El peor enemigo de Argentina es Argentina
El peso argentino es como el amante infiel: nos ha engañado tantas veces, que a ver quién se fía ahora de Javier Milei

Donald Trump y Javier Milei en la Casa Blanca. | Hu Yousong (Xinhua News)
Monroe Stahr dice que el peso argentino es como una pareja infiel. «Nos ha engañado tantas veces, que sería estúpido creerle», asegura, mientras en el televisor del Claridge Javier Milei celebra exultante su victoria en las elecciones de mitad de mandato.
—¡Hoy comienza la construcción de la Argentina grande! —proclama.
—Sí, claro —masculla Monroe desde la barra—. Esa es una de las tres mentiras de la política económica. Las otras dos son «Esta vez va en serio» y «Te juro que es la última devaluación».
Stahr perdió una millonada apostando por Carlos Menem a finales del siglo pasado.
—También Menem liberalizó y privatizó y estábamos todos encantados con él, pero fue incapaz de contener el gasto y llegó un momento en que ningún prestamista internacional le fiaba. La única opción para obtener fondos era aumentar las exportaciones, pero se habían hundido debido a la fortaleza del dólar, al que Argentina había ligado irrevocablemente el peso. Sin crecimiento ni crédito, era cuestión de tiempo que acabara abandonando la convertibilidad y la moneda se desplomara.
—¿Y tú crees que con Milei va a pasar lo mismo? —le pregunto.
Flotación sucia
A Milei hay que reconocerle logros indudables: su brutal ajuste fiscal ha reducido la inflación mensual del 13% a alrededor del 2%. También ha llevado la pobreza a su nivel más bajo desde 2018 y ha desbrozado la maraña burocrática.
A lo que no se ha atrevido es a dejar que el peso flote. ¿Por qué?
La lógica del mercado dice que un bien debería costar lo mismo en todas partes. Si una hamburguesa de McDonald’s se vende por 7,3 dólares en Nueva York y 17.820 pesos en Buenos Aires, la cotización tendría que ser de 2.441 pesos por dólar. En la práctica, sin embargo, el Gobierno argentino la sujeta en torno a los 1.500 pesos, y existen buenos motivos: si Milei permitiera que la divisa cayera, las importaciones se encarecerían, socavando la capacidad adquisitiva de sus votantes, empobreciéndolos e irritándolos aún más.
El implacable trilema
El argentino no es el único Gobierno que manipula su divisa. China también lo hace, pero en sentido inverso: mantiene el renminbi débil para abaratar sus exportaciones.
Por desgracia, en esta vida no se puede tener todo y, si deseas un cambio fijo, debes renunciar a la libertad de circulación de capitales (como han hecho los chinos) o a la política monetaria (como hemos hecho los españoles). Las tres cosas a la vez no pueden ser. Es el implacable trilema de las finanzas internacionales. Quien lo desafía se expone a que le salten la banca, como le pasó a la libra el Miércoles Negro de 1992. El premier John Major había pactado una banda de fluctuación dentro del Sistema Monetario Europeo (SME, un experimento previo a la moneda única). A George Soros le pareció poco realista y, a través de su fondo Quantum, empezó a vender libras. Major ordenó al Banco de Inglaterra que interviniera, pero ni siquiera subiendo los tipos al 15% pudo contener la sangría y, viendo que el país se quedaba sin reservas, agitó la bandera blanca y sacó al Reino Unido del SME.
Se calcula que aquella operación reportó a Soros un beneficio superior a los 1.000 millones de dólares.
Buscando desesperadamente ayuda
Algo parecido ha estado a punto de pasar con el peso argentino, en gran medida como consecuencia de dos escándalos sucesivos.
El primero se produjo en febrero. Milei dio su respaldo a $Libra, una criptomoneda destinada, según él, «a incentivar el crecimiento de la economía argentina, fondeando pequeñas empresas». A raíz del anuncio presidencial, el valor de $Libra se disparó, para hundirse a las pocas horas, después de que «un grupo de billeteras digitales retirara cerca de 90 millones de dólares, más del 80% del dinero circulante» y sumiera en fuertes pérdidas a miles de modestos ahorradores.
El segundo escándalo estalló en agosto: se filtraron unas grabaciones en las que se mencionaba a Karina, la hermana del presidente, como presunta beneficiaria de una serie de sobornos a la Agencia Nacional de Discapacidad.
Esta mala prensa desembocó en un severo castigo del mileísmo en las elecciones regionales de setiembre. De repente, cobró cuerpo la posibilidad de un regreso del peronismo y muchos inversores se asustaron. De modo que el pasado 6 de octubre se dio la curiosa circunstancia de que Milei presentaba un libro sobre sus dos años de gestión modestamente titulado La construcción de un milagro, mientras su ministro de Economía, Luis Caputo, estaba en Washington, buscando desesperadamente ayuda.
Hacer lo que sea necesario
La victoria de La Libertad Avanza este domingo garantiza que Estados Unidos habilitará una línea de 20.000 millones dólares para que Milei la use como munición contra los especuladores.
Lo ideal sería que el anuncio resultara disuasorio, como ocurrió con el famoso «whatever it takes» de Mario Draghi. El entonces gobernador del Banco Central Europeo se limitó a exponer su Gran Berta y la mera visión provocó la estampida general. No necesitó pegar ni un tiro. La prima de riesgo española, que había escalado por encima de los 600 puntos, empezó a normalizarse a pasos agigantados, con caídas de hasta 50 puntos diarios.
The Economist es también optimista ahora. La nueva composición de las dos cámaras permitirá a Milei «limpiar el bizantino sistema fiscal, liberalizar el mercado laboral e incluso revisar el sistema de pensiones». La revista lo insta además a que aproveche «para dejar que el peso flote, mientras controla la inflación con las herramientas monetarias convencionales».
Eludiría así el castigo que aguarda a quienes desafían el implacable trilema, pero ¿bastará?
Y créanme, será suficiente
El principal obstáculo que se interpone hoy en el camino de Argentina es su reputación.
Como argumenta en El Gris Importa el profesor del IESE Javier Díaz-Giménez, a menudo olvidamos que la aseveración de Draghi tenía una segunda frase. «El BCE —dijo— está dispuesto a hacer lo que sea necesario para preservar el euro. Y —añadió a renglón seguido— créanme, será suficiente».
Eso fue clave: a Draghi lo creyeron, pero ¿quién va a fiarse de un peso que nos ha engañado tantas veces, como dice Stahr?
