La yuxtaposición de dinero, genética y arte que da acceso al trono de oro
La subasta de la herencia del empresario Lauder deja cifras récord y algunas reflexiones sobre el pasado del dinero

Váter de oro. | Reuters
¡Bombazo en el mercado del arte! Una subasta en Sotheby’s acaba de vender Retrato de Elisabeth Lederer, de Gustav Klimt, por 236,4 millones de dólares. ¿Qué ha pasado? ¿Algún megacongreso de expertos mundiales en arte ha desvelado algún matiz en el trazo del maestro vienés que lo sitúa en la cumbre del arte mundial? No. Más sencillo. El dueño de la obra se ha muerto y sus herederos están liquidando su patrimonio para repartírselo. Así de prosaico. Aunque, a veces, profundizando en las tripas del mecenazgo, se pueden sacar conclusiones interesantes y hasta divertidas. Por las vueltas que da la vida. Ya invierta el mecenas en arte o en poder…
En este caso hablamos de arte, aunque el poder siempre está de fondo, para qué engañarnos. El cuadro de marras pertenecía a un tal Leonard Lauder, nacido en Nueva York en 1933 y muerto en la misma ciudad el pasado 14 de junio. En su momento tuvo la habilidad financiera de contar con un solo hermano, con lo que recibió la mitad de The Estée Lauder Companies, un gigante de los cosméticos que fundaron sus padres en 1946. Leonard se lo curró, ojo. Empezó a trabajar en la empresa familiar con 25 años y con 39 llegó a la presidencia. Cantan los cronistas corporativos que a mediados de la década de 1990 creó el primer laboratorio de investigación y desarrollo de la empresa, y que la sacó a bolsa poco después.
El caso es que al negocio familiar le fue bien. Mientras la beautiful people de la parte alta de Manhattan flipa con el espectáculo de Sotheby’s, la parte baja, por donde Wall Street y demás, se fija en otros detalles. Anthony Hughes cuenta en Bloomberg, por ejemplo, que la familia «busca recaudar alrededor de mil millones de dólares en una venta de acciones del fabricante de productos de belleza». Al parecer, los fideicomisos afiliados a los descendientes ofrecen 11,3 millones de acciones a un precio de entre 90 y 92 dólares cada una. Lo que, entre otras cosas, «contribuirá a la liquidación del patrimonio de Leonard Lauder, incluyendo el pago del impuesto sucesorio y otras obligaciones».
Porque el amigo Leonard juntó una fortuna curiosa. La última actualización de su casilla en la lista Forbes la sitúa en unos 10.100 millones de dólares. Y eso que en 1999 se aburrió de la empresa. Renunció a su puesto (por entonces también era CEO) y se dedicó a gastar, que también tiene su ciencia. Él lo hizo a conciencia (con perdón) y hasta creó un sistema: en 2001 se inventó el índice Lipstick (pintalabios en inglés) para medir la relación entre el gasto en artículos de lujo y la salud de la economía en general. Por supuesto, predicó con el ejemplo comprando el arte más sublime… y otras cosas.
The New York Times recoge lo más alto y lo más bajo de la gran metrópolis del capitalismo y le pone el lazo más brillante que encuentra. Su titular de la famosa subasta: Noche de historia del arte moderno, noche del espectáculo en Sotheby’s. Porque eso fue la subasta. Todo un espectáculo. En el subtítulo, el NYT cuenta, claro, que el retrato de Klimt se ha convertido en «la segunda pintura más cara vendida en una subasta», pero recuerda también que un váter de oro recaudó 12,1 millones de dólares. Sí. Un váter. De los de evacuar lo que le sobra al cuerpo. De oro.
A ver… Explica el NYT que se trata de «un inodoro de oro del artista conceptual Maurizio Cattelan». En concreto, es «una escultura funcional». Inquietante adjetivo. A quien no esté muy al tanto de la jerga artística le puede evocar la imagen del amigo Leonard en algún momento de apuro fisiológico. A ver, la función de un váter… Y si en su momento los culebrones nos enseñaron que los ricos también lloran, el epílogo posposposposmoderno de la narrativa capitalista nos insinúa que…
En cualquier caso, los expertos aseguran que su venta fue decepcionante: pagaron el precio que cuesta el oro del que estaba hecho (que ya es oro, y no haga rimas de qué tipo de oro, por favor, compórtese), más los honorarios de la casa de subastas. Una portavoz de Sotheby’s deslizó que el comprador es «una famosa marca estadounidense». ¿La habrá comprado la misma Estee Lauder Company para entronizar a sucesivos sucesores del sucesor? Sotheby’s promocionó su venta con este suntuoso vídeo (spoiler alert: no hay nada escatológico, el glamur y la música clásica estriñen, no abuse de los Ferrero Rocher en estas fiestas que se avecinan).
Pero volvamos a la historia del Klimt, menos simpática, quizá, pero cargada (con «r») de metáforas. El cuadro muestra a Elisabeth Lederer, hija del industrial judío August Lederer, uno de los mecenas más prominentes de Klimt. Cuenta la BBC en este emotivo artículo que los nazis confiscaron la vasta colección de Klimt de los Lederer tras la anexión de Austria en 1938. En 1948 se la devolvieron al hermano de Elisabeth, que la vendió en 1985. La BBC dice, en una elegante elipsis, que «reapareció en el mercado». Y se gusta en la descripción del retrato: «Al yuxtaponer símbolos del poder imperial con insinuaciones de orígenes biológicos y linajes, crea un retrato que funciona en niveles cada vez más profundos de la mitología antigua y la ciencia moderna».
Y tanto. No profundiza la BBC en las yuxtaposiciones financieras detrás de la posesión del cuadro. El comprador en 1985 fue Leonard Lauder, hijo de la fundadora de la empresa que lo hizo milmillonario. Estée Lauder nació también en Nueva York, pero en el distrito de Queens. Otra Nueva York. Era hija de judíos inmigrados desde Hungría, por entonces parte del imperio austrohúngaro. Cuando un industrial vienés pagaba lo que hiciera falta para que Klimt pintara a su niña Elisabeth como una princesa, allá por 1914, Estée Lauder tenía seis años: probablemente ya jugaba con el maquillaje de su madre en la gris Queens, soñando con convertirse en algo parecido a esas reinas del otro lado del Atlántico, de aquel lejano lugar del que habían venido sus padres.
Mientras, The Spectator recuerda en un interesante reportaje que «Sudamérica está repleta de arte saqueado por los nazis». Comienza como una película de intriga: «Este verano, una noticia de nicho en el mundo del arte causó sensación: una pintura de un Viejo Maestro, robada por los nazis a un comerciante de arte judío-holandés, apareció en Mar del Plata, Argentina. Sorprendentemente, periodistas de un periódico holandés la descubrieron en la pared de una casa en una foto promocional que formaba parte de un anuncio inmobiliario de ‘en venta’. Resultó que una de las vendedoras de la casa era hija de un oficial nazi que trabajaba para el Mariscal del Reich Hermann Göring, un conocido saqueador de arte».
Fascinante. Tras el caso concreto, la tendencia: «En el año 2000, la Comisión Presidencial sobre Bienes del Holocausto estimó que, de las alrededor de 600.000 obras de arte que robaron los nazis, 100.000 constan hoy como desaparecidas». Pero «con el cambio generacional llega la herencia, y ahora son los hijos y nietos de antiguos nazis, criminales de guerra o incluso militares aliados quienes poseen las obras de arte expoliadas. Ofrecen una obra a la venta, solo para descubrir que es propiedad robada». Muchas reclamaciones se resuelven de forma privada y los sucesivos compradores desconocen el origen de la obra.
¿Hasta qué punto hay que asegurarse de la trazabilidad (la famosa trazabilidad, tan de moda en otras cosas) de la propiedad de las obras de arte. The Spectator concluye con una cita de Jonathan Schwartz en Forward: «Estas obras no son meras pinturas o esculturas; son fragmentos de vidas robadas. Devolverlas no es caridad; es el cumplimiento de una justicia negada durante mucho tiempo, parte de un recuento histórico inacabado, uno que los museos deberían querer completar». Arte, Historia, historias…
¿Hay que investigar, por lo tanto, de dónde proviene el dinero donado para ciertas cosas, incluso si el donante ha muerto hace tiempo? ¿Se hereda la ilegitimidad de determinado dinero por su origen? En general, digo. Hay mecenas que no invierten en arte, sino directamente en poder. Aunque la política es un arte, dicen.
