Turquía entra en el Guinness de las rutas aéreas por su acercamiento a Rusia
Ankara mantiene un delicado equilibrio entre EEUU, Rusia y China que hace de Estambul el primer aeropuerto de Europa

El estrecho del Bósforo, en Estambul. | EP
Turquía se ha coronado en la recta final del año como líder mundial en la industria de la aviación. El hecho de que su aerolínea de bandera, Turkish Airlines, participada al 49% por el Estado, haya recibido el récord Guinness a la aerolínea que llega a más países –131, tras su reciente aterrizaje en Chile– responde a la posición estratégica del país euroasiático. A medio caballo entre el Viejo Continente y Asia, la nación liderada por Recep Tayyip Erdoğan ha logrado jugar a dos bandas, alineada con Estados Unidos y sus aliados al formar parte de la OTAN, pero también con Rusia y otras potencias orientales, con las que negocia cada vez más acuerdos comerciales, energéticos y militares.
Ello permite a Turkish Airlines algo que el resto de aerolíneas del mundo no han conseguido: volar a Nueva York, pero también a Moscú, Pekín y Teherán. Esto dota a la compañía de una ventaja estratégica adicional, ya que no solo es la que llega a más destinos, sino también la que cuenta con trayectos de largo radio más directos. Datos de Flightradar24 analizados por The Economist revelan que, mientras los aviones de la estadounidense United Airlines tienen que hacer desvíos de dos horas para llegar a Nueva Delhi o Singapur, la flota turca o la de Air India surcan los aires con mayor facilidad al tener abierto el espacio aéreo de Occidente, pero también el de Rusia e Irán.
Un dato revelador pero que ha pasado inadvertido este mes de diciembre es que con sus 1.352 vuelos diarios, el nuevo aeropuerto de Estambul ha superado a Heathrow (Londres) y Schipol (Amsterdam) como el nexo aeroportuario con más actividad de Europa. Inaugurado en 2018, las autoridades turcas han apostado claramente por esta infraestructura, dotándola de una inversión de cerca de 10.000 millones de euros, casi seis veces la cantidad ofrecida por Aena y rechazada por el Gobierno autonómico catalán para ampliar las pistas y las instalaciones de El Prat con el objetivo de convertirlo en un hub de conexiones intercontinentales.
Hasta no hace muchos años, Turquía se alineaba geopolíticamente con Occidente, como demuestra su pertenencia a la alianza militar atlántica o sus frustrados intentos para ingresar en la Unión Europea. Erdoğan trató de comprar la adhesión a la UE a cambio de acoger a los 3,6 millones de refugiados sirios que durante lo peor de la guerra cruzaban la frontera del país vecino con la esperanza de continuar hacia el norte y que actualmente se encuentran en territorio turco. Tras años de espera, el régimen de Ankara ha tirado por la calle de en medio, patrocinando una ofensiva de los yihadistas de Hayat Tahrir al Sham (HTS) que ha culminado con el derrocamiento del régimen de Al Assad en Damasco, con la intención de debilitar a sus enemigos kurdos y abrir una nueva etapa que permita el regreso de los inmigrantes pero también reforzar su posición estratégica en el Levante mediterráneo, con las dos potencias anteriormente predominantes, Irán y Rusia, debilitadas o dependientes de Erdoğan para mantener sus intereses en la zona.

Por otro lado, el autócrata turco ha iniciado un proceso de regresión democrática en su país. Hasta recientemente, su régimen institucional consistía en un sistema autocrático competitivo, con apariencia de elecciones, aunque con fraude generalizado para garantizar la reelección del presidente. Sin embargo, el Gobierno se oculta cada vez menos tras el velo de la libertad, transicionando hacia una dictadura tradicional. Esta situación le acerca de forma natural a otras autocracias de Oriente Próximo e incluso al Kremlin, con el que ha negociado cuestiones como el futuro de Siria, acuerdos comerciales y, lo que es aún más importante, energéticos: ante las sanciones occidentales contra Moscú, Turquía aspira a convertirse en el nexo gasístico por el que pasen los gasoductos procedentes de Rusia con destino a Europa. Estambul parece mejor posicionada que San Petersburgo para triunfar en la estrategia ideada por Aleksandr Dugin y Vladímir Putin de crear un puente euroasiático.
Turquía, ¿un rival para España?
El ascenso turco puede tener un impacto negativo para la economía española, especialmente en lo que se refiere al turismo. Fuentes del sector hotelero español subrayan que Turquía es, junto con otros países mediterráneos, uno de los destinos que tradicionalmente ha competido con el nuestro para captar viajeros. Consideran que actualmente hay un «exceso» de vuelos que llegan a los aeropuertos ibéricos impulsados por la inestabilidad en el resto de la región, inmersa en «dificultades, guerras y problemas». Ello provoca que exista una demanda sin precedentes en el extremo occidental del arco Mediterráneo que ha permitido incrementar los precios.
«Hay muy pocos vuelos a Túnez, Egipto y Marruecos», señalan estas voces sectoriales, que añaden que los destinos más perjudicados han sido los cercanos a Israel, aunque también la guerra de Ucrania ha contribuido a desplazar la demanda turística hacia el oeste. Recuerdan que Turquía «es medio musulmana y puede haber alguien que dude» y opte por otro escenario vacacional como Madrid, Barcelona o Londres, donde actualmente «hay demasiados vuelos demasiado baratos», una situación que creen difícil de sostener. «El día que el turismo internacional se disperse, ojo a la que nos vendrá encima; igual la guerra de Ucrania acaba dentro de un mes», advierten, señalando que los actuales niveles de ocupación hoteleras y precios podrían revisarse si desapareciese parte de la demanda. En este contexto, una estabilización de los conflictos bélicos en Oriente Medio o el este de Europa podría contribuir al crecimiento económico y turístico que experimenta Estambul.
Muy consciente de la posición estratégica de su país, el régimen turco de Erdoğan busca, a través de su participación en la Nueva Ruta de la Seda –una iniciativa de infraestructuras de transporte parcialmente financiadas por China–, recuperar parte del esplendor comercial que tuvo en su día como cruce entre Oriente y Occidente. Estambul se encuentra estratégicamente mejor posicionada que otras ciudades históricamente relevantes como Samarcanda o San Petersburgo debido a factores clave. Estambul es la única ciudad del mundo que se encuentra en dos continentes (Asia y Europa), controlando el paso entre el Mar Negro y el Mediterráneo a través del Estrecho del Bósforo. Este dominio sobre el Bósforo y los Dardanelos la convierte en una puerta natural para el comercio intercontinental. El puente del Bósforo y los túneles de transporte como el Marmaray refuerzan su capacidad para manejar volúmenes significativos de carga terrestre y ferroviaria.

El puerto de Estambul está adaptado para absorber el crecimiento de comercio marítimo, mientras que proyectos como el Canal de Estambul buscan duplicar la capacidad de tránsito marítimo. Al evitar rutas que pasan por Rusia (afectadas por sanciones o tensiones políticas), el Corredor Transcaspiano, que conecta China con Europa a través de Asia Central y Turquía, fortalece el papel de Estambul como punto de entrada a Europa. Esto le da ventaja frente a ciudades como Samarcanda, que carecen de acceso directo a mercados europeos. Aunque históricamente importante, su ubicación en el norte limita su acceso directo a las rutas comerciales hacia el Mediterráneo y el sur global. Las tensiones entre Rusia y Occidente han debilitado su posición como puente comercial, y Samarcanda es un símbolo histórico del comercio en la Ruta de la Seda, pero hoy en día se encuentra más alejada de los grandes mercados y carece de la infraestructura moderna que tiene Turquía. Además, su conexión terrestre no tiene la misma eficiencia ni impacto geopolítico que la posición de Estambul.
La Nueva Ruta de la Seda permite que Estambul recupere su posición como eje comercial global gracias a los flujos multimodales, ya que la capital turca combina rutas marítimas (a través del Mediterráneo), terrestres (ferrocarriles hacia Europa y Oriente Medio) y aéreas (el Aeropuerto Internacional de Estambul es uno de los más grandes del mundo). Aunque no exenta de desafíos internos, Turquía sigue siendo más estable que algunos de los países del Cáucaso y Asia Central. Esto favorece el tránsito seguro de mercancías y el país ha adoptado un enfoque pragmático, invirtiendo en infraestructura y acuerdos comerciales para maximizar su protagonismo internacional. Si Turquía continúa fortaleciendo sus infraestructuras y manteniendo este papel estratégico, Estambul podría recuperar un papel de liderazgo comercial similar al que tuvo durante el Imperio Bizantino y Otomano. Este resurgir no solo reactivaría su economía local, sino que también podría convertirla en un centro de influencia comercial, cultural y política en el siglo XXI.