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Ricardo Dudda

Habló Unamuno… y no contentó a ninguno

«La exposición que la Biblioteca Nacional dedica al intelectual da buena cuenta de sus vaivenes entre unos principios humanistas y un individualismo extraño»

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Habló Unamuno… y no contentó a ninguno

Miguel de Unamuno.

Tras su nombramiento en 1900 como rector de la Universidad de Salamanca, con solo 36 años, Miguel de Unamuno recibió duras críticas desde el clero de la ciudad. «Hereje, protestante, anarquista y casi antiespañol», lo definió el obispo de la ciudad. Hereje porque se enfrentó al integrismo católico y al intervencionismo de la iglesia en los asuntos públicos. Protestante porque, en el fondo, era un liberal y un individualista, y el liberalismo era pecado (en 1884, el sacerdote Félix Sardá y Salvany publicó su célebre El liberalismo es pecado). Anarquista porque le preocuparon las clases trabajadoras, apoyó diversas huelgas obreras durante su vida y durante el proceso de Montjuic se unió a la campaña contra la represión de los detenidos anarquistas. Y casi antiespañol porque coqueteó con el nacionalismo vasco y criticó duramente el colonialismo («Vale más un buen guaraní o un buen tagalo que un mal español») y las guerras coloniales, especialmente en Marruecos. Es interesante lo de «casi» antiespañol, porque Unamuno fue, en realidad, casi muchas cosas. O, al menos, fue a veces una cosa muy firmemente y en otras ocasiones la contraria. 

Aunque su liberalismo recordaba al protestantismo europeo, fue muy crítico con Ortega y con quienes equiparaban los términos «europeo» y «moderno». En una carta a Azorín, le confesó que era «furiosamente antieuropeo». Creía que la verdadera europeización de España solo podría alcanzarse cuando se pudiera «españolizar» Europa. Aunque coqueteó con el anarquismo y estuvo muy cercano al socialismo, y siempre mantuvo una posición muy liberal con respecto a las libertades civiles, sorprende leer lo que escribió tras el fusilamiento del pedagogo anarquista Francisco Ferrer Guardia: «Se fusiló con perfecta justicia al mamarracho de Ferrer, mezcla de loco, tonto y criminal cobarde, a aquel monomaniaco con delirios de grandezas y erostratismo».

«Su vida está repleta de vaivenes, de gestos grandilocuentes y, al mismo tiempo, siempre algo confusos»

Fue muy antimilitarista, se enemistó con los militares de la dictadura de Primo de Rivera hasta el punto de tener que exiliarse, pero apoyó y financió el golpe de Franco (aunque se arrepintió rápidamente). Su vida está repleta de vaivenes así, de gestos grandilocuentes y, al mismo tiempo, siempre algo confusos. Unamuno no fue el intelectual clásico que dice «no», sino el que dice «no» y 6.000 palabras más que refutan o matizan o cuestionan ese «no» inicial. A veces esa cualidad parece independencia, otras cierta esquizofrenia. Como escribió en una ocasión, «Dicen que lo helénico es distinguir, definir, separar; pues lo mío es indefinir, confundir». 

La exposición Unamuno y la política: de la pluma a la palabra, que puede verse en la Biblioteca Nacional hasta el 8 de diciembre, es en cierto modo igual de atrabiliaria que su autor. Los comisarios a veces explican lo obvio, otras asumen que el visitante conoce a los personajes (que son nombrados solo con su apellido) o los sucesos tratados. Hay originales estupendos (me encanta un ejemplar del diario Ahora de la primavera de 1936 en el que aparecen la muerte de Calvo Sotelo y la del teniente de Asalto José Castillo, «víctimas de los instintos criminales desatados por el frenesí de la pasión política», un ejemplo más de la independencia y ecuanimidad del medio que dirigió Chaves Nogales) pero también reproducciones chuscas, y en general está terriblemente mal iluminada. Pero da buena cuenta de los vaivenes constantes de Unamuno, el movimiento entre unos principios humanistas y antiautoritarios y posicionamientos individualistas ambiguos y extraños. 

«Detrás de sus escritos hay un individuo independiente, incapaz de casarse con un partido político, y sobre todo valiente»

Algo sí queda claro tras la exposición: detrás de sus escritos hay un individuo independiente, incapaz de casarse con un partido político, y sobre todo valiente, capaz de insistir en sus críticas a la dictadura de Primo de Rivera y a la monarquía de Alfonso XII incluso cuando ya había sido condenado por sus palabras en varias ocasiones. Su provocación siempre tenía contenido.

«Habló por fin Unamuno… y no contentó a ninguno», decía un titular de un periódico tras una de sus charlas. Es un buen resumen de sus dos caras: la del intelectual que marea la perdiz y resulta confuso y abstracto, y la del individuo que se mantuvo independiente toda su vida mientras le decía la verdad al poder.  

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