The Objective
La otra cara del dinero

Aquí no cabe ni un inútil más

Los líderes de las organizaciones no promueven siempre a los más capaces, sino a los que quieren quitarse de en medio

Aquí no cabe ni un inútil más

La exministra de Defensa de Alemani y actual presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. | Maik Boenisch (Zuma Press)

Existe la convicción —dijo Monroe Stahr— de que para llegar a lo más alto solo necesitas una completa y absoluta falta de escrúpulos, pero no es verdad. —Y añadió—: Te lo dice alguien que no tiene precisamente muchos escrúpulos. A Stahr le encanta alardear de gánster duro, pero es pura fachada. No llegan ni a la media docena las personas que habrá eliminado a lo largo de su carrera, y rara vez con sus propias manos. Prefiere quitarse de en medio a los competidores promocionándolos.

—Recuerdo bien —le gusta contar— cuando me nombraron director general del Museo del Arte Elástico. Los empleados hacían y deshacían a su antojo. Mi predecesor había intentado desmontar aquella especie de democracia asamblearia por las bravas, pero antes de que tuviera tiempo de enterarse de lo que tenía en casa, alguien filtró a la prensa unas fotos de cuadros hacinados en un trastero lleno de humedades. El ministro de Cultura lo cesó en el siguiente consejo. Me di cuenta de que si quería mandar, tenía que meter en cintura a aquella gente. ¿Y qué hice? Cogí al más problemático de todos, un tal Morcillo, y lo nombré coordinador de grandes proyectos adjunto a la presidencia o algo así, no recuerdo bien, era una cosa larguísima. Lo encerré a elaborar informes absurdos en un despacho pegado al mío, para tenerlo bien vigilado. Luego convencí al Gobierno de que aprobara un cambio estatutario y el Elástico se convirtió en ente público, lo que me daba libertad para contratar y despedir. En un año había renovado la plantilla y, cuando Morcillo se dio cuenta de que le había segado la hierba debajo de los pies, ya era demasiado tarde.

Stahr también relata a menudo el auge y caída de Emilio Romero, el director del influyente vespertino Pueblo.

—Emilio Romero tenía un poder enorme, miraba por encima del hombro a los ministros de Franco. En cuanto alguno le tosía, giraba la torreta de sus 200.000 ejemplares y lo hacía saltar en pedazos con un editorial o alguna información incómoda. Más de un jerarca que intentó echarle un pulso, como Manuel Fraga, salió escaldado. ¿Qué hizo Adolfo Suárez? Quitarle el juguete. Nombró a Romero jefe de la Delegación Nacional de la Prensa y Radio del Movimiento. Quienes lo querían bien le avisaron: «Emilio, es una trampa». «Qué tontería», les contestaba él, «¿sabes lo que es tener 40 periódicos, la agencia Pyresa y un montón de emisoras?». Duró un año. Una vez despojado de su máquina trituradora, había quedado indefenso y a Suárez le bastó una firma para eliminarlo.

El inconveniente de esta práctica es, como siempre, el abuso.

—La debilidad de Europa —sostiene Stahr— es que no estamos poniendo en los cargos de responsabilidad a los más capaces, sino a los que nos queremos quitar de en medio.

Lo denunciaba Luis Garicano hace unos días. «La selección de figuras anodinas y maleables para dirigir la Comisión [Europea] —escribe— no es accidental; es una característica estructural de la UE».

Lo último que quieren los líderes nacionales es un presidente europeo que desafíe su autoridad. Prefieren gente «con poco capital político, ambición modesta o antecedentes conflictivos», y Ursula von der Leyen cumple con todos los requisitos. Su gestión al frente del Ministerio de Defensa alemán estuvo salpicada por irregularidades en la contratación de asesores externos. Apenas una fracción de los carros de combate, submarinos y helicópteros estaban operativos. Cuando dejó el cargo «su reputación —sigue Garicano— estaba tan dañada que su futuro político en Alemania parecía sombrío. Para la canciller Angela Merkel, promoverla a la Comisión fue un arreglo muy conveniente: se deshacía de un aliado débil [en casa] e instalaba a una representante dócil en Bruselas».

Había otros candidatos a la presidencia de la Comisión Europea más competentes, pero justamente por ello recibieron el veto de unos u otros y, «tras un maratón negociador de tres días, Von der Leyen emergió no por sus calificaciones, sino porque era el camino de menor resistencia».

Ascender a alguien porque te molesta es, sin duda, mejor que matarlo, como hace Putin —concede Stahr—, pero llega un momento en que el Estado no da más de sí. —Y concluye con pesimismo—: Incluso en las gigantescas administraciones actuales no cabe ni un inútil más.

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