Arde París
‘El Gris importa’ repasa la tradición francesa de la revuelta y analiza las causas de la actual crisis fiscal en Francia
¿Arde París? es el título de una novela de Dominique Lapierre y Larry Collins que relata las horas previas a la liberación de agosto de 1944.
Los alemanes han perdido la batalla de Normandía, el camino hasta la capital francesa ha quedado expedito y Hitler, enloquecido de ira, ha dado instrucciones a su gobernador, el general Dietrich von Choltitz, de que vuele los principales monumentos, arrase los barrios controlados por la resistencia y pegue fuego al resto de la ciudad.
Según Lapierre y Collins, hasta tres veces al día llamaba Hitler a Von Choltitz para preguntarle: «General, ¿arde París?», pero París no ardió. Los expertos no se ponen de acuerdo sobre la razón. Unos aducen que a Von Choltitz le pareció «un acto vergonzoso»; otros, que no disponía de medios ni de tiempo y prefirió escurrir el bulto antes de que lo atraparan los aliados dinamitando el Obelisco.
Pero seguramente la explicación es otra.
La explicación es que si Hitler hubiera querido de verdad que París ardiera, se lo tenía que haber encargado a los franceses.
Muchos se escandalizan cuando ven las imágenes de los disturbios que asuelan periódicamente Francia, como los que han tenido lugar esta última semana. «Parece mentira –piensan– que estas cosas pasen en la patria del racionalismo y la Ilustración, de la novela social y el impresionismo, de la alta costura y el bolígrafo BIC».
Y el genio francés es innegable, pero eso no impide que periódicamente se líen la manta a la cabeza, se lancen a las barricadas y te monten un pollo, pero un pollo auténtico me refiero, como la toma de la Bastilla, las guerras napoleónicas o Mayo del 68.
Asumámoslo: Francia es creativa y hermosa, pero ingobernable. Emmanuel Macron lleva nombrados siete jefes de gobierno. Los primeros eran más o menos longevos, pero ahora le duran apenas un curso escolar y los observadores no asignan una probabilidad muy elevada a que el último, Sébastien Lecornu, llegue siquiera a sietemesino.
¿Y cuál es la explicación de este carrusel de primeros ministros?
Los franceses se han peleado entre ellos por prácticamente todo a lo largo de la historia: por la religión y por la razón, por la monarquía y por la república, por la OTAN y por el Pacto de Varsovia.
Pero el peor antagonismo es interior. Los manuales del bachillerato están llenos de franceses que cambian de bando sin el menor escrúpulo. Juan Sin Miedo pactó alternativamente con la corona de Inglaterra y con la de Francia; Francisco I era rey de la Muy Católica Francia, pero se alió con Solimán el Magnífico para derrotar a los Habsburgo, y Talleyrand no tuvo inconveniente en prestar sus servicios sucesivamente a los Borbones, la República, el Consulado, el Imperio y los Borbones de nuevo.
Todos ellos (Juan Sin Miedo, Francisco I, Talleyrand) son figuras cuyas gestas deben estudiar y memorizar los alumnos en los Liceos, pero no porque los franceses veneren el oportunismo y la traición, sino porque están poseídos como Descartes por la duda metódica y ni ellos mismos se aclaran.
Esa es de hecho la razón por la que Francia está sumida en la actual crisis fiscal. Porque sus ciudadanos quieren, simultáneamente, más estado de bienestar y menos impuestos, y para conseguirlo están haciendo lo que mejor se les da: echarse a la calle y ver si arde París. De la probabilidad de que un día lo consigan debaten el profesor del IESE Javier Díaz-Giménez y el corresponsal económico de THE OBJECTIVE Miguel Ors Villarejo en este nuevo episodio de El Gris Importa.