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Economía

'Exits': la otra gran trampa del emprendimiento digital

Vender una empresa significa a menudo transferir la toma de decisiones a inversores extranjeros y perder empuje local

‘Exits’: la otra gran trampa del emprendimiento digital

Muchos emprendedores esperan el 'exit' como su manera de alcanzar el ansiado múltiplo. | Pressfoto (Freepik)

En la jerga del emprendimiento, un exit retrata el momento en que los fundadores, inversores y accionistas venden total o parcialmente su participación en la empresa, logrando así el ansiado retorno económico que cierra el círculo del capital riesgo. No existe, en la literatura del ecosistema, un hito superior. 

Las formas más comunes del exit son la adquisición (un pez más grande se come al pez chico), la fusión (los accionistas reciben efectivo o acciones de la compañía resultante), una IPO (initial public offering o salida a bolsa) o una venta secundaria de acciones (por ejemplo a través de una ronda posterior donde los accionistas colocan sus acciones a otros inversores y la empresa sigue operando). El emprendedor aguarda este momento como una recompensa a sus años de trabajo y penurias. A veces, con ese dinero impulsa un nuevo proyecto. Al inversor no hay mecanismo que le tiente más: el exit es su forma de alcanzar el ansiado múltiplo. 

Al igual que ocurre con el culto a las rondas, consideradas por muchos emprendedores un triunfo en sí mismas, al exit se le atribuyen propiedades casi milagrosas. Y, sin embargo, hay una serie de matices que oscurecen esa aparente victoria. Lo es, sin duda, para quien recibe el dinero, ese fundador que en paralelo podría quedar huérfano, pues la misión y las decisiones estratégicas de la startup, incluso si sigue como CEO, deberán superar siempre el filtro de los nuevos propietarios. El negocio adquirido puede desdibujarse como una línea más de producto en un conglomerado empresarial. La rentabilidad quizás invite al abandono de ciertos mercados y usuarios. Variarán igualmente las filosofías de fidelización del cliente y la conexión con el territorio local donde esa firma nació, medró y se consolidó. 

Si la exitosa y exitada empresa pasa a manos de fondos u organizaciones extranjeras, la propiedad intelectual, el talento y la riqueza generada quedarán controlados desde fuera y las ganancias futuras, que podrían haberse reinvertido en el ecosistema doméstico, terminan aterrizando en otros mercados. Nada impide al dueño, en los casos más drásticos, cerrar el negocio o llevárselo a otro país. 

Asimismo, la trampa del exit consiste en crear una perversa motivación: fundar una startup para venderla, no para perdurar. En este cajón caben trucos como el copiar y pegar modelos ideados en Silicon Valley, inflar las métricas para encadenar rondas o armar una empresa no para resolver problemas a largo plazo, sino para colocarse muy rápido en el escaparate. Si un empresario responde a este perfil, corre el riesgo de convertirse en un hámster rico correteando en la rueda del emprendimiento para que otros terminen explotando el negocio. Tal vez a esta figura anónima eso no le importe en absoluto, pero a veces la semilla de una pequeña firma tecnológica termina deparando un bosque como el de Samsung, cuyos comienzos fueron humildes (nace en 1938 como exportadora de pescado, fideos y verduras a China). 

Existe otro camino

El exit no es un desenlace inevitable si las cosas van bien. Aunque parezca increíble, los fundadores pueden optar por no vender ni depender de las rondas para crecer. Se llama crecimiento sostenible y generación de ingresos. O centrarse en el cliente y no en el inversor. Además, en lugar de ceder una cuota de la empresa a actores externos, se pueden ofrecer acciones a los empleados (stock options). La startup, por otra parte, quizás prefiera ser pequeña, eficiente y rentable, sin perseguir métricas locas y aportando a la plantilla un buen equilibrio entre la realización profesional y la calidad de vida. Cabe incluso el exit to community, o la transferencia de la propiedad paulatinamente a quienes usan el servicio o producto, inspirándose por ejemplo en Patagonia. Poderoso caballero es don Dinero, decía Quevedo sin tener en cuenta la estupenda variedad del género humano. 

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