The Objective
Economía

¿Es bueno que los fondos de inversión colonicen las empresas?

Aunque no todas las gestoras son iguales, la mayoría se parecen aún demasiado

¿Es bueno que los fondos de inversión colonicen las empresas?

Enrique Cerezo, Miguel Ángel Gil y Robert Givone. | Atlético de Madrid

A principios de esta semana se conocía que los dueños del Atlético de Madrid vendían el club al fondo estadounidense Apollo, cuyo tamaño (512.800 millones de dólares administrados) no deja lugar a dudas sobre su musculatura. La entrada en escena de una gestora de equity o venture capital es bastante común en el ecosistema tecnológico y hace sus pinitos también en el fútbol, como ya demostraron distintos casos en la Premier League.

El principio rector siempre es a grandes rasgos el mismo: se trata de comprar algo no por amor al arte, el deporte o un SaaS, sino para multiplicar los ingresos y, en última instancia, colocar de nuevo en el mercado la pieza capturada. Esta ambición, perfectamente compatible con una mejora de las condiciones salariales de la plantilla, imprime en la organización una presión adicional que a veces se torna insoportable. Off the record, pues con el tiempo han contraído obligaciones y firmado cláusulas de confidencialidad, no son pocos los emprendedores que se confiesan extenuados tras la entrada de un fondo en el accionariado.

Byung-Chul Han, surcoreano muy conocido por su breve ensayo La Sociedad del Cansancio, describe una era donde ya no hace falta un capataz con porra junto al desnutrido trabajador (hombre, mujer o niño) de la revolución industrial. Bajo la engañosa copla aspiracional, ahora es la persona la que se autoexplota. Si fundar una startup ya implica cobrar poco, discutir con los socios y producir siete días a la semana, levantar una ronda de inversión agrava la orografía del día a día con una gestora que a su vez representa a decenas o cientos de socios cuya vocación última es el ánimo de lucro. Embriagado por el titular recién arrancado en un par de medios, ese emprendedor eleva al cubo -sin saberlo al principio- la explotación de la que habla el filósofo afincado en Alemania. 

Antes que él, Hannah Arendt alertaba de otra degradación global apuntando directamente al corazón de la especie: el hombre moderno -apuntaba la germano-estadounidense- se ha degradado a animal laborans, quedando pasivamente a merced de los procesos vitales (o económicos) anónimos. «El propio trabajo es la nuda actividad. El puro trabajo es, exactamente, la actividad que corresponde a la nuda vida», acota Han. Esta áspera realidad de KPIs y auditorías refuerza la idea -rebelde- de que al dinero hay que ponerle alma. Y eso sólo es posible a través de la inversión de impacto, aunque, como siempre repite Bernardo Quintero, el malagueño de Google, lo ideal es recurrir sólo a tu propio caudal, algo que es posible si se diseña una capa de IA sobre IA (como hicieron los murcianos de Magnific) pero bastante improbable si se fabrican coches eléctricos o se diseña un test de detección precoz del cáncer de colon. 

Sufragar proyectos con el filtrado de la sostenibilidad y el bien común es una modalidad existente en España: Impact Bridge o La Bolsa Social son, de hecho, ejemplos bien explicados en The Positive, como se explicaron también las bases fundacionales del sistema (Ronald Cohen), pero este camino simboliza aún un espacio minoritario. Los rectores de Apollo no van a mirar si las luminarias del Metropolitano se nutren de energías renovables; lo que quieren es que el verde esté en la cuenta de resultados. Y así con el 99% de las gestoras de equity del mundo. 

Un par de lecturas cruzadas más vienen a colación. Anthony Hopkins revelaba el pasado domingo en una entrevista con un medio nacional su aprendizaje más valioso: disfruta de la vida mientras estás en tu apogeo, porque después llega a ser muy dura. En una de las reflexiones talladas en La Montaña Mágica, Thomas Mann prescinde de Hans Castorp y expresa sin intermediarios ficticios que el tiempo se acelera brutalmente con la monotonía y sólo se ralentiza con la novedad. Para que el dinero tenga alma, primero deben recuperarla los hombres. ¿Cómo? Contemplando más, autoexplotándose menos, explorando cuáles son las gestoras menos depredadoras y embarcándose de verdad en una aventura destinada a cambiar la suerte de una comunidad que navega sin rumbo. 

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