en la Residencia de Estudiantes que se llamaba «Las posibilidades económicas de nuestros nietos», donde planteaba que una vez resuelto el problema económico fundamental de la escasez, nos enfrentaríamos al auténtico desafío: ¿qué hacemos con tanto tiempo libre?
R.- Tenía razón. En la sociedad que hemos construido, nuestra identidad está muy ligada al trabajo, pero no creo que vayamos a perderlo nunca. Primero, porque los luditas tienen un pésimo historial de predicciones: según ellos, el mundo se debería haber acabado varias veces, pero siempre conseguimos reinventarnos. Y luego, porque evolucionamos hacia una realidad más experiencial, en la que las máquinas no son tan buen sustituto. Yo no quiero que un robot me dé un masaje, me pinte un cuadro o me cuente una historia, por más que pueda hacerlo.
A mí no me inquieta tanto el destino final como el ritmo del viaje, que parece mayor del que nos convendría. Mi pódcast está dedicado al aprendizaje continuo en parte porque soy muy curioso, pero también porque los cambios de paradigma se han acelerado y la humanidad ha pasado de tener varias generaciones para asimilar cada revolución a asimilar varias revoluciones en cada generación.
«La idea del kaizen es simple: mejorar un poquito cada día, un 1% por ejemplo. Parece poco, pero la magia del interés compuesto lo convierte en algo enorme al cabo del tiempo»
P.- ¿Por qué le pusiste Kaizen a tu pódcast?
R.- Es una metodología de mejora continua que inventaron en Toyota y que en parte explica por qué ha acabado siendo líder mundial en automoción. La idea del kaizen es simple: mejorar un poquito cada día, un 1% por ejemplo. Parece poco, pero la magia del interés compuesto lo convierte en algo enorme al cabo del tiempo.
P.- ¿Y cómo se te ocurrió hacer un pódcast?
R.- En BlaBlaCar estaba tan enfocado en el día a día, que sentí que me había estancado. ¿Y qué mejor manera de obligarme a seguir progresando que montar un programa en el que semanalmente tuviera que estudiar un tema y, a continuación, exponérselo al público? Ese fue el propósito inicial, pero se me ha ido claramente de las manos. Llevo ya seis años y el pódcast ha acabado entre los 100 más escuchados de España.
P.- ¿Sigues pensando que, como dices en tu libro, la realidad no existe?
R.- Es un título deliberadamente provocador. Por supuesto que existe una realidad, pero está muy distorsionada, para empezar, por nuestros propios sentidos: hay una enorme porción de espectro electromagnético que no percibimos, apenas vemos unos pocos colores. Y luego nuestra psicología está sujeta a multitud de sesgos y es más proclive a las narrativas que a los datos. Nuestras convicciones tienen, en suma, los pies de barro y lo que intento explicar es que habrá una realidad, pero seguramente no sea ni la que yo tengo en mente ni la que tienes tú, y la mejor forma de alcanzarla es buscando verdades colectivas mediante el diálogo y el debate.