La reventa como improbable superhéroe de la música en vivo
«Una teoría valora la capacidad del mercado secundario para absorber los efectos en conciertos y festivales de una posible recesión económica global»

Un concierto de Taylor Swift. | Europa Press
La música en vivo va bien. De momento. Nos sigue fascinando la emoción del directo hasta el punto de gastarnos unos buenos euros en ver a nuestros cantantes o grupos favoritos. La cuestión es si esa fascinación aguantaría los quebrantos económicos que anuncian los ya archifamosos aranceles. En momentos de incertidumbre, los reventas, normalmente villanos de la película, se podrían convertir en paradójicos salvavidas de la industria.
Pero vayamos por parte. De momento, la cosa va bien. La Asociación de Promotores Musicales (APM) presentó en marzo su Anuario de la Música en Vivo en un ambiente de euforia: «Tras un 2023 histórico en el que la facturación alcanzó los 578.995.737 euros, la tendencia al alza se mantiene por tercer año consecutivo. En 2024, la línea de facturación en venta de entradas en la música en vivo ha alcanzado los 725.609.673 euros, estableciendo un nuevo récord y consolidando el crecimiento del sector». La Comunidad de Madrid se situó a la cabeza con 185 millones, un incremento del 96.04% con respecto a 2023 hasta copar el 25.55% de entradas del país.
La música en vivo se trata de una industria consolidada a lo largo de los años. El informe de la Esden Business School, centrado en el nicho más concreto de los festivales, resulta muy significativo: entre 2010 y 2025, se proyecta un crecimiento del 93% en el número de festivales en España, pasando de 450 en 2010 a más de 1.000 esperados para 2025. El estudio sostiene que «el éxito de los festivales actuales reside en su capacidad de ir más allá de la mera oferta musical para convertirse en experiencias personalizadas con un alto impacto turístico y cultural».
Eventos como Arenal Sound, Primavera Sound, Viña Rock, Mad Cool o Sónar, dicen, «no solo atraen a cientos de miles de asistentes, sino que también generan un impacto económico multimillonario». Se trata de un «entorno propicio» que «ha captado la atención de grandes marcas. Compañías como Coca-Cola (48 festivales patrocinados en 2024), Repsol (37 festivales patrocinados en 2024) y diversas cerveceras lideran el patrocinio. Un total de 141 festivales fueron patrocinados por marcas de cerveza en 2024, lo que representa un 27% de participación en el patrocinio musical total del sector».
Pero el negocio tiene sus puntos débiles. Hay, por ejemplo, cierta alarma de desafección por las quejas sobre los precios. Un artículo de Emily Stewart para Business Insider sostiene que «la fusión Ticketmaster–Live Nation, el auge de la reventa y la dependencia de las giras para generar ingresos hacen que ver a tu artista favorito sea un lujo». La fusión del gigante de la venta de entradas con Live Nation en 2010 ha estado, de hecho, bajo un enorme escrutinio, incluido el del Departamento de Justicia de EEUU por monopolio. Y Stewart también tiene en cuenta la necesidad de los músicos de ingresar por estos menesteres porque las tradicionales ventas de discos han pasado a mejor vida con internet.
La tercera cuestión, la reventa, no debería tener vuelta de hoja. «El mercado primario puede ser una experiencia dolorosa para artistas, locales y fans, pero ese dolor se agrava en el mercado secundario. Muchas personas han tenido la experiencia de ir a internet para ver todas las entradas de un evento agotarse casi de inmediato en el mercado primario y, de repente, aparecer en sitios de reventa a precios exponencialmente más altos», dice Stewart. Sin embargo, a continuación admite que, como revela Pollstar, los precios de las entradas estaban «cayendo un poco este año» (el artículo es del 6 de julio), y lo explica, en buena parte, porque «la economía está inestable. La gente está ansiosa por los aranceles y la posibilidad de una recesión».
En ese contexto, The Economist le ha dado un giro curioso a esta intersección entre precio y reventa. En un artículo titulado La música en vivo parece a prueba de recesión. Gracias a los revendedores de entradas desarrolla la teoría de que, “cuando la demanda se suaviza, el mercado secundario absorbe el dolor”. Recuerda que durante las tres recesiones anteriores en Estados Unidos, “el entretenimiento en vivo se mantuvo a flote incluso cuando el gasto en otras formas de entretenimiento disminuyó, según Goldman Sachs”.
Entre las causas de esta resiliencia estaría el hecho de que «los conciertos se infravaloran deliberadamente para asegurar que los verdaderos fans —jóvenes y modernos, pero sin dinero— lleguen al público junto a los veteranos ricos y los aburridos de la hostelería corporativa. Los revendedores se aprovechan comprando entradas con antelación y luego revendiéndolas al precio real de equilibrio del mercado».
Por eso prosperan en tiempos de vacas gordas. En 2019, por ejemplo, Live Nation aseguró que el aumento promedio de los precios de las entradas en el «mercado secundario» en Estados Unidos fue del 70%, lo que proporcionó a los revendedores una ganancia de 1.300 millones de dólares: más que el beneficio operativo de Live Nation ese año. Pero, matiza el rotativo británico, «cuando la demanda disminuye, los promotores son los primeros en notarlo. Su fondo de beneficios multimillonario protege, en efecto, al mercado primario de las caídas del gasto del consumidor». Y, según Stephen Laszczyk y Antares Tobelem, de Goldman Sachs, «en caso de recesión, cabría esperar que el mercado secundario absorbiera la mayor parte de la presión sobre la demanda marginal, aislando así la rentabilidad subyacente de la industria de la música en vivo».
Ponen el ejemplo del sonado regreso de Oasis: “”Con las entradas ya agotadas en el mercado principal, los hermanos Gallagher no tienen de qué preocuparse. Son quienes intentan ganar dinero en el mercado secundario quienes tendrán que adaptarse». Efectivamente, los conciertos que tuvieron lugar después de la publicación del artículo han sido un éxito. Los que han tenido que apretarse el cinturón han sido los reventas.
Cuando las cosas vienen mal dadas, los intermediarios (no los llamaremos parásitos) de la economía en general deberían ser los primeros en perder margen.