The Objective
La otra cara del dinero

Yolanda 2.0 quiere llevar los robots a las barricadas

Mientras la economía afronta retos como el de la automatización, Díaz insiste en su marxismo «chulísimo»

Yolanda 2.0 quiere llevar los robots a las barricadas

Escena final de 'Yo Robot', película basada en la obra de Isaac Asimov.

He tenido un sueño muy perturbador. Una multitud de robots humanoides peregrinaba por un desierto flanqueado de contenedores a los que hasta entonces consideraban sus (no muy luminosos, pero financieramente asumibles) hogares. Al fondo, sobre una colina, se alzaban dos colosales pilares de un puente en ruinas. Junto a ellos, la diminuta figura de un robot de porte mesiánica. Mi subconsciente, que tiene un máster por la USC School of Cinematic Arts (o así) hizo un zoom para mostrarme su metálica faz. ¡Clavadito a Yolanda Díaz!

Como buen alumno de las últimas tendencias hollywoodienses, mi subconsciente me había cocinado una secuela (que no plagio) de Yo, Robot, película basada en (que no plagiadora de) obras varias del genio de la ciencia ficción Isaac Asimov. Del que yo soy muy fan. Pero el muy pillo de mi subconsciente me había colado en el mismo guion la fulgurante aparición hace unas semanas en los medios de la muy fulgurante vicepresidenta Yolanda Díaz. De la que soy muy… ¿subconsciente?

Dijo Yolanda que los datos de paro y afiliación de septiembre demuestran que la reforma laboral y la subida del salario mínimo han sido un éxito: «España va mejor» (superando el «España va bien» de Aznar, pues menuda es). Antes, la Airef, había matizado, entre otras cosas, que el impacto de la reforma  era prácticamente nulo al compararlo con la ratio sobre el PIB, debido al incremento del PIB nominal. La Airef es el acrónimo de Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal, un equipo de expertos que sabe de estas cosas. Si no lo sabía, tampoco se agobie: tiene pinta de que Yolanda Díaz, que es vicepresidenta, tampoco tiene mucha idea. O no le importa. A ella los números y las cosas estas del dinero… Es más de hacer cosas «chulísimas», lo que pasa es que «la metapolítica» no hace más que intentar chafárselas.

En esas, recibo un email de The International Federation of Robotics invitándome a unirme a la presentación (online, of course, que es más moderno y se ahorran pagarnos el viaje a los periodistas) de la presentación en Frankfurt de su informe World Robotics 2025. Me adelantan cosas como que «la cantidad de robots instalados en 2024 fue más del doble que hace 10 años», y que «se superó la marca de las 500.000 unidades por cuarta vez consecutiva, alcanzando el segundo mayor número de instalaciones de la historia». Y aseguran que las principales tendencias son: «IA, robots humanoides y cobots».

Y, claro, mi subconsciente como una moto. Porque además acaban de sacar la tercera temporada de Fundación, una magnífica serie basada en la trilogía del mismo nombre del mismísimo Asimov. Cuenta cómo, en un futuro muy lejano, la humanidad vive dispersa en numerosos planetas por toda la galaxia bajo el mandato del Imperio Galáctico. Los robots humanoides, con inteligencia artificial, han sido prohibidos después de que se rebelaran y estuvieran a punto de extinguirnos… Pero los avezados (y sí, vale, un poco frikis) lectores de Asimov sabemos que, en realidad, queda uno, de incógnito: Demerzel, la consejera del emperador (que es uno y trino gracias a la ingeniería genética, pero eso es ya otra cuestión y no tiene nada que ver con Koldo, Ábalos y Cerdán, ni el Peugeot, ni nada). O sea, que la que parte el bacalao es en realidad un robot.  

Demerzel tiene 25.000 años, pero no los aparenta. Yolanda también se conserva bastante bien. El poder acumulado por la robótica consejera áulica se debe a milenios de avances en la inteligencia artificial. Yolanda estrenó su cargo de vicepresidenta hace cuatro años prologando una nueva edición del Manifiesto Comunista que pergeñó Karl Marx hace algo menos de dos siglos. A las diputadas del PP Cayetana Álvarez de Toledo y Pilar Marcos se les ocurrió preguntarle a Yolanda Díaz en sede parlamentaria cómo se le ocurría hacer «apología de una consigna política que ha causado 100 millones de muertos». Aguafiestas. Con lo chulísimo que es Marx. 

Nostalgia del absoluto, de George Steiner, es uno de los libros más lúcidos y agudos sobre las excrecencias ideológicas de la modernidad. Sostiene Steiner que, en cuanto Nietzsche expidió el certificado de defunción de Dios, un puñado de iluminados se apresuraron a postularse para el puesto vacante. Solo que, como les daba corte llamarle religión al contenido de sus currículums, porque ya no estaba de moda, lo llamaron ciencia. Steiner disecciona sin piedad las mitologías sustitutivas que comenzaron a situar en el mercado la filosofía política de Marx, el psicoanálisis de Freud y la antropología de Lévi-Strauss, además de la astrología, el ocultismo y los cultos orientales.

El marxismo es, quizá, la ideología que peor disimula su filiación pararreligiosa: una historia de redención con su paraíso (el comunismo) siempre en el futuro, desde donde puede justificar cualquier cosa; su demonio (el capitalismo); su gran profeta (Marx) y sus discípulos, evangelistas y apóstoles (Engel, Lenin, Stalin, Mao, Fidel Castro…), su Iglesia (el Partido, solo uno posible, claro, la Fe no admite discusiones, solo doctrina), sus herejes (Trotski, Deng Xiaoping, el Che…), su inquisición (las purgas) y un largo etcétera. No le falta un perejil. De verdad, lean a Steiner. El libro es, además, asombrosamente sintético, muy breve, pero exhaustivo. Deslumbrante.      

Como sucede en las historias mitológicas, en el marxismo bulle la épica más adrenalínica. Mucho más chulo que los pringados de la Airef haciendo números. ¡Qué más dará! Si después no cuadran, la culpa es de la metapolítica. O de las superestructuras. O del demonio. Trofim Lysenko era un simpático ingeniero agrónomo ucraniano, el favorito de Stalin. Tenía la teoría de que, tratadas científicamente, las semillas se podían volver lo suficientemente soviéticas como para que, una vez convertidas en plantas y árboles, colaboraran entre sí en vez de competir por los nutrientes, cual secuaces biológicos del capitalismo, ¡ah, las superestructuras de la naturaleza! Algunos científicos se atrevieron a decir que el rey estaba desnudo y bastante loco. Stalin los mandó a Siberia. En la URSS se implantó el lysenkoísmo como doctrina agrícola obligatoria… hasta que a mediados de los 60 ya habían muerto de hambre bastantes millones de soviéticos. Por culpa de saboteadores capitalistas, según el Pravda. Lysenko murió en 1976. Por lo que sea, no le dieron el Nobel.

Pero volvamos a lo que de verdad importa: a mí. Según desperté de mi pesadilla, intenté explicarle a mi subconsciente que los humanos tenemos un sistema operativo un poco distinto al de los robots, por mucha inteligencia que acumulen artificialmente. Por lo menos, de momento. Asimov apuntaba a un futuro muy lejano, como de miles de años, un truco muy marxista: nadie te puede decir que tus predicciones no funcionan, recordando a Lysenko, por ejemplo, o viajando a Cuba o a Venezuela o a Corea del Norte (si te dejan entrar), porque siempre puedes responder que solo hay que esperar algún siglo más, que no seas impaciente. Mientras, te mirarán con condescendencia, pobre pagano ignorante, y te contarán un cuento que tu infradesarrollada consciencia te permita procesar, uno bien chulo. Ya lo dijo el compañero Pablo Iglesias, la versión anterior de Yolanda 2.0, en una conferencia supuestamente solo para fieles aprendices que alguien grabó y difundió irresponsablemente a ese mainstream aún no preparado para conocer la Verdad: «La palabra dictadura no mola, aunque sea la del proletariado». Ay, Yolanda, qué robot más pardillo te ha salido…

P.d.: Y para el iluso que pretenda escapar de la robotización haciéndose, por ejemplo, autónomo: ¡Cuotazo!

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