The Objective
La otra cara del dinero

Manuel Vicent y la fascinación antiliberal

El socialismo presenta graves inconvenientes, pero siempre ha reservado para los intelectuales un lugar privilegiado

Manuel Vicent y la fascinación antiliberal

El escritor Manuel Vicent recibe de manos del presidente de la Generalitat, Ximo Puig, la Alta Distinción que otorga la Generalitat de Valencia, el 9 de octubre de 2022. | Rober Solsona (EP)

Todas las mañanas, antes de sentarme al teclado, me gusta leer dos o tres páginas de buena prosa para «coger el tono», como recomendaba Stendhal en su famosa carta a Balzac. El creador de La cartuja de Parma admiraba la sencillez del Código Civil. Yo prefiero el humor de Saki, la claridad de Ortega, la concisión de Azorín. De vez en cuando también frecuento a Manuel Vicent y, repasando una recopilación de sus artículos, tropecé con la siguiente parrafada:

«En nuestro circo mediático sucede algo muy peculiar que no se da en los países con una democracia más asentada, donde por regla general antes de que un escándalo llegue a la opinión pública, tal vez por conducir borracho, por haber defraudado al fisco, por mentir en cualquier declaración, por comprar una chocolatina con el dinero del erario o simplemente porque un ministro ha demostrado ser un idiota, el protagonista ya ha dimitido o le han echado a la calle con una patada en el culo o ha ido a la cárcel o ha decidido ahorcarse».

¿Cuántas veces no habremos denunciado el contraste entre este proceder y la contumacia con que los políticos españoles se aferran a la poltrona?

Se trata de incentivos

La columna de Vicent se titula Mascotas y es de enero de 2014. Unos meses antes había yo reclamado en otra pieza la salida de la entonces ministra de Sanidad del Partido Popular.

«¿Por qué iba a dimitir [Ana] Mato —planteaba— si, como ella misma dice, nunca nadie le ha ofrecido nada a cambio de una decisión, siempre ha hecho frente a sus responsabilidades con absoluta integridad y sus cuentas están limpias? ¿No sería injusto?»

«Sin duda —me respondía a mí mismo—. Pero no se trata de justicia ni de racionalidad. Se trata de incentivos».

Y citaba el caso del ministro de Defensa del Reino Unido, Liam Fox, que había tenido que dimitir porque un amigo suyo llevaba un «estilo de vida a lo James Bond». No se demostró que nadie hubiera ofrecido a Fox nada a cambio de una decisión, siempre había hecho frente a sus responsabilidades con absoluta integridad y sus cuentas estaban limpias. Pero la intolerancia ante la menor irregularidad hace que sus sucesores «se mantengan a una prudente distancia de los personajes dudosos».

Solo ante el peligro

La sintonía con uno de mis ídolos literarios me llenó de satisfacción, pero entonces me pregunté qué diría Vicent de los escándalos actuales y, tras una rápida búsqueda en Google, di para mi tristeza con La suerte está echada, un artículo de julio de este año.

«Tal vez resulte excesivo comparar al presidente del Gobierno Pedro Sánchez con Julio César —escribe—. Hasta ahora parecía más bien un vaquero del Oeste que había logrado salir indemne del tiroteo por tierra, mar y aire orquestado para tumbarle desde el día en que tomó el cargo. […] De pronto, los dados han cambiado y en la lucha intestina con la oposición los traidores José Luis Ábalos y Santos Cerdán, en el papel de Bruto y Casio, lo han llevado contra las cuerdas. Son ellos y algunos más de su propia camarilla quienes han preparado los cuchillos con los que podría ser apuñalado en otro idus de marzo».

Vicent no exige ya dimisiones ni patadas en el culo. Al contrario. Pedro Sánchez es una mezcla de Gary Cooper en Solo ante el peligro y Rex Harrison en Cleopatra.

Y aunque Vicent está lejos de ser un sanchista incondicional, como Luis García Montero, Manuel Rivas y otros firmantes del bochornoso manifiesto «Contra los intentos de involución» impulsado el pasado verano, asume las líneas maestras de su argumentario: la descalificación desde el inicio de la legislatura, el ataque desde todos los frentes, la ingenua y excusable confianza en unos colaboradores desleales…

¿Por qué este diferente rasero dependiendo de que la sombra de la sospecha se cierna sobre un líder de derechas o de izquierdas? ¿Qué es lo que tanto fascina del socialismo a los intelectuales?

La mente cautiva

Czeslaw Milosz (1911-2004) nació en Lituania y se crio en la Polonia de entreguerras. Tras la constitución de la república popular en 1947, se labró una reputación de poeta estimable y comunista leal y las autoridades de Varsovia lo enviaron de agregado cultural a París. Pero en 1951 desertó y dos años después publicaba La mente cautiva, un libro en el que disecciona la capitulación ideológica de cuatro de sus contemporáneos.

No los cita por sus nombres, sino por las primeras letras del alfabeto griego: Alfa, Beta, Gamma y Delta.

Los tres últimos son los menos relevantes a los efectos de este artículo. Beta sobrevive a Auschwitz colaborando con los nazis y emplea luego la misma estrategia con el Gobierno títere de Moscú. Gamma es un creador de escaso talento y aún menos escrúpulos, que asciende a golpe de servilismo hasta convertirse en un burócrata cultural. Delta busca el patrocinio del Partido Obrero Unificado Polaco igual que antes había cortejado a los mecenas capitalistas. Todos ellos se someten al estalinismo por motivos prácticos.

No los juzguen con severidad: en sus circunstancias, probablemente usted y yo habríamos obrado igual.

Pero Alfa es un tipo de probidad intachable. Durante la ocupación alemana observó «un comportamiento ejemplar de escritor-ciudadano —cuenta Milosz—. Sus opiniones sobre qué acciones eran las adecuadas se consideraban una especie de oráculo en los círculos literarios […]. Por sus manos pasaba el dinero de los fondos clandestinos y él lo repartía entre los colegas que necesitaban ayuda».

Ese protagonismo «puro y fuerte» le gustó y, una vez concluido el conflicto, Alfa «no podía ser uno de entre muchos, tenía que dirigir» la transición a «un nuevo orden social».

Libertad, ¿para qué?

La trayectoria de Vicent no cuadra con el pragmatismo de Beta y Delta, ni mucho menos con el arribismo de Gamma. ¿Qué tiene en común con Alfa?

Desde la perspectiva del intelectual orgánico «se ve muy lastimosa —reflexiona Wolfgang Gil Lugo— la condición del intelectual occidental, quien disfruta de gran libertad de pensamiento y expresión, pero al costo del extrañamiento, pues cualquier cosa que crea o piense no será considerada en absoluto por el régimen liberal. Por el contrario, será completamente ignorada».

Los regímenes comunistas saben ser generosos con los artistas dóciles.

«Durante los primeros años del nuevo orden —cuenta Milosz—, Alfa se implicó en la Revolución. Al fin y al cabo, era un escritor popular, cuyo público se reclutaba entre las masas trabajadoras. Su novela de antes de la guerra […] vendió apenas unos cuantos miles de ejemplares. Ahora, tanto él como cualquier autor podían contar con una gran número de lectores».

Una alucinante y confusa algarabía

El socialismo tiene grandes inconvenientes, pero reserva para el intelectual un lugar destacado. Aunque no puede decir lo que quiere, todo el mundo atiende cuando lo dice. En el capitalismo, por el contrario, el intelectual ejerce su ascendiente sobre un círculo limitado. Puede decir lo que quiera, pero no es seguro que alguien atienda cuando lo dice. Las audiencias masivas se las quedan los influencers que exhiben lujosos estilos de vida, comentan videojuegos o comparten consejos culinarios.

«Hoy —se lamenta Vicent—, la ideología tiene menos valor que una ración de gambas». Y en otro lado sentencia que vivimos «una alucinante y confusa algarabía de voces que se pierden en el espacio».

No puedo estar más de acuerdo. Ahora bien, es dudoso que la alternativa de Pedro Sánchez a esa alucinante y confusa algarabía sea mejor.

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