Genio y privilegio
«Igual que actualmente la riqueza cada vez está más concentrada en unas pocas manos, la producción cultural es cada vez más elitista»
En un texto de hace unos años, Daniel Judt dice que la cita favorita de su padre Tony, que usaba siempre que podía, era un monólogo de Harry Lime, el personaje que interpreta Orson Welles en la película El tercer hombre: «En Italia, durante treinta años bajo los Borgia, tuvieron guerras, terror, asesinatos y matanzas, pero produjeron a Miguel Ángel, Leonardo da Vinci y el Renacimiento. En Suiza tuvieron amor fraternal, quinientos años de democracia y paz, ¿y qué produjeron? El reloj de cuco».
Es comprensible que Tony Judt, un historiador del siglo XX, tuviera simpatía por esa frase: dedicó su vida a estudiar una época de polarización, guerras, exterminios. Pero a Judt no le gustaba tanto esa frase porque supuestamente demostrara la conexión entre la creatividad de un país y su inestabilidad política; le gustaba porque la consideraba un cumplido de Suiza, país que admiraba especialmente por sus trenes, su verdadera pasión: «Eran metódicos, tecnológicamente asombrosos, y una excepción maravillosa a la demolida infraestructura europea [después de la Segunda Guerra Mundial]».
Es una reflexión que me recuerda a la maldición china «que vivas tiempos interesantes». Pero los tiempos interesantes históricamente no necesariamente producen buena cultura. A veces ocurre lo contrario. Siempre me ha sorprendido que el death metal, el género de metal extremo, nació en EEUU en la zona de Tampa, en Florida, un lugar completamente insustancial lleno de jubilados. Muchos grandes grupos estadounidenses surgieron en suburbios de clase media donde los adolescentes no tenían nada más que hacer que conducir al supermercado Target más cercano. Stephen King ha escrito toda su vida novelas de terror desde Maine, otro Estado no especialmente dado a los «tiempos interesantes».
A los críticos culturales les encanta explorar qué contextos propician genios, como si hubiera un determinismo sociológico. Si el escritor llega al éxito desde la nada, su contexto no es importante. Triunfó a pesar de sus orígenes. Pero si proviene de una familia privilegiada, su genialidad tiene también una explicación sociológica. Y es cierto que si eres Jonás Trueba y quieres hacer cine, te resultará más fácil que a otros si tu padre es Fernando Trueba. Pero también puedes ser un mediocre que solo tiene buenos contactos. Ese no es el caso de Jonás Trueba, un director brillante que, además, ha sido tratado injustamente por la industria cinematográfica española; parece que lo aprecian más en Francia, donde este año obtuvo el premio a la mejor película europea de la Quincena de Realizadores en el Festival de Cannes.
«Un estudio del año pasado en Reino Unido demostraba que el porcentaje de artistas con orígenes humildes se había reducido a la mitad»
La rabia que producen los nuevos artistas cuyos padres «aparecen en azul en Wikipedia», es decir, cuyos progenitores son suficientemente famosos como para tener página propia en la Wikipedia, es comprensible. Un estudio del año pasado en Reino Unido demostraba que el porcentaje de artistas con orígenes humildes se había reducido a la mitad. «El análisis de los datos de la Oficina Nacional de Estadística», dice un artículo de The Guardian, «reveló que el 16,4% de los trabajadores creativos nacidos entre 1953 y 1962 procedían de la clase trabajadora, pero esa cifra había descendido a solo el 7,9% entre los nacidos cuatro décadas más tarde».
Igual que la riqueza cada vez está más concentrada en unas pocas manos, la producción cultural es cada vez más elitista. ¿Quién puede permitirse crear si tiene miedo de que le suban el alquiler? El consuelo que nos queda a los humildes es que el éxito no es sinónimo de calidad, que es algo mucho más etéreo y difícil de medir. El nepo baby habrá heredado un capital cultural, pero el genio no se puede heredar.