El negocio venezolano del ‘renting’ de presos
Maduro sabe lo mucho que a los occidentales nos conmueven las excarcelaciones y no duda en producir cada día más

El régimen bolivariano mantuvo bajo distintas modalidades de reclusión durante cinco años al líder opositor Leopoldo López. En la foto, en la prisión militar de Ramo Verde. | Voluntad Popular / Zuma Press / ContactoPhoto
Durante los cinco años largos que la dictadura bolivariana lo mantuvo bajo distintas modalidades de reclusión, Leopoldo López recibió en al menos dos ocasiones a José Luis Rodríguez Zapatero. La última fue en su propia casa de Caracas, después de que al opositor venezolano lo sacaran de la prisión militar de Ramo Verde y lo pusieran bajo arresto domiciliario. Lilian Tintori, la esposa de López, no dudó en expresar entonces su reconocimiento.
«Después de tantos meses —declaró a la televisión NTN24—, hoy podemos decir que el presidente Zapatero logró empujar esta medida, y como familia lo agradecemos».
Posteriormente, en Nos quieren muertos, el libro de Javier Moro que describe su viacrucis penitenciario, López no se muestra tan entusiasmado. Cuenta que Zapatero le explicó que había ido a Ramo Verde a «hacer de puente» con Maduro y le pidió que dejara de «agitar la calle». Hizo, en suma, de poli bueno al servicio del régimen. «Todo aquello me pareció turbio», recuerda López. Hacia el final del libro, Moro incluso deja caer que muchos venezolanos se refieren a Zapatero como «ese traficante de presos».
El expresidente español, por su parte, nunca ha bajado al barro para responder a estas acusaciones. De forma excepcional y con motivo de un canje de prisioneros entre Estados Unidos y Venezuela, en julio pasado se limitó a comentar con su innegable elegancia y educación que sus gestiones se habían «centrado, en aras al diálogo y la reconciliación, en los presos venezolanos, en favor de los que me vengo interesando desde hace tiempo como saben bien tantas familias de ese país».
¿Quién es Zapatero? ¿Un ingenuo, un cínico?
San Gabo
El santo patrón de los mediadores es probablemente Gabriel García Márquez (GGM). El nobel colombiano nunca criticó al régimen cubano con el argumento de que su buena relación con Fidel Castro le había permitido interceder en la liberación de numerosos presos.
«Cuando lo presioné —cuenta Jon Lee Anderson en el perfil sobre el novelista que publicó en The New Yorker—, García Márquez me confirmó que había ayudado a gente a dejar Cuba, y aludió a una ‘operación’ que había resultado en la salida de ‘más de 2.000 personas’». «Yo sé qué tan lejos puedo llevar con Fidel. A veces dice que no. A veces regresa más tarde y me dice que yo tenía razón». [GGM] no ocultaba que le complacía ayudar a esas personas e insinuó que, desde el punto de vista de Castro, era igualmente satisfactorio que se fueran. «Algunas veces, no muy a menudo, pero algunas veces voy a Miami y me quedo en casa de gente a la que he ayudado a abandonar la isla. Son importantes gusanos [esa es la palabra que Castro usa para los exiliados de Florida], invitan a sus amigos y celebramos grandes fiestas. Los hijos me piden que les firme libros. Algunos de ellos me han denunciado públicamente, pero en privado me muestran un rostro distinto».
Lo que GGM nunca pareció cuestionarse es de dónde salía aquel stock inagotable de disidentes por los que intercedía.
Un teatrillo muy rentable
Para Fidel era un negocio fácil y barato, una especie de renting en el que, en lugar del último modelo de coche o de fotocopiadora, ofrecía presos.
La provisión era prácticamente ilimitada. Solo tenía que levantar el teléfono para que le llenaran las cárceles. Luego se hacía un poco el duro con GGM, decía que no, para regresar más tarde y decirle que tenía razón. Era un teatrillo de altísima rentabilidad, tanto para el tirano, que obtenía el respaldo de un autor de fama mundial, como para GGM, que corroboraba su condición de buena persona (y su influencia: el perfil de Anderson se titula precisamente El poder de García Márquez).
Tenía el aspecto de un gran acto humanitario, pero ¿estamos seguros de que GGM era el artífice de la liberación y no del encarcelamiento de aquellos desventurados?
Consecuencias indeseadas
Los economistas llevan tiempo alertando sobre la ley de las consecuencias indeseadas.
Aunque tiene múltiples formulaciones, la más reveladora es la que Horst Sieber denominó El efecto cobra. Describe cómo, para acabar con una invasión de serpientes venenosas en Nueva Delhi, el Gobierno británico ofreció un dinero por cada ejemplar muerto. Inmediatamente, se desató una cacería que redujo notablemente la presencia del ofidio. Apenas se veían por la ciudad y, sin embargo, las autoridades desembolsaban cada día más recompensas. La razón era sencilla: algunos emprendedores habían montado granjas de cobras y, cuando el gobernador se enteró, suspendió inmediatamente los pagos.
Entonces, los criadores liberaron unas cobras que carecían de valor y la ciudad sufrió una plaga aún peor que la inicial.
Detenciones al tuntún
Como los granjeros de cobras, los sátrapas latinoamericanos tomaron buena nota hace tiempo de lo mucho que a los occidentales nos conmueven las excarcelaciones.
Se trata, de hecho, de una industria en expansión. El último informe sobre Venezuela del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos denuncia «un aumento de las restricciones del espacio cívico, incluida la criminalización y la detención arbitraria de voces consideradas disidentes, como manifestantes y personas que observaban las protestas, así como de 58 miembros de la oposición». Por si alguien considera exagerado lo de «detención arbitraria», el propio Maduro ha bautizado estas redadas como «Operación Tun Tun».
Génesis Dávila, abogada y fundadora de la ONG Defiende Venezuela, dice que «es como una puerta giratoria»: por una hoja salen tantos presos como entran por la otra.
Desde un punto de vista estrictamente comercial, estamos ante un artículo semiperecedero que tiene una excelente demanda. Matones encapuchados a sueldo de la seguridad del Estado secuestran en plena luz del día a los opositores o a sus parientes y el régimen los utiliza luego para negociar una suavización de sus sanciones económicas, mejorar su reputación internacional, sembrar la desconfianza entre las facciones de la oposición soltando a este y no a aquel…
Un saneado negocio, en fin, para el que nunca falta un ingenuo, un cínico.