The Objective
El purgatorio

Carlos Rodríguez Braun: «Si no hubiera envidia, podría haber socialismo, pero sería difícil»

El escritor y economista presenta libro: ‘Greguerías liberales. Ideas afiladas para tópicos blandos’

Para hacer de la economía algo accesible —y entretenido—, hay que tener talento y oficio. En Carlos Rodríguez Braun (Buenos Aires, 1948) conviven dos almas: una, pausada, la del doctor que redacta auténticos tochos académicos; y otra, jacarandosa, mucho más periodística, la del cronista económico en la radio —en Onda Cero, desde hace 20 años— y la del columnista y escritor. Este argentino, que ya lleva más de media vida en su querida España, es un hombre afabilísimo que rompe el hielo con un chiste, una mueca o uno de esos latiguillos que ya se han incorporado al vocabulario nacional: «Eso lo paga usted, señora». Presenta libro: Greguerías liberales. Ideas afiladas para tópicos blandos.

P.- Ando más argentinizado que nunca, pues me estoy viendo El encargado, la serie de Francella y estoy… ¿La viste? 

R.- Hombre, claro. ¿Cómo no voy a ver El encargado? Es una cosa absolutamente maravillosa. Y es un gran actor. Tengo ahí una asignatura pendiente porque no he visto una película que ha estrenado hace poco que se llama Homo argentum y que son 16 episodios, digamos, descifrando o retratando cómo somos los argentinos. Y yo creo que no ha gustado mucho. 

P.- Pero ya leí en su momento que El encargado, de Francella, provocó muchos cabreos de asociaciones o del colectivo de los encargados, que sería como aquí en España los porteros. Provocó cabreos porque decían que no era una imagen decente. 

R.- Desde luego que no era ni noble ni decente, pero está magníficamente hecha. 

P.- Francella también fue el actor este que que interpretó aquel papel en El secreto de sus ojos

R.- Qué buena película. 

P.- Maravillosa. Esta maravillosa película, el diálogo que tiene con Darín cuando dice un tipo puede cambiar de todo, puede cambiar de cara, de casa, de familia, de novia, de religión. Pero no puede cambiar una cosa. No puede cambiar de pasión futbolera. 

P.- Es verdad.

R.- Yo no he cambiado. Yo soy de River. 

P.- Cómo son los argentinos con el fútbol, eh...

R.- ¿Tú crees que los españoles son muy distintos? 

P.- Como está el tópico de los argentinos y el fútbol…

R.- Yo creo que no. A mí me suena que tenemos ahí, como en tantos otros aspectos, muchas similitudes. Pero en fin, sigo siendo de River. Y aprovecho para decir que me he casado con una mujer que es del Boca, y esto lo que marca es la enorme tolerancia que tenemos. 

P.- ¿Por qué me da la sensación de que los argentinos están más familiarizados con la economía que los españoles? 

R.- Eso puede ser que tenga que ver con la inflación. Hay un economista que es amigo mío, se llama Juan Carlos de Pablo, y él dijo una vez que la inflación lo que hace es convertir a todo el país en una inmensa facultad de Ciencias Económicas. Porque claro, la inflación es un ataque constante contra tus bienes. Y yo he vivido algún episodio de hiperinflación en los años 70 y es verdaderamente terrorífico, está todo el mundo pensando en desprenderse del dinero. Porque esto que tú llevas, esto tan tranquilamente que tú llevas en la cartera, se va, se esfuma. Entonces tienes que cambiarlo rápidamente por dólares. Es una cosa clásica. O para comprar algo o lo que sea, pero no lo puedes mantener en tu cartera, porque es que cuando hay hiperinflación, puedes perder el 50% por mes. O sea que mira si no tienes que aprender supervivencia económica ante ese ataque del gobierno. 

P.- Me asusta entonces, cada vez que los españoles saben más de economía y se preguntan más por el PIB, por la tasa de inflación… 

R.- Son cosas distintas. La inflación, o sobre todo la hiperinflación, es una emergencia. Es un caso dramático, pero en general yo creo que los españoles tienen más cultura económica ahora que antes. Al menos en los casi 50 años que llevo viviendo en España. Es lo que he comprobado, que hay más formación, más interés, hay más programas de televisión o de radio sobre economía, más páginas en los periódicos, hay periódicos especializados en economía que se leen… Yo creo que hay más cultura y más formación, cosa que me alegra. 

P.- Antes de empezar —porque esto es prólogo de la entrevista, es prefacio— siempre preguntamos, Carlos, por la relación con la fe de los invitados. ¿Eres un hombre creyente? 

R.- Vamos a ver, soy católico, pero debo decir que mi fe es bastante endeble. Eso sí, confío en salvar mi alma, no por mis méritos, sino por una cosa que te voy a contar. Yo tenía un amigo que era un banquero muy influyente que se llamaba Rafael Termes y a mí me gustaba hacer bromas con él. Fue presidente de la Asociación de la Banca, presidente del Banco Popular… Un hombre muy formado. Yo siempre le he tomado el pelo y le decía: «Mira, yo lo siento mucho, Rafael, tú eres un hombre bueno, eres numerario del Opus Dei, pero tú no puedes irte al cielo». Él decía: «¿Pero cómo? ¿Cómo no?» Yo decía: «Es que eres banquero, Rafael. Y los banqueros todo el mundo sabe que no pueden irse al cielo». Y entonces se reía y me decía: «Te estás equivocando. Te estás olvidando de algo». Y yo decía: «¿De qué?» «Que la misericordia de Dios es infinita». Así que él seguro que salvó su alma porque era mejor persona que yo. Pero yo creo que también la voy a salvar por eso, no por mis méritos. 

P.- Carlos Rodríguez Braun. Bienvenido a El purgatorio. 

R.- Muchísimas gracias. 

P.- Gracias de parte de un fan. 

R.- Muchas gracias. 

P.- Como decía Galindo, un admirador, un siervo. Aparte, yo es que soy Carlos Padilla Galindo. 

R.- O sea que encajas perfectamente con el rol. 

P.- Claro, me viene el papel dado. Bueno, Carlos es catedrático de Historia del Pensamiento Económico, ha sido traductor de autores como Adam Smith, como Frederick von Hayek, como John Keynes, autores de los que la mayoría de seres humanos hemos leído una frase, una cita en un azucarillo y ya la hemos ido repitiendo constantemente, aunque no nos los hemos leído. Y aparte es un hombre —yo creo que lo sabrá la gente que te sigue, y permíteme que te tutee—…

R.- Por favor. 

P.- La gente que te sigue y te escucha en Onda Cero desde hace ya… ¿cuánto? 

R.- Más de 20 años. 

P.- Más de 20 años, casi como Los Simpson para Antena 3.

R.- Pues sí, yo creo que sí. 

P.- Todos los días, desde hace ya mucho tiempo, saben que es alguien de mi carácter, muy afable, muy cantarín, aunque a veces no se lo permitan. 

R.- Alsina es el que no me deja, Latorre sí.

Carlos Rodríguez Braun. | Víctor Ubiña

P.- Alsina en eso es implacable. Y es alguien que hace algo muy difícil —o a mi entender es muy difícil—. Yo puedo ser didáctico contando cosas de historia, pero ser didáctico con asuntos económicos tiende a ser más complejo, y creo que además Carlos utiliza una cosa que es, digamos, una sonrisa, una pizca de humor. ¿De dónde te viene ese carácter…? Ya no digo eso de ser una persona medianamente alegre, sino ese carácter didáctico para la economía. 

R.- Pues no te olvides de que mi primera profesión, mis dos primeras profesiones, fueron las que ejerzo ahora, periodista y profesor. Empecé en los dos campos en el año 1972, o sea que llevo muchos años dedicándome a la docencia universitaria por un lado, pero también al periodismo. Creo que la combinación de estas dos me ayuda para procurar ser didáctico. No estoy solapando los dos ámbitos. Son ámbitos muy diferentes, y a veces, se cometen errores. Hay profesores que creen que como saben hablar y escribir son periodistas, y hay periodistas que como escriben y hablan sobre economía, entonces ya pueden ser profesores de economía. Son dos ámbitos muy distintos, muy distintos. La academia es el mundo de la investigación. Es el mundo de la serenidad, del reposo, de la meditación, de la búsqueda de la novedad y de la extensión. El periodismo es lo contrario. El periodismo es la inmediatez, la rapidez, llegar rápido con un mensaje a un número muy grande de gente. Y yo practico las dos profesiones, no las mezclo. Para que te des una idea, yo puedo escribir un artículo para el periódico en un par de horas o tres. Un artículo académico me lleva años. Dos años, tres, incluso más. O sea que son dinámicas distintas. Yo creo que se pueden enriquecer, pero no hay que mezclar. 

P.- Tempos diferentes, diferentes vertientes. Y Rodríguez Braun, aparte de hacer asuntos para la universidad, también escribe para periódicos como La Razón y publica libros como Greguerías liberales. Ideas afiladas para tópicos blandos, con ilustraciones de Rafa Sañudo, que además colabora aquí en THE OBJECTIVE con Tomás Cuesta. 

R.- La viñeta animada. Es una cosa muy buena que hacen. 

P.- Greguerías liberales. Claro. La palabra «greguería» en España está asociada a Gómez de la Serna. 

R.- Claro. La inventó Ramón. 

P.- ¿Por qué greguerías? 

R.- Pues básicamente porque a nadie se le había ocurrido antes. A nadie se le había ocurrido hacer greguerías liberales. El liberalismo ha sido estudiado de muchas maneras distintas. Se han hecho, por supuesto, sesudos tratados larguísimos, se han hecho películas, documentales, se han hecho artículos, muchísimos, pero nadie había hecho greguerías liberales. Es decir, utilizar ese artefacto que inventó Gómez de la Serna y que tiene esa definición maravillosa que llama Ramón: «La greguería es el buscapiés del pensamiento», es decir, una cosa muy corta, que sea humorística y que tenga una idea —o al menos anime una idea— y anime al lector a que la desarrolle o reflexione sobre ella. Esa es una greguería. Nunca se había hecho en el liberalismo y dije, ¿por qué no? Y encima si viene ilustrado por el maravilloso Rafa Sañudo, pues miel sobre hojuelas. 

P.- Pero Rodríguez Braun yo creo que ya practicaba algo de la greguerías. 

R.- Bueno, la brevedad es algo que está asociado con el periodismo, como sabes, y especialmente con el periodismo radiofónico en el que yo estoy especializado desde hace muchísimos años. Bueno, la radio tiene sus tiempos, son tiempos acotados. El despertar liberal de todas las mañanas con Carlos Alsina en Más de uno en Onda Cero dura un minuto, un minuto y medio. Y ahí tengo que contar todo. Tengo que contar la prensa, los titulares, y tengo que contar una viñeta. Entonces, en el medio de eso, que está muy restringido, pues tengo que intentar transmitir una idea. O sea que en ese sentido digamos que yo venía entrenado para hacer la greguería. 

P.- Hay frases que yo ya he incorporado a mi vocabulario diario: la de «¿sabe quién va a pagar esto?» 

R.- Usted, señora. 

P.- Esa te viene bien para todo. Dicen: «No, vamos a hacer un observatorio sobre la vivienda». Que sabe que hay muchos observatorios. Hay observatorios sobre observatorios sobre observatorios. Entonces yo siempre utilizo, robándole la frase, y citándola, digo: «¿Sabe quién va a pagar esto?» 

R.- Usted, señora. 

P.- ¿Este tipo de genialidades a uno se le ocurren por, no sé, por ciencia infusa o de repente le vienen a la mente?

R.- Muchísimas gracias. Lo he hecho adrede, porque muy a menudo sucede que la economía se transmite como algo que es abstracto. Muy particularmente el gasto público. Es una cosa abstracta y además que es unilateral. Es decir, que el gasto público necesariamente es bueno porque solamente se lo analiza desde el punto de vista de quien lo cobra. Y eso obviamente es insuficiente, porque todo euro gastado por las administraciones públicas no es dinero de los políticos ni de los burócratas. ¿Quién paga el gasto público, don Carlos? 

«Los socialistas defienden su casa, como tú y como yo, y sus bienes. Lo que hacen es no defender la propiedad privada ajena»

P.- Usted, señora. Es así. Usted dice este libro es que la greguería es un poco como un chiste, que explicadas pierden un poco de gracia. Pero vamos a romper un poco esto. Tengo varias frases apuntadas que iremos comentando. «No soy socialista porque no soy envidioso. ¿O quizá es al revés?» 

R.- A mí me ha gustado mucho eso. Sobre eso también tengo trabajos en el otro ámbito. En el ámbito académico he escrito algún ensayo sobre la envidia, que a mí me parece un pecado apasionante. Hablo con con libertad sobre la envidia, porque yo creo que es el único pecado que no cometo. La verdad es que no me importa que te vaya bien en la vida, don Carlos. Estoy encantado. No tengo envidia. Pero me parece que la fuente moral del socialismo es la envidia. Y me gusta tomarles del pelo a mis amigos socialistas que tengo —porque nadie es perfecto, claro— y les digo hombre, si quitáramos la envidia como hizo Mandeville en aquel famoso libro La fábula de las abejas, o un español que se llamó Wenceslao Fernández Flores en una novela que se llama Las siete columnas, y tienen la misma idea: imagina un mundo en donde de pronto desaparecen los pecados capitales. Y el resultado es que la sociedad se va descomponiendo, porque en el fondo necesitamos ese tipo de imperfecciones. Yo le digo siempre a mis amigos socialistas: si no hubiera envidia, hombre, podría haber socialismo, pero sería difícil. Sería muy complicado, porque el socialismo estriba en la falta de respeto al otro, en la falta de respeto a los bienes del otro, a la libertad del otro y a los derechos del otro. Por ponerte otro ejemplo: los socialistas no están en contra de la propiedad privada. Los socialistas defienden su casa, como tú y como yo, y sus bienes. Los socialistas lo que hacen es no defender la propiedad privada ajena. Entonces siempre está la cosa de que el otro le vamos a quitar, al otro… el odio al rico, no el recelo frente al empresario. Toda esa cosa tiene un componente de envidia. Un combustible que puede ser la envidia. Y si lo quitas, si no quisieras nunca el mal del otro, sería complicado ser socialista. Porque, ¿cómo haces para quitarle los bienes y la libertad? 

P.- Habrá gente que diga: «Bueno, yo defiendo la redistribución de la riqueza». 

R.- Esto de la redistribución a mí me interesa mucho, porque yo también defiendo la redistribución, pero la redistribución libre. Y es la que yo redistribuyo mis bienes, por ejemplo, contigo porque tú estás necesitado. O con la Iglesia, la parroquia de mi barrio. Eso es redistribuir. Pero cuando los socialistas hablan de redistribuir la riqueza, hablan de otra cosa. No hablan de la Madre Teresa de Calcuta, hablan de la Agencia Tributaria. Y es muy grave confundir a Teresa de Calcuta con la Agencia Tributaria. Me diréis, hombre, más o menos hacen lo mismo, ¿o no se ocupa la Agencia Tributaria del cuidado a los débiles? Pero no es igual. ¿Cuál es la diferencia exacta entre la Madre Teresa de Calcuta y la Agencia Tributaria? Es que si tú no le dabas tu dinero a la Madre Teresa de Calcuta —que me perdone la santa tomando su nombre en vano—, si no le dabas tu dinero a la Madre Teresa, no te pasaba nada. Al menos aquí, en esta tierra. Si no le das tu dinero a la Agencia Tributaria, puedes terminar en la cárcel. ¿Nunca has visto que la palabra impuesto lleva la coacción en el nombre? ¿Nunca has visto que no se llama «optativo sobre la renta»? 

Carlos Rodríguez Braun. | Víctor Ubiña

P.- Como cuando hablaban del impuesto solidario. A ver, o es solidario o es impuesto, pero no ambas. No se puede. 

R.- Exactamente. O sea que mantengamos clara esa diferencia. 

P.- Es como decir periodismo ficcionado. No: o es periodismo o es ficción. Una de las cosas no se puede. Otra frase: «Los líderes de la izquierda apoyan realmente la sanidad privada porque recurren a ella». ¿Ah, pero no defendían lo público?

R.- Bueno, pero otra vez defienden lo público para los demás. Pero hemos visto a los líderes de la izquierda y a los referentes intelectuales, artísticos, culturales, de la izquierda, defender lo público y al mismo tiempo utilizar lo privado. Lo que pasa es que parece que no quieren que lo hagamos todos. 

P.- Es esta idea de lo público, que es un tema que últimamente voy comentando para ver si percute. Si alguien me escucha y si me hace caso. Que es esto que se da a veces en comentaristas muy de esta idea y que puede ser debatible, opinable, sobre el tema del apoyo siempre a lo público. Lo vemos a los medios de comunicación. Por ejemplo, en concreto en Radiotelevisión Española vemos el apoyo a lo público y yo siempre digo que lo está diciendo en un programa que está producido por una productora privada en un medio público. ¿No estáis tan a favor de lo público? Lo público sería hacer un programa con lo público, no con lo privado. 

R.- Es que es que a veces perdemos la perspectiva de la diferencia esencial entre lo público y lo privado. La diferencia esencial entre lo público y lo privado no es la calidad, aunque yo creo que hay un componente ahí de diferencia. La diferencia es la financiación. Es que a ti te pueden gustar los medios públicos o no gustarte. Lo que no puedes evitar es pagarlos. No es lo mismo. Y después todo lo que quieras. La politización, que llaman una cosa pública cuando es privada de los políticos o de los grupos de presión que medran a su socaire… Pero la clave de lo público es que no puedes elegir. Tú no puedes elegir «prefiero no pagar». En cambio, en lo privado, en la economía de mercado, la clave es que tú puedes elegir. Tú puedes decir «Oiga, en esta tienda, esa camisa no me gusta. Voy a esta otra». Y nadie te puede obligar. Esta es la diferencia. 

P.- Los grandes políticos son como la vida misma. Al principio deslumbran y después decepcionan. Conviene no creerse a los políticos. 

R.- Normalmente hay que tener cuidado con los políticos. Por cierto, los políticos de todos los partidos, también en los partidos que nos gustan. Y a veces esto en una sociedad tan hiperpolitizada como estamos, eh? Perdemos de vista eso. Si somos de derechas defendemos a los de derechas y somos de izquierdas, defendemos a los de izquierdas y no tenemos un poquito de cuidado con eso. La clave del liberalismo es que el poder tiene que estar controlado, cualquier poder. Entonces, por ejemplo, nota: la fascinación que han tenido muchos liberales con la llegada de Javier Milei a la presidencia argentina yo no la comparto, en el sentido de que hay el riesgo de que, digamos, los políticos tienen que tener el poder limitado siempre que sean los otros, pero si son los míos no. Todos tienen que tener el poder limitado, también los que nos gustan a nosotros. 

«Milei, como la vida misma, tiene cosas buenas y cosas malas»

P.- Ya que lo mencionas, toca la pregunta de rigor: Javier Milei. Te he leído que puedes estar esperanzado, digamos, pero con una perspectiva.

R.- Sí. Yo tengo una cautelosa esperanza con Milei. ¿Cómo no voy a tener esperanza en un señor que se presenta a las elecciones con unas ideas que yo comparto totalmente, las gana y dice que va a gobernar de acuerdo con ellas? Obviamente, mi primera actitud es decir «¡Viva!». Después ya hay que empezar a analizar y analizarlo con cuidado. Y si analizas con cuidado, vas a ver que Milei, como la vida misma, tiene cosas buenas y cosas malas. Algunas cosas son muy buenas. Liberalizó el mercado de los alquileres y lo hizo de la noche a la mañana. Fue muy impresionante eso, porque para que te des una idea, el mercado de los alquileres en Argentina más o menos venía a ser como el de Ada Colau en Barcelona, que casi se lo cargó con controles, prohibiciones, tasas de todo tipo. Y así era en Argentina. Y Milei dijo, porque podía: esto queda desregulado y liberalizado de la noche a la mañana. Cualquier argentino puede negociar lo que sea siendo propietario o inquilino. Y empezaron a aparecer pisos debajo de las piedras, claro, y a unos precios relativamente moderados. O sea que eso estuvo realmente muy bien. ¿Qué es lo que está mal de Javier Milei? Que en realidad ha vuelto a utilizar una herramienta muy peligrosa para controlar la inflación, que es utilizar el tipo de cambio como ancla antiinflacionaria. Para ponerte un ejemplo, si tú conoces Buenos Aires…

P.- No de visita. No he estado nunca. 

R.- Pues si vas ahora a Buenos Aires y vas al Café Tortoni, un famoso café en la Avenida de Mayo… Precioso café. Te tomas un café y te cuesta probablemente tan caro como si te lo tomaras en Champs-Élysées de París o en la Quinta Avenida de Nueva York. Está carísima la Argentina. Utilizan el tipo de cambio para presionar hacia abajo la inflación. Esto es muy peligroso. Se ha hecho antes en Argentina y no ha funcionado y siempre ha terminado en crisis. Y esto es porque no ha terminado de hacer las cosas que de hecho había prometido. Por ejemplo, dolarizar. Era una promesa suya. No se atrevió, probablemente porque con esa medida tendría que hacer un ajuste en el gasto público mayor que el que ha hecho. Lo ha hecho. Argentina no se financia con el déficit, no se financia con emisión y por eso ha podido rebajar considerablemente la inflación. Pero está ese problema ahí pendiente, que a mí no me gusta. 

«No puedes tener grandes Estados que hagan cosas por la gente sin que le hagan cosas a la gente; en particular, quitarle lo que es suyo»

P.- Como algunos países ricos tienen impuestos altos, se nos pretende convencer de que son ricos porque tienen impuestos altos. 

R.- Eso es, muy a menudo se utiliza como ejemplo diciendo: «Ah, mira qué ricos son los países ricos y que tienen Estados grandes». Pues claro. Tienen Estados grandes porque se lo pueden permitir. En democracia, claro. Si no es democracia es otra cosa. En democracia suceden estas cosas. Efectivamente, los países ricos tienen Estados grandes porque se los pueden permitir, pero no es que sean ricos porque tengan esos Estados grandes. Tú no puedes probar primero a tener un Estado grande y a ver después si el país se hace rico. No no, esto no. Eso por un lado. Y después una cosa que es importantísima. Los Estados están llegando a un determinado nivel en donde empiezan a ser cuestionados. Y eso antes no pasaba. Los pioneros fueron los nórdicos, que durante años eran el paraíso de los socialistas. ¡Qué maravilla! Y los propios nórdicos, en torno a los años 70, 80 ya empezaron a frenarse. ¿Por qué? Porque tú no puedes tener grandes Estados que hagan cosas por la gente sin que le hagan cosas a la gente. En particular, quitarle lo que es suyo, don Carlos. Y esto a la gente le suele molestar. Y hay un momento cuando el Estado crece, crece, crece, crece, en donde el discurso habitual que es: «Señora, no se preocupe usted que usted va a tener muchas cosas y lo van a pagar unos pocos, los ricos y las empresas». Cuando los Estados son pequeños, eso vale. Ya no más. Ya no más. Y por eso está pasando una cosa sanísima en España, y en otros países también, y es que de pronto los impuestos se han vuelto un tema de discusión política. Antes no era así. Ahora todo el mundo habla de impuestos, y la discusión ya no vale decir «esto lo van a pagar los ricos». ¿Por qué? Porque ya la gente sabe que eso lo va a pagar… 

P.- Usted, señora. Soy autónomo. ¿Que hago? Me voy de España, me hago sindicalista, me hago socialista… 

R.- Pues fíjate. Ese es otro aspecto bien interesante. Por cierto, yo creo que los políticos, los socialistas, van a cambiar la propuesta que han hecho, que era crujir a todos los autónomos. Yo creo que esto es un globo sonda y lo van a cambiar. 

P.- Para decir: «¿Oye, has visto como hacemos caso?»

R.- Eso es. Y van a decir —típico de los socialistas—: algunos sí y otros no, y vamos a ir a por los ricos. Vale. Pero lo del autónomo, me preguntas qué hacer. Pues la verdad es que los contribuyentes no tenemos mucho que hacer. Si te fijas, los poderosos habitualmente van a por los débiles. Su práctica es justo la contraria de la que presumen. Dicen: «Nosotros cuidamos a los vulnerables». Van contra los vulnerables. Los contribuyentes tienen difícil defensa, como los conductores o los fumadores. Ahora no se puede fumar en las terrazas. Están a esto de que no se pueda fumar en las casas, porque si fumar es malo y yo te prohibo fumar en la terraza, Don Carlos, tú en tu casa no vas a hacer lo que tú quieras. ¿Igual crees que eres un hombre libre? No. No. ¿Entonces qué pasa? Que hay reacciones incluso ante los colectivos más inermes —por ejemplo, los conductores, la típica víctima propiciatoria—, la gente puede reaccionar, y contra los impuestos también, por ejemplo, votando. Y eso antes no pasaba. A mí me gusta poner el ejemplo de Felipe González, un tipo con un éxito político extraordinario. Ganó cuatro elecciones seguidas, tres por mayoría absoluta. En cada elección había subido los impuestos con respecto a la elección anterior y la ganaba. Yo creo que ahora ya no pasa más, Carlos. Esto ya no pasa más. Y cuando la gente identifica a un político como el que te sube los impuestos, que puede ser de cualquier partido, por ejemplo Rajoy, pues no le votas. Y un torrente de votos perdió el Partido Popular por subir los impuestos, entre otras cosas. Quiero decir que no es verdad que no tengas más alternativa que marcharte. Entre otras cosas porque te echaremos de menos.

P.- Yo se lo agradezco. Publicaba Moncloa que el ingreso mínimo vital había llegado a más de 2,3 millones de personas en agosto de este año. Esto siempre tenía duda. ¿Debería ser muestra de orgullo o de vergüenza para el Gobierno? 

R.- Teóricamente debería ser de vergüenza. ¿No es cierto? Lo ideal sería que cada vez menos personas cobraran el salario mínimo o recibieran el ingreso mínimo vital. Porque tendrían trabajo, habrían prosperado… En fin, como aquí intentamos hacer la mayoría de las personas. Y sin embargo, es verdad lo que dices. Y la izquierda y los sindicatos, ambos están muy orgullosos de la cantidad de personas que reciben subsidios o cobran el salario mínimo. Yo creo que ahí están revelando una imagen bastante poco edificante de la sociedad. A veces pienso, si me toca un día pesimista, que no suele suceder, pero si me toca un día pesimista, pienso que la gran fantasía de esta gente es tener a todo el mundo cobrando lo mínimo. Todo el mundo cobrando el salario mínimo y con un Estado gigantesco que nos cuida a todos. Como decía Tocqueville, decía: «Cuidado con la democracia, porque al final puede convertirse en que el pueblo sea un rebaño y el Estado su pastor». 

P.- A veces, nos lo ponen difícil. Por ejemplo, yo crecí en un ambiente en el que los sindicatos eran una pata de defensa importante de trabajadores. Pero la gente que venimos no de chalets, igual venimos de abajo, entonces tenemos esa sensación de que los sindicatos están para proteger al trabajador. Yo el otro día, particularmente, cuando de repente vi que la primera huelga general que le montan a un Gobierno de Pedro Sánchez en estos siete años, ni siquiera se la montan al Gobierno, sino que la montan por Gaza. Nos lo ponen muy difícil. 

«El liberalismo, al revés de lo que suele pensarse, tiene una larga tradición de amistad con los sindicatos, empezando por el viejo Adam Smith»

R.- Si eso es un asunto importante, porque fíjate que el liberalismo, al revés de lo que suele pensarse, tiene una larga tradición de amistad con los sindicatos, empezando por el viejo Adam Smith. Ya en La riqueza de las naciones dice Smith: «Por supuesto que los trabajadores tienen derecho a agruparse para defender sus intereses». Y dice Smith: «¿No lo hacen acaso los empresarios? Los trabajadores también». Pero hemos cambiado muchísimo. Y los sindicatos yo creo que se han metido en una espiral que es muy peligrosa para ellos, que es abrazarse al Estado. Se abrazan al Estado abrazando las ideologías más antiliberales. Yo creo que eso es lo que ha contribuido a su descrédito, porque los trabajadores no se sienten identificados con unos sindicatos que en lugar de decir que bajen los impuestos para los trabajadores, dicen: «Hagamos una huelga por Palestina». Oiga, mire usted, que aquí tenemos un paro elevadísimo, tenemos unos impuestos altísimos que pagan la gente trabajadora. ¿Por qué no baja usted un poco más a la tierra y se ocupa de eso? 

P.- Sobre un asunto que está muy en boca de todos, el tema de las pensiones, que también se acaba convirtiendo, como dice Rodríguez Braun, en uno más, en un issue, un gran tema de debate. Con la salvedad —y esto ya es opinión, y por supuesto que Rodríguez Braun me dé la suya— de que los partidos políticos no creo que vayan a tocar demasiado ese asunto hasta que la situación no sea insostenible, porque los pensionistas son el mayor grupo de votantes de España y los jóvenes importamos entre poco y nada. Y aparte, vamos poco a votar. Con lo cual, por mucho que nosotros digamos, igual no tenemos pensión el día de mañana, el tema de las pensiones no se va a tocar. ¿Cuál es tu posición sobre el asunto de las de las pensiones, sobre el sistema actual de pensiones y si se debería hacer algo? 

R.- ¿Por qué me preguntas cosas que ya sabes? Si lo acabas de decir. Bueno, se puede adornar un poco. 

P.- Pero tú mucho mejor que yo. 

R.- La esencia es la misma. Las pensiones llamadas «de reparto» no son en realidad técnicamente pensiones. Las únicas pensiones dignas de ese nombre son las pensiones privadas. Porque tú ahorras durante toda tu vida, constituyes un fondo y de ese fondo sus rendimientos te permiten cobrar una pensión cuando te retiras. Las pensiones públicas no son así. Se llaman de reparto porque en cada momento el Estado le quita dinero a los cotizantes —ahora también a los contribuyentes, porque no cierran los números—, y con eso pagan las pensiones. ¿Cuál es el problema de esto? Que en principio era una cosa que parecía fantástica, entre otras cosas porque no había muchos viejos y sí había muchos jóvenes. Pues ya está, eso funciona. ¿La tentación cuál es? Utilizar esto políticamente, y es lo que han hecho. Y entonces nos encontramos entre la demagogia y la demografía en una situación insostenible. ¿Y entonces cuál es el problema? Que a ver quién le pone el cascabel al gato, don Carlos. ¿Quién le pone el cascabel al gato? Pero incluso con esa dificultad —todo lo que has dicho es cierto—, hay como una treintena de países en el mundo que han ido cambiando el sistema de pensiones y añadiéndole cada vez más un componente de capitalización, o sea, de ahorro individual. Punto uno. Punto dos: ¿Tú sabes que hay millones de españoles que ahorran para su pensión? Hay millones. Hay millones de fondos de pensiones y millones de partícipes en fondos de inversión. A pesar de todo, la gente escucha: «Usted no se preocupe, señora, No se preocupe. Yo le voy a organizar la vida», y la gente: «Mmm. Tú no vas a arreglar nada». Y en la medida de sus posibilidades, que son pocas, pues la gente ahorra. 

P.- Cosas del directo. Me chivan por el pinganillo que el Gobierno ha dado marcha atrás con lo de los autónomos. Que, digamos, ha cambiado la propuesta. Congela las cuotas de los autónomos que menos ingresan y digamos que reduce la subida para el resto. 

R.- ¿Qué te parece?

P.- La realidad nos da totalmente la razón. Para ir cerrando, antes de un test final: lo de Trump. Esta política, para la gente que somos muy ignotos en la materia, sobre todo para que lo explique Rodríguez Braun. ¿Qué quiere conseguir con los aranceles, y si crees que puede conseguir lo que está pretendiendo con el tema arancelario? 

R.- Mmm. Para ir terminando, me haces preguntas complicadas. Esa tiene mala intención, ¿eh? 

P.- Por eso se llama El purgatorio, si no sería el cielo.

R.- Vamos a ver. De entrada, el proteccionismo está mal. Los aranceles están mal. Generan siempre efectos negativos. Castigan a los débiles, los consumidores que van a tener que pagar más por sus bienes. Es indefendible el proteccionismo. Y es profundamente antiliberal. Punto uno. Punto dos: Trump y sus secuaces se defienden de esta acusación —de la cual ellos son conscientes, gente tonta no es— diciendo bueno, pero yo voy a conseguir algo del extranjero. Es decir, yo voy a conseguir un tratamiento más favorable y al final vamos a llegar a una situación en donde va a haber un proteccionismo menor. No lo sé. La tradición y la historia no indican que eso pueda ser verdad. Lo que normalmente indican es que las subidas arancelarias suelen ser contagiosas. Y entonces se provocan represalias y al final la masa de los consumidores sale perdiendo. Entonces me reservo la opinión sobre el resultado de esto. Admito la excusa. Por ejemplo, la típica con Europa, le ponemos aranceles, pero como vamos a conseguir que el mercado europeo, que está cerrado para muchos bienes norteamericanos, se abra… Lo dejamos aquí y ya veremos lo que pasa. 

P.- Tengo para ir cerrando un test final. Un test casi tan malvado como la entrevista. ¿Dígame un lugar en el mundo? Que le guste, claro. 

R.- Es que son Madrid y Buenos Aires. ¿Qué voy a hacer? 

Carlos Rodríguez Braun. | Víctor Ubiña

P.- Madrid, el café este que me ha dicho en Buenos Aires… ¿Tiene palabrota más usada?

R.- ¿Palabrota? ¿Por mí? Yo no uso jamás palabrotas. Creo que no, vamos. Estoy casi seguro. Porque me parece que son innecesarias habitualmente. Igual que no insulto y no soy vehemente en mis argumentaciones, porque la vehemencia, como todo el mundo sabe, no es un argumento. 

P.- Dicen que los argentinos son buenos en eso. 

R.- Una de las cosas más importantes de esto es lo que le dijeron una vez a Chesterton, una famosa anécdota, cuando volvió de un viaje de Francia. Le dijeron: «Señor Chesterton, ¿pero usted qué piensa de los franceses?» Y dijo: «No lo sé. No los conozco a todos». Así que cuidado con estas categorías. 

P.- Cuidado con los tópicos. ¿Un político?

R.- Ah, sí, Lord Cowperthwaite. Este es un inglés de mediados del siglo XX, diplomático, que le dieron un encargo tremendo. Le dijeron: «Tú te vas a ir a Hong Kong y te vas a ocupar de la economía de Hong Kong». Y él: «¡Dios, qué trabajo me va a tocar con esta gente!» Y llegó el tío ahí y se le ocurrió dejarlos en paz. Dejar a la gente en paz. «Todos estos chinos ahí están trabajando. ¿Igual si los dejo en paz…?». Y así convirtió a Hong Kong de un sitio bastante modesto en uno de los sitios más ricos del mundo. Igual se lo cargaron a los comunistas. Pero eso es un político. Esa política a mí me gusta. 

P.- ¿Ha habido algún ministro —o ministra— de Economía en España que te haya disgustado menos? 

R.- Son todos muy, muy, muy mezclados, ¿no? Por nombrar uno que conocí y aprecié que se llamó Miguel Boyer, es un ejemplo perfecto de esto que estamos hablando. Porque fue capaz de hacer cosas como liberalizar los alquileres. Año 85. Liberalizó los horarios comerciales. Claro, tú no habías nacido. Se hacía unos debates en España sobre eso… «Ah, liberalizar los alquileres. Queda el inquilino desprotegido». Y Miguel Boyer hizo un argumento liberal diciendo: «No, no, el mercado va a funcionar mejor que esta cosa de fijar los precios de los alquileres», que por cierto, es típico del franquismo, del fascismo, nada progre. Lo hizo y funcionó bien. Y fue el mismo ministro de Economía que protagonizó la expropiación y nacionalización de Rumasa. 

«Lo de la defensa de lo público, por ejemplo, pues estará Mussolini sonriendo en su tumba»

P.- Esto es lo que decía el curioso, que esto te lo leí alguna vez. Defienden supuestas ideas progresistas que en realidad vienen de tiempos oscuros. 

R.- Uy, sí, sí. Lo de la defensa de lo público, por ejemplo, pues estará Mussolini sonriendo en su tumba, porque era lo que él creía. Él creía en lo público. 

P.- ¿Una película que siempre recomiendas? 

R.- Es que me gusta tanto el cine que es difícil. No lo sé. Quizá, ¿sabes cuál? Quizá El hombre que mató a Liberty Valance. Me parece que habla del periodismo, habla de la historia, de la necesidad de la moderación, de la civilización, de las leyes, y a veces hay que tomar la historia con cierta moderación. Y quizá, a veces, Print the legend.

P.- Y habla de periodistas ya un poco aficionados a darle al whisky

R.- Bueno, ese es el tema. Pero el tío se la juega. 

P.- ¿Cómo era? Peabody. Gran película. Gran película. ¿Un libro para regalar, aparte del suyo? 

R.- Uy, La teoría de los sentimientos morales de Adam Smith. Fíjate que no he dicho La riqueza de las naciones. He dicho La teoría de los sentimientos morales

P.- ¿Pero es legible? Me refiero…

R.- Si me dices que es legible un libro que he traducido yo, me estás faltando al respeto. Te explico por qué. Por supuesto que es de uso común, y lo recomiendo. Está disponible en Alianza Editorial, es muy asequible, se puede leer. Y tiene un aspecto que a mí me gusta muchísimo, y es que a menudo se asocia el liberalismo a la economía, y esto es algo que muchas veces es cultivado por nosotros mismos, por los economistas. Y esto es un grave error. El liberalismo es otra cosa. El liberalismo tiene que ver con el prójimo, y por lo tanto con nuestros sentimientos morales hacia los demás. Y Smith lo expone ahí muy bien. 

P.- ¿Cuál es tu idea de éxito? 

R.- Pues una cierta satisfacción con el trabajo bien hecho y con el bienestar de la gente más cercana que nos rodea. 

P.- ¿Un hecho histórico que te hubiera gustado presenciar?

R.- ¡Uy, eso lo tengo clarísimo! ¡Uy! Yo querría haber sido invitado a las bodas de Caná. Quiero ser invitado de esa boda y no beber nada hasta el final, cuando se agota el vino y la Virgen María le dice a su hijo que se han quedado sin vino. Y ahí transforma el vino, y el único que se dio cuenta —lo dice el Evangelio— es el mayordomo. El mayordomo dice: «¡Qué curioso! En las bodas siempre ponen el vino bueno al principio y después, cuando ya la gente está más o menos bebida, ponen el malo. Aquí han hecho al revés». ¿Te imaginas haber tomado ese vino? 

P.- Fantástico. ¿La cualidad que menos te gusta de ti. Cuál es? 

R.- A veces, tengo la arrogancia de pensar que igual el liberalismo es la solución de todos los males. No te vayas a creer eso. 

P.- ¿Cocinas o te cocinan? 

R.- Me cocinan. 

P.- ¿Nunca se te dio bien?

R.- No, en mi casa cocina mi señora, cocina una señora que nos ayuda. Y cuando estamos solos mi señora y yo, cocina ella, y yo me dedico esencialmente a poner la mesa, retirar los platos, los lavavajillas y la basura. La basura es un tema que yo trato con especial cariño, salvo ahora que me han subido los impuestos. 

P.- Ah, la tasa de basura. Está la gente cabreada. ¿Tanto cuesta la basura?

R.- Bueno, que la gente se indigne y se moleste con los impuestos… Vamos, eso viene a ser más o menos la felicidad.

P.- ¿Un deporte para verlo, para practicarlo?

R.- Para practicarlo ninguno. Soy muy mal deportista. Soy muy poco de ver deportes, pero me gusta ver el fútbol por la tele, y el polo cuando estoy en Sotogrande, que es mi segunda casa en España y veo jugar a polistas argentinos. 

P.- Para ti España es… 

R.- Iba a decir mi segunda patria. Ya es la primera. 

P.- ¡Qué bonito! 

R.- ¡Qué lindo!

P.- ¿Y qué opinión te merece esta casa? O sea, THE OBJECTIVE. Habla bien, que si no…

R.- Voy a hablar bien. Yo debo decir que sigo, sigo a THE OBJECTIVE, conozco a vuestra jefa, a Paula Quinteros. Tengo el honor de conocerla, a Álvaro Nieto, vuestro director, a Ketty Garat, a Fernando Cano, y, por supuesto, a mis admirados Cuesta y Sañudo. Así que os sigo. 

P.- Pues es igual. Es mutuo el seguimiento. Carlos Rodríguez Braun, junto con las ilustraciones de Rafa Sañudo, ha publicado Greguerías liberales. Ideas afiladas para tópicos blandos. Es un libro perfecto para leerlo en cualquier momento, incluso tenerlo en la mesilla, o incluso estar de acuerdo, e incluso comprarlo y no leerlo. 

R.- Bueno, yo creo que si se lo compran, se lee seguro. ¿Sabes por qué? Porque es cortito. 

P.- Eso sí. No se quejen del tiempo. Otro día ya hablamos de la opa. Bueno, de la no opa. 

R.- Desde luego que sí. 

P.- Carlos Rodríguez Braun, gracias por venir. 

R.- Gracias a vos. 

P.- Y que vaya todo bien. 

R.- Igual.

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