The Objective
La otra cara del dinero

A ChatGPT se le está poniendo cara de Frankenstein (y tiene un guantazo…)

‘Sangre en las máquinas’ subraya el paralelismo entre los ataques a las fábricas y los abusos laborales por la IA

A ChatGPT se le está poniendo cara de Frankenstein (y tiene un guantazo…)

Imagen de la película Frankenstein.

No he visto ningún disfraz de ChatGPT en la marabunta un poco estomagante ya de Halloween. A mí, personalmente, me hubiera dado un poco de miedo. Mi experiencia con él (para mí es masculino, cosas mías, yo qué sé) ha llegado a un punto insostenible. Cuando me di cuenta de que se inventaba recurrentemente datos y fuentes y lo que le ha dado la gana, empecé a mosquearme. ¿De verdad hay que explicitarle con la mayor claridad posible que no se debe mentir? ¿Quién puñetas le ha criado los algoritmos? ¿Tiene que ver, por ejemplo, con que en alguna universidad business friendly quiten la asignatura transversal de Ética por considerarla «redundante»? 

Como no soy (ni, sobre todo, quiero convertirme en) un carca, perseveré en mi relación con ChatGPT. Pero las cosas se torcieron del todo cuando, a pesar de mi insistencia en que no me (la cuestión ya era personal) mintiera, continuó diciéndome que podía hacer lo que demasiados minutos después reconocía que no podía. Se limitaba a pedir perdón y prometer enmienda… hasta la próxima. Cuando me descubrí insultándole, me di cuenta de que tenía un problema. ¿Qué hace un adulto de dilatada carrera profesional y supuesta solvencia intelectual mandando a hacer puñetas a una máquina? También debo decir, eso sí, que no llegué a levantarle la mano al ordenador.  

Vino entonces en mi ayuda un libro. Ese artefacto superviviente a los futuros que nos acechan. En Sangre en las máquinas (Capitán Swing), el periodista y escritor Brian Merchant, criado como columnista de tecnología en Los Angeles Times, recuerda que hace un par de siglos unos tipos que acabaron adoptando el nombre común de luditas estaban en una situación parecida a la mía… y sí que llegaron a las manos con las máquinas. La Revolución Industrial cambió radicalmente la faz de la principal industria de Inglaterra por aquel entonces, la textil. Los telares mecánicos podían hacer lo mismo que puñados de artesanos mucho más fácilmente. 

Además, no se necesitaba ninguna habilidad especial para manejarlas. Hasta un niño podía hacerlo. Y, de hecho, lo hicieron. El ensayo de Merchant, que ha tenido gran repercusión en EEUU, da buena cuenta de las estampas dickensianas de la época, con niños arrastrados directamente de los orfanatos a fábricas en las que echaban jornadas interminables a cambio de una miseria. Los trabajadores en general se vieron obligados a competir con semejante noción de productividad y aceptar salarios de miseria. Además, ya no podían trabajar en sus casas o alrededores: se tenían que trasladar a las fábricas para producir en  condiciones laborales infrahumanas beneficios astronómicos a los pocos con el dinero suficiente como para construirlas. Una crisis económica y un rey lamentable empeoraron las cosas. Y los trabajadores estallaron. 

Las máquinas eran el enemigo, y a por ellas se fueron, martillo en mano. Los luditas, organizados en células autónomas, se colaban por la noche en las fábricas para destrozarlas. Las fuerzas del orden los persiguieron, hubo detenciones e incluso penas de muerte, pero también tuvieron defensores en la opinión pública. Merchant se centra con especial detenimiento en dos escritores: Lord Byron, que no queda, sin embargo, muy bien parado, y Mary Shelley, la gran heroína de este muy narrativo ensayo. La documentación aportada sobre hasta qué punto estaba pendiente del conflicto ludita valida la tesis de que su Frankenstein se inspiró en ellos.

Monstruo clásico entre los clásicos, el Halloween que nos inunda coincide con, por ejemplo, una versión ilustrada de la editorial Nórdica o una nueva transposición al cine protagonizada por Benicio del Toro que The Economist ha definido con agudeza como «Un atractivo Frankenstein para la era de Instagram». Porque el monstruo ha vuelto, y tiene pinta de que para quedarse. En los albores de internet ya tuvimos aquel ramillete de Matrix, Terminator, Desafío Total… La nueva oleada de avisos pop contra la IA quizá pase más desapercibida en el panorama actual de infinita oferta audiovisual, pero el regreso de Frankenstein le da a todo el asunto un aire como de familia.  

El ensayo de Merchant lleva el significativo subtítulo «Los orígenes de la rebelión contra las grandes tecnológicas». Efectivamente, las casi 600 páginas del libro son una continua apelación al paralelismo entre la situación que llevó al levantamiento ludita y el actual. Cierto que la filípica de Merchant adquiere a veces un tonillo marxista (o por ahí), pero el núcleo de sus tesis rima con cosas como el artículo que la conservadora revista británica The spectator acaba de publicar bajo el título «¿Ha llegado finalmente la masacre de empleos relacionados con la IA?». Por si alguien pudiera pensar que se trata de una hipótesis más o menos alarmista, proporciona un dato muy concreto en el subtítulo: «Amazon y UPS acaban de sustituir 14.000 puestos de trabajo cada una con IA».

Ambas fuentes periodísticas tienen el encanto narrativo de ser inglesas, como los luditas originales. Pero la cuestión es evidentemente global. Y tan local como las conclusiones que me llegaron la semana pasada al email (que, definitivamente, no dejo al albedrío de ChatGPT) del Elevate Talent Forum 2025: Learning ReEvolution, que pese al inevitable sonsonete anglo, reunió a expertos de Odilo, Telefónica, Iberdrola, Allfunds y MSD: «Siete de cada 10 empleados teme quedarse obsoleto». Su miedo no es algo abstracto. Hay demasiados precedentes. Merchant se centra en las consecuencias de los grandes malvados de Silicon Valley, con indisimulada predilección por Amazon (la semana pasada anunció un ERE de 1.200 personas en España, por cierto) y Uber, pero sobre todo insiste en el paralelismo con los luditas. 

Para él, no es casualidad que el término «ludita» se haya convertido en el insulto preferido de los techies para definir a una especie de filisteo tecnológico asustado de algo que desconoce  por su culpable ignorancia. Desde luego, es más que discutible argumentar en favor de la violencia, sea del tipo que sea, pero la clave de bóveda de su tesis se antoja muy interesante: los luditas no odiaban la tecnología, sino la gestión empresarial que se valía de ella para abaratar los costes laborales. Hasta qué punto su lucha contribuyó a las reformas legales posteriores que remansaron las aguas es algo opinable, pero tiene sentido recordar que cuando la avaricia lleva a abusar de determinados adelantos, la violencia acecha. 

Un vistazo a la valoración bursátil de las grandes tecnológicas de Silicon Valley o las fortunas personales de gente como Jeff Bezos y la paralela precarización de las condiciones laborales debería encender algunas alarmas. Los gobiernos no van a hacer nada mientras no vean peligrar el orden público y, por lo tanto, sus chiringuitos. Por muy de izquierdas que se digan y por mucha «O» de obrero que lleve su partido en el nombre (compare el boom del Ibex 35 con la tendencia de su propia capacidad financiera y la de sus vecinos). 

Merchant, estadounidense, avisa de que el sueño americano del «trabajo de 9 a 5», forjado en la prosperidad del siglo XX está en peligro. También es justo recordar que ese sueño fue posible gracias a la Revolución Industrial… una vez que fue convenientemente canalizada. Aquel sueño no lo forjaron los revolucionarios: esos crearon pesadillas como la Unión Soviética, por ejemplo. El liberalismo y la socialdemocracia supieron trabajar juntos para crear una prosperidad habitable. Siempre mejorable, por supuesto, pero bastante aceptable. Con cosas como la regulación de los derechos sindicales (la norma pionera fue la Combination Act de 1825 del Parlamento inglés) o las leyes antimonopolio (ahí la pionera fue la Sherman Antitrust Act de 1890 del Parlamento estadounidense), etc. 

Los nuevos tiempos exigen una evolución de las soluciones a problemas que ensayos como el de Merchant nos muestran como recurrentes. Si no se calculan bien o quienes deberían encargarse de ellas se escaquean, la violencia puede surgir en cualquier momento. A lo mejor, quienes se están forrando con las expectativas creadas por ChatGPT deberían preocuparse un poquito más de las ganas que me entran de pegarle un buen guantazo.

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