The Objective
La otra cara del dinero

La compleja relación entre inmigración y crimen

Aunque ha sido abordada en profundidad, los estudios arrojan resultados contradictorios, que varían de un país a otro

La compleja relación entre inmigración y crimen

La patrullera Calíope traslada al puerto de la Restinga (El Hierro, Canarias) a más de 300 migrantes rescatados en alta mar. | Antonio Sempere (Europa Press)

A un joven del pueblo donde veraneo lo han sorprendido meándole el coche a otro joven del pueblo de al lado.

No voy a decir que en esta zona de España sea una tradición mear la propiedad ajena, tanto mobiliaria (coches, motos y bicicletas) como inmobiliaria (paredes, puertas y ventanas), pero en época de feria no es excepcional. En la semana que va del chupinazo a la traca final, lo primero que hacemos cada mañana es regar generosamente la acera de delante de casa, para arrastrar la mugre y rebajar el olor a orines que ha dejado la alegre muchachada la noche anterior.

La novedad en esta ocasión es que cuando el dueño del coche y sus amigos se abalanzaron sobre el joven del pueblo donde veraneo, este tiró de navaja y alcanzó presuntamente a uno en el abdomen y a otro en una pierna.

La Guardia Civil no ha tardado en detenerlo y se encuentra custodiado en un hospital, porque también debió de recibir lo suyo. Mis sobrinas lo conocen de vista. Han colgado una foto en el chat familiar y todos hemos coincidido en que no puede tener un aspecto más inofensivo: paliducho, mentón hundido, gruesas gafas de miope… Dados sus inequívocos rasgos caucásicos, los políticos y los medios han olvidado rápidamente el incidente.

¿Pero se imaginan que hubiera sido magrebí?

El arte de perfilar

Durante los años de plomo, cuando después de un atentado sacaban la foto del etarra sospechoso en el Telediario, sus vecinos comentaban con genuina sorpresa: «Pues era un chico de lo más formal, daba siempre los buenos días y te sujetaba la puerta del ascensor».

A nuestro cerebro le encanta establecer patrones. Si alguien pone bombas lapa tiene que ser maleducado y si lleva gruesas gafas de miope es inofensivo. Esta asociación entre los actos de una persona y su carácter es la base de la perfilación criminal, una técnica que ha dado pie a un sinnúmero de películas. Seguro que han visto alguna. La trama arranca cuando dos detectives acuden desesperados a un psiquiatra para que los ayude a capturar a un asesino en serie que tiene aterrorizada a la ciudad de Wichita, Kansas. Ha apuñalado a una joven, estrangulado a otra y torturado y matado a los cuatro miembros de una familia.

El psiquiatra explica a los agentes que, después de recorrer varias prisiones federales entrevistando a la peor gentuza, ha llegado a la conclusión de que hay dos tipos de homicida: el organizado y el desorganizado.

El organizado es inteligente y culto, se siente superior a los demás y planifica cuidadosamente sus acciones. El desorganizado carece de atractivo social, es huraño e improvisa sobre la marcha. Dada la diversidad de víctimas y escenarios, el asesino de Wichita encaja claramente en la segunda categoría y el psiquiatra recomienda a los policías que centren sus pesquisas en un lobo solitario, de clase media-baja, que vive con sus padres y guarda una tonelada de pornografía en el armario.

Les suena, ¿verdad? Pues no es una película. Es un suceso real y, como cuenta Malcolm Gladwell en Mentes peligrosas, el criminal resultó «un pilar de su comunidad, presidente de su congregación, esposo y padre».

Pensar deprisa, pensar despacio

«Las personas no somos […] robots que se gobiernan por la lógica y las probabilidades, sino que usamos atajos imbricados en nuestra mente ancestral», escribe Kiko Llaneras.

Pensar deprisa nos fue de gran utilidad mientras nos dedicábamos a masticar raíces en la sabana africana, donde las opciones eran limitadas: corre y vive otro día o quédate a mirar y sirve de aperitivo a un león. Golpear primero y preguntar después era una respuesta adecuada ante la irrupción de un extraño, porque existía una elevada probabilidad de que intentara quedarse con nuestra escasa provisión de tubérculos.

Aunque el mundo se ha vuelto desde entonces mucho más complejo y podemos (y debemos) pensar despacio, nuestro cerebro sigue perfilando.

Insiste, por ejemplo, en que las mujeres conducen mal, a pesar de que el riesgo de morir cuando una mujer va al volante es un 28% menor. O en que la democracia es incompatible con el islam, a pesar de que la nación musulmana más populosa, Indonesia, es una democracia. Igual no es un régimen modélico, pero en el Democracy Index que elabora The Economist figura a la altura de Colombia y muy por encima de Paraguay, Perú y Ecuador, y a nadie se le ocurre decir que la democracia no es para los iberoamericanos.

Desconfíe de las apariencias

No quiero aburrirles con más estadísticas, pero otro de esos atajos imbricados en nuestra mente ancestral es la xenofobia.

«Aunque la relación entre inmigración y delincuencia ha sido abordada en profundidad —escriben los investigadores Mario Coccia, Ellen G. Cohn y Suman Kakar—, los estudios arrojan resultados a menudo contradictorios». En Alemania y los Países Bajos está vinculada con mayores niveles de violencia, pero en Italia el efecto se da únicamente para algunos delitos. En Australia y Canadá, por su parte, «las tasas de criminalidad entre los inmigrantes no son significativamente mayores que entre los nativos» y, en Estados Unidos, la evidencia es la opuesta: las ciudades que más inmigrantes acogen son «las que han experimentado algunas de las mayores reducciones de delincuencia».

¿Y cómo están las cosas en España?

A pesar de que los extranjeros pasaron de cuatro a siete millones entre 2005 y 2025, la tasa de criminalidad ha caído de 49,5 delitos por cada 1.000 habitantes a 40,6. Es verdad que los forasteros están sobrerrepresentados en las cárceles (en 2023 suponían el 12,7% de la población española y el 31,2% de la reclusa), pero podría deberse a que entre ellos abundan los jóvenes y las personas en riesgo de exclusión, dos colectivos más proclives a la transgresión. «La relación entre inmigración y crimen —concluyen Coccia et al— es extremadamente compleja y puede requerir no solo una mayor investigación, sino también una revisión teórica».

Entre tanto, desconfíe de las apariencias y, si sorprende a alguien meándole el coche, póngase de perfil y silbe, aunque lleve gruesas gafas de miope.

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