Por qué tantos americanos admiran a Trump
El gestor de patrimonios Barry Ritholtz advierte que la estupidez no está en absoluto reñida con la riqueza

Como revela esta imagen de un mitin, para algunos de sus seguidores, Donald Trump es una especie de superhéroe, y no es de extrañar: él mismo está convencido de ello. | Paul Hennessy (Zuma Press)
Mientras muchos españoles sienten aversión por los millonarios, a los estadounidenses les pasa lo contrario: los idolatran. Razonan, no sin cierta lógica, que si han ganado tanto dinero, será porque han hecho algo de mérito, y ciertamente hay casos documentados: Thomas Alva Edison, Steve Jobs, Amancio Ortega… Pero el gestor de patrimonios Barry Ritholtz advierte de que la estupidez no está en absoluto reñida con la riqueza. En su libro How Not to Invest (Cómo no invertir) pone el ejemplo de una respetada familia que anotó una especie de hat trick: apostó sucesivamente por Enron, Madoff y FTX.
Ritholtz recoge también las andanzas de un administrativo (al que pudorosamente llama Joe) que, a finales de los 90 y a partir de los comentarios que escuchaba en la máquina del café, colocó sus ahorros en un puñado de firmas tecnológicas, dos de las cuales resultaron auténticos pepinos. Su cartera se multiplicó por 10 en pocos meses, sus compañeros lo jaleaban como un nuevo genio de las finanzas e incluso estuvo tentado de dejar su empleo para dedicarse a la bolsa a tiempo completo. Por suerte, no lo hizo, porque el estallido de las puntocom lo devolvió a su humilde posición de partida.
Las reflexiones de Ritholtz no pueden ser más oportunas, porque suscitan una interesante cuestión. ¿En qué liga milita Trump: en la de Edison o en la de Joe?
La ciega fortuna
Trump no se corta cuando le preguntan por su situación patrimonial. «Soy verdaderamente rico», admite. De acuerdo con sus explicaciones, ha convertido un negocio muy pequeño «en una compañía que vale muchos, muchos miles de millones de dólares. Y lo digo —añade— porque este es el tipo de mentalidad, el tipo de pensamiento que necesita este país».
Parece, sin embargo, «más plausible que deba su patrimonio a un único factor: la ciega fortuna», opina el columnista de Time Cody Cain. ¿En qué basa semejante maledicencia?
Para empezar, en donde lo soltó la cigüeña. Fred Trump, su padre, ya era un empresario de éxito. Había desarrollado promociones en Brooklyn y Queens y facilitó a su hijo la operación que dio pie a su leyenda: el hotel Grand Hyatt de la calle 42, en pleno corazón de Manhattan. «Simplemente —alega Cain— entró en un negocio familiar establecido».
Al compás del mercado
Ya, pero ¿no ha levantado con el sudor de su frente un imperio a partir de unos modestos orígenes?
Bueno, los orígenes no eran tan modestos. Se calcula que Fred Trump construyó más de 27.000 apartamentos. Y tampoco hizo falta tanto sudor. «[Donald] Trump comenzó su carrera —cuenta Cain— justo en el momento en que el país emergía de la recesión [provocada por los dos choques petrolíferos]. La economía experimentó un auge [en los años 80] que incluyó una burbuja de activos de lujo, en gran medida como consecuencia de las rebajas fiscales de Ronald Reagan».
Igual que Joe fue catapultado a la riqueza por la primera ola de internet, Trump se benefició de un boom inmobiliario.
Luego, cuando en los años 90 la construcción se dio la vuelta, Trump sufrió un revolcón importante. Y cuando la construcción resurgió de sus cenizas, también lo hizo Trump, que aprovechó para escribir The Art of the Comeback (El arte del regreso), en el que se pone por las nubes, a pesar de que todo su mérito ha consistido en acompañar fielmente las oscilaciones del mercado.
Malas decisiones
De hecho, su trayectoria está jalonada de «decisiones horribles», según Cain.
Compró el hotel Plaza de Manhattan en octubre de 1988, justo antes de que los precios se desmoronaran, y montó una sociedad hipotecaria, Trump Mortgage, en vísperas del estallido de la burbuja de 2008. Tampoco le ha ido bien las ocasiones en que ha intentado diversificar fuera del inmobiliario. Los casinos que montó en Atlantic City quebraron, la aerolínea Trump hubo que liquidarla para pagar a los acreedores y la Universidad Trump cerró en medio de demandas por fraude.
No parece la biografía de un lince de los negocios.
SuperTrump
A finales de 2021, la revista Forbes calculó que si se hubiera limitado a colocar la herencia de su padre en un fondo indexado, Trump habría acabado con más dinero del que tenía en aquel momento. Por eso los periodistas del New York Times Susanne Craig y Russ Buettner le dedicaron en setiembre pasado el libro Lucky Loser (Afortunado perdedor), que lleva un subtítulo esclarecedor: «Cómo Donald Trump despilfarró la fortuna familiar mientras creaba una ilusión del éxito».
Ese ha sido seguramente su principal acierto: la gestión de imagen, algo a lo que han contribuido su paso por el concurso televisivo The Apprentice, la costumbre de poner su nombre con letras de molde doradas a todos sus edificios y, en general, su absoluta falta de modestia.
A finales de 2022, incluso lanzó una colección de cromos en los que aparecía encarnando a diferentes superhéroes. Muchos se rieron con aquel alarde de vanidad infantil. Después de todo, los americanos dicen que la inteligencia es como la ropa interior: es importante llevarla, pero no siempre conviene exhibirla. A Trump no le importa y, en ese sentido, sí que se parece a Superman. Los dos llevan los calzoncillos por fuera.