Por qué no hablamos más de Sudán
En estos tiempos de polarización política, si un asunto no se puede desdoblar en dos mitades antagónicas, no sirve

Una mujer sostiene a un niño con claros síntomas de desnutrición en un campamento de desplazados de la región sudanesa de Darfur del Norte. | UNICEF
La aldea sudanesa de Tayba se fundó en 1973 para acoger a los colonos de un gran proyecto agrario. Hoy viven allí un millar de familias, procedentes de distintas regiones del país. Hay pocos árabes y por ello cundió el desasosiego el 9 de enero pasado, cuando se supo que las Fuerzas del Escudo merodeaban la zona.
Las Fuerzas del Escudo están integradas por yanyawid, unos milicianos árabes que llevan dos decenios practicando la limpieza étnica. Sus drones planearon aquel día sobre Tayba. También hubo explosiones. Algunas personas huyeron de la aldea y pasaron la noche en el campo, pero al amanecer el peligro parecía haberse disipado. Los fugados regresaron, la gente iba y venía del mercado y los niños jugaban en las calles.
Entonces, sobre las nueve de la mañana, las Fuerzas del Escudo irrumpieron, abriendo fuego a diestro y siniestro desde las ametralladoras montadas en sus Toyota Land Cruiser. Cuando solo quedaban cadáveres a la vista, saltaron de las camionetas, pegaron fuego a alguna casa y se retiraron.
Los aldeanos se ocultaron entre la maleza de las afueras, abrazados unos a otros, temblando. Hacia las dos de la tarde regresaron y se disponían a enterrar a sus muertos, cuando los milicianos reaparecieron y procedieron a una masacre sistemática y meticulosa. Buscaban varones en edad militar, que en Sudán es alarmantemente temprana. Iban choza por choza, ejecutando a hombres y niños de un tiro en la cabeza o el corazón. La única excepción fueron un maestro coránico y su alumno, a los que degollaron en señal de escarnio.
«Después de dos años y medio de guerra civil […] la situación es pavorosa —ha escrito en THE OBJECTIVE mi compañero José Manuel Calvo—; más de 13 millones de desplazados […]; una hambruna persistente que ha costado la vida a decenas de miles de personas; una violencia atroz contra la población civil y un deterioro absoluto de todas las infraestructuras, sobre todo las sanitarias».
¿Dónde están las manifestaciones contra estas atrocidades? ¿Cuántas cartas abiertas han firmado las personalidades del cine y la cultura? ¿Por qué no hablamos más de Sudán?
Liberales y schmittianos
Existen dos grandes maneras de entender la política. La liberal parte de la constatación de que nadie está ni estará nunca en posesión de la verdad y, por tanto, la política es un permanente afanarse en busca de consenso.
Los seguidores de Carl Schmitt consideran, por el contrario, que la política es hegemonía. Dado que nadie está ni estará nunca en posesión de la verdad, resulta estéril afanarse en busca de consenso. Eso solo conduce, en el mejor de los casos, a la parálisis y, en el peor, al caos. Si queremos orden, alguien deberá prevalecer sobre el resto.
Estas dos concepciones no son excluyentes. Conviven y se entrelazan. En las fases de bonanza, los schmittianos suelen estar confinados en los márgenes del sistema y desde ellos claman por una sociedad auténticamente justa o una patria auténticamente grande, sin entrar en mucho detalle sobre cómo piensan lograrlas o en qué consisten.
Mínimo común denominador
El predominio liberal se rompe, sin embargo, cuando estalla una crisis.
La travesía del desierto se hace a veces ardua y, en esas horas de desaliento, consuela poco la afirmación (probablemente cierta) de que no hay alternativa al actual orden capitalista. Muchos votantes dan la espalda a los grandes partidos y el arco parlamentario se atomiza. Para armar mayorías de gobierno hay que poner de acuerdo a siete, ocho, nueve formaciones. ¿Y cómo mete uno en la misma plataforma a uno que reclama mano dura con la inmigración y otro que aboga por una gran regularización; uno que quiere bajar los impuestos y otro que exige subirlos; uno que apoya la agilización de los desahucios y otro que justifica la okupación?
El denominador común puede ser algo tan mínimo como la proclamación de que nosotros somos el progreso y los otros, la reacción.
No son tiempos de matices. Las promesas de campaña concretas (los 800.000 puestos de trabajo de Felipe González, las privatizaciones de José María Aznar) se abandonan para abrazar objetivos difusos, como asaltar el cielo o blindar las conquistas sociales. Porque, ¿qué clase de desalmado podría estar en contra del cielo o de las conquistas sociales?
Escupidores de huesos de aceituna
Dada la vaguedad de estas agendas, la capacidad dialéctica ya no resulta una habilidad apreciada. Los candidatos más intelectuales se ven desplazados por los escupidores de huesos de aceituna. La tertuliana de La Tuerka se impone al catedrático de Filosofía y el chulo de Portugalete al registrador de la propiedad.
Los congresos políticos dejan de ser foros de debate. Los delegados no acuden a convencer y dejarse convencer. Su objetivo principal es exhibir una lealtad sin fisuras, jalear estentóreamente el discurso del líder único e interrumpirlo con constantes y violentas salvas de aplausos.
Los mítines, por su parte, se transformaron hace mucho en celebraciones religiosas. Recuerdo haber acudido durante la Transición a una fiesta del PCE para informarme de su ideario y sus intenciones. Eso es hoy impensable. A un acto de partido no vas a instruirte, sino a reforzar tus convicciones y, sobre todo, a cerciorarte de que estás en el lado bueno de la historia. Y cuando tienes la fortuna de que la gracia te ilumine y alcanzas la certidumbre total, ya nada puede disuadirte, y mucho menos la realidad.
Polarizar es la clave
En este universo schmittiano, la polarización lo es todo. Si un asunto no se puede desdoblar en dos mitades antagónicas, no sirve, y la guerra de Sudán es demasiado complicada y demasiado sencilla.
Demasiado complicada por la cantidad de contendientes: las Fuerzas Armadas de Sudán, las Fuerzas de Apoyo Rápido, el Movimiento de Liberación de Sudán, el Movimiento del Pueblo de Liberación de Sudán Norte, los milicianos del Escudo, los mercenarios rusos, los mercenarios emiratíes, los mercenarios libios…
Y demasiado sencilla por la calidad de los contendientes: no hay ni uno decente, sobre todos pesan graves acusaciones de violaciones de los derechos humanos.
Por supuesto, siempre puedes solidarizarte con los colonos indefensos de Tayba, pero eso no te desmarca de tu rival. Cualquiera puede identificarse con los buenos. Lo que tiene mérito es identificar a tu rival con los malos y ¿quién va a creerse que Alberto Núñez Feijóo es un ogro comeniños y un degollador de renegados?
Pintarlo como un lacayo del sionismo internacional es, en cambio, más plausible, y por eso hablamos de Palestina y no de Sudán.
