¿Volverá la espalda Europa a las 'big tech' de EEUU ahora que se militarizan?
Empresas y consumidores de la UE lo tienen difícil: sus entornos dependen digitalmente de Silicon Valley

Ilustración con los logotipos de las 'big tech' más importantes de EEUU. | Andre M. Chang (Zuma Press)
Dos conceptos toman cuerpo en la carrera innovadora a raíz del escenario de inestabilidad que vive hoy la comunidad internacional, sumida en conflictos enquistados en Ucrania y Oriente Próximo. Uno es el de la guerra híbrida, donde al choque tradicional de fuerzas armadas se suman pulsos menos convencionales como los ciberataques, el sabotaje o las fake news. Y el otro son las tecnologías duales, aquellas que permiten tanto usos civiles como militares.
Un ejemplo de este segundo bloque sería la inteligencia artificial, útil en decenas de sectores, capaz de mejorar la productividad de las empresas, la precisión de la medicina y las inquietudes de miles de jóvenes incapaces de comunicarse con amigos antes que con máquinas; pero también aplicable en sistemas de armamento autónomo o inteligencia militar. Algo similar sucede con los drones, los satélites o la biotecnología.
Se ha recordado en innumerables ocasiones que el origen de Silicon Valley, cuna de las big tech de Estados Unidos, estuvo en ciertas decisiones políticas. En el contexto de la Segunda Guerra Mundial, Vannevar Bush convenció a Franklin D. Roosevelt de que el aparato gubernamental era harto ineficiente para ocuparse del asunto bélico, de modo que se optó por un esquema diferente. Serían los científicos académicos los responsables de encontrar soluciones a los problemas expresados por el estamento militar y el testigo pasaría luego a empresas como Western Electric, GE, RCA, Dupont, Monsanto, Kodak, Zenith, Westinghouse, Remington Rand y Sylvania para la fabricación a gran escala. Con la guerra finiquitada, todos esos avances aterrizaron en el mercado y muchas universidades de primer orden se consagraron en el rol de hubs de I+D+i.
Ahora se registra un movimiento a la inversa: son las propias big tech -empresas como Google, Meta, Microsoft y OpenAI– las que aportan soluciones al ejército estadounidense en plena era Trump. Ese trasvase ha implicado en las últimas semanas un hecho tan singular como que varios directivos de las grandes compañías californianas hayan asumido cargos militares en la Administración federal. A este fenómeno se suma el acceso a contratos públicos multimillonarios para poner al servicio de EEUU las últimas soluciones tecnológicas, con especial protagonismo de la IA generativa.
¿Dilema moral?
Este alineamiento coloca de inmediato a las compañías europeas y a miles de usuarios y consumidores ante una encrucijada. ¿Es moralmente aceptable utilizar servicios de empresas alineadas con los fines militares de EEUU en un tiempo —el de Donald Trump— marcado por los constantes giros de guion, las amenazas y el expansionismo? Para las empresas que forman la otra mitad de un B2B (business to business), renunciar a la nube de Google o al entorno de trabajo de Microsoft Office es prácticamente imposible, aunque en la UE haya alternativas como la española Internxt, que en esencia replica el ecosistema de Google con una capa extra de seguridad.
El 75% de los europeos siente que las empresas tecnológicas tienen demasiado control sobre sus datos personales, según un estudio de YouGov. Si a este descontento se suma el factor militar y esa tecnología termina aplicándose, de hecho, en un conflicto internacional, cabe cuestionarse qué camino tomará el ciudadano. Uno puede dejar de comprar un Google Pixel, pero, ¿puede dejar de usar Gmail, Excel o Word? Peor aún lo tiene ese individuo anónimo cuando se plantee un boicot a ChatGPT, Copilot o los asistentes de Meta. La única tercera vía es Mistral (Francia), una herramienta sólida que, sin embargo, todavía resulta bastante desconocida para el gran público. Aunque los hábitos digitales son difíciles de extirpar, todo es cuestión de ponerse. Quizás esta sea otra gran razón para que la UE ahonde en su afán por la soberanía tecnológica.