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Economía

El oro viaja en avión (y rápido): por qué con su subida de precio hay más volando que en tierra

El transporte de oro en aviones comerciales es uno de los negocios más lucrativos de las compañías aéreas

El oro viaja en avión (y rápido): por qué con su subida de precio hay más volando que en tierra

Onzas de oro.

Cuenta la leyenda que, cuando el Sha de Persia abandonó el actual Irán en una huida precipitada, su 747 llevaba tanto oro cargado que apenas pudo despegar. Es posible que hoy, con el alza de los precios del metal, esté ocurriendo algo parecido, porque el oro jamás ha volado tanto.

Y es que, cada día, sin que los pasajeros lo sepan, despegan aviones repletos de oro. No es una figura retórica ni una conspiración moderna. Se trata de una operación global, regulada y sistemática, donde cientos de millones de dólares en lingotes cruzan océanos —en especial el Atlántico— dentro de contenedores herméticos. Bajo los pies de quienes cenan arroz con pollo en clase ejecutiva, o ven una comedia en la fila 34, viaja un tesoro tan real como discreto.

El oro se mueve físicamente porque el sistema financiero lo necesita cerca, a mano, en las bóvedas correctas y en los formatos adecuados. Y en este juego, los vuelos comerciales cumplen un papel clave: son los transportistas inopinados de cajas anónimas que lo contienen.

El oro conserva su lugar como activo refugio. En tiempos de inflación, guerras o incertidumbre, muchos prefieren un lingote antes que un bono. Así, bancos centrales, fondos de inversión y grandes fortunas siguen apostando por él. Para cubrir esas apuestas, el metal debe estar donde corresponde: en Nueva York, Londres, Zúrich o Dubái.

El arbitraje es la primera razón del transporte aéreo de oro. Si en Nueva York el precio supera al de Londres, el negocio resulta obvio: comprar barato, fundir, recalificar y hacer volar ese oro hasta el destino donde se pague más. Todo ello bajo una regla no escrita: velocidad absoluta.

Ni los trenes cruzan océanos ni los barcos llegan a tiempo. El mercado no espera. Por eso, empresas como JP Morgan movilizaron miles de millones en oro durante el primer trimestre de 2025. El desfase de precios, causado por aranceles y miedo financiero, abrió una ventana de oportunidad, y el cielo se llenó de lingotes.

Zúrich, capital oculta del oro

Casi todo vuelo con oro y destino a Nueva York hace una escala invisible en Suiza. Allí, refinerías especializadas convierten los lingotes de 400 onzas troy —el patrón específico de Londres— en barras de 100 onzas, estándar en el mercado estadounidense. El oro no puede aterrizar tal cual; debe cumplir con el formato, el peso y la pureza exacta que exigen las bóvedas de la Reserva Federal.

El oro suizo nace en hornos cerrados y moldes precisos. Luego se enfría, se pesa y se empaqueta. Sin logotipos. Solo etiquetas alfanuméricas que permiten su rastreo y certificación. Los contenedores sellados no despiertan sospechas, y nadie hace preguntas. Parecen cajas de repuestos o equipos técnicos. No brillan, no anuncian su contenido, y podrían pasar por cualquier producto vendido por Amazon.

Compañías de transporte de seguridad se encargan del traslado desde la refinería hasta el aeropuerto. Los vehículos blindados recorren rutas definidas bajo un control de grado militar, e incluso la policía acompaña algunos trayectos. Los márgenes de tiempo se reducen al mínimo: cuanto menos expuesto, mejor.

Aerolíneas con carga dorada

En la pista de Zúrich, el oro no entra por la terminal. El camión lo entrega directamente al avión. Allí, el personal lo carga en la sección VAL, una parte especial de la bodega destinada a objetos de alto valor. Para los pilotos, ese oro no cambia nada. No emite radiación ni requiere trato especial. Solo pesa.

Swiss International, Lufthansa o British Airways transportan oro cada semana. Tampoco lo hacen por amor al arte. Una carga valiosa puede valer más que todos los pasajeros de clase económica juntos. Algunas aerolíneas incluso tienen departamentos internos dedicados a este tipo de carga. Lo hacen por rentabilidad, que esto es un negocio.

Durante el vuelo, nadie lo vigila. No hay cámaras ocultas ni agentes secretos. La seguridad la dicta el mismo protocolo. El oro se rastrea a cada paso, pero sin alarmas innecesarias. Después de unas horas en el aire, el contenedor aterriza y sigue camino hacia su nueva bóveda.

En Nueva York, la logística se repite a la inversa. Camiones blindados recogen la carga directamente en pista, con otra escolta y otro traslado veloz. Esta vez, el destino final puede ser la Reserva Federal o las cámaras de custodia de JP Morgan, HSBC o Bank of America. Todo el proceso dura menos de 12 horas: desde la fundición en Suiza hasta la llegada al depósito en Manhattan. Esa rapidez garantiza el cumplimiento de contratos. Si el oro no llega a tiempo, los millones pueden convertirse en pérdidas.

Riesgos, robos y límites

Transportar oro exige seguros a medida, y no hay pólizas genéricas. Cada envío tiene una cobertura específica, adaptada a la ruta, el operador y el clima geopolítico. Lloyd’s, AXA o Allianz dominan este mercado. A veces, el límite no lo marca el avión, sino la póliza. En muchos casos, no se permite más de 500 millones de dólares por vuelo.

Cuando ese tope se supera, las empresas dividen la carga entre varios vuelos. Así evitan depender de un único trayecto. Y, aunque lo parezca, no es paranoia. En 2023, en Toronto, ladrones disfrazados de personal de carga robaron cinco toneladas de oro tras un vuelo de Air Canada. La aerolínea solo declaró un valor simbólico, lo que limitó su responsabilidad a 18.000 dólares canadienses (12.240 euros al cambio de hoy).

También hubo errores. En Rusia, en 2018, un avión perdió nueve toneladas de metales preciosos durante el despegue. O en 1999, el vuelo Swiss Air 111 se estrelló con 50 kilos de moneda a bordo, junto a obras de arte y piedras preciosas.

Zúrich no es el único nodo. También lo son Londres, Dubái, Johannesburgo o Hong Kong. El oro de Sudáfrica vuela a Europa, el de Australia viaja a Asia, el de India a menudo pasa por Emiratos Árabes. En muchos casos, también se utiliza aviación privada para garantizar discreción absoluta.

Un sistema muy del siglo XXI con alma del XIX

En un mundo donde el dinero cambia de dueño en milisegundos y donde los algoritmos dominan las operaciones bursátiles, el oro sigue viajando a la antigua. Se funde, se pesa, se sella, se transporta y se guarda. Ninguna blockchain lo ha reemplazado, ninguna criptomoneda lo ha enterrado. El oro mantiene su peso, su mística. Su valor ha ido al alza en los últimos años, y se cree que irá más allá.

Volamos sobre oro sin saberlo. En cada trayecto entre Zúrich y Nueva York, quizás haya 500 millones de dólares al lado de nuestras maletas. Ese metal dorado aún sostiene una parte del sistema sin hacer ruido, sin ocupar titulares. Pero con una fuerza que ninguna otra reserva de valor puede igualar.

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