THE OBJECTIVE
Ricardo Dudda

La nueva resignación cultural antitrumpista

«La reacción a la segunda victoria de Trump está siendo diferente. La histeria se ha sustituido por una resignación melancólica e incluso cínica»

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La nueva resignación cultural antitrumpista

Ilustración de Alejandra Svriz.

Tras la primera victoria electoral de Donald Trump, el mundo de la cultura estadounidense se volvió loco. Todo pasaba por Trump o terminaba en él. La literatura, el cine, las series eran siempre metáforas de la situación política. Un libro sobre la Antigua Roma o sobre senderismo era, en el fondo y de alguna manera, una reflexión sobre el trumpismo. Las secciones de gastronomía de los medios progresistas publicaban recetas para calmar los ánimos y el estrés que provocaba la nueva política. Obras como Los orígenes del totalitarismo de Hannah Arendt o 1984 de George Orwell lideraron las listas de los libros más vendidos, lo que demostró la adolescencia cultural de las élites progresistas del país.

La adaptación televisiva de El cuento de la criada se estrenó pocos meses después de la victoria de Trump y era una supuesta crítica velada (que se promocionó de manera poco sutil) a las políticas antiaborto de su administración; su autora, Margaret Atwood, fue según su agente «la única persona que se benefició de la victoria de Trump». Los potterheads, es decir, adultos de más de 30 años que siguen leyendo el libro juvenil que les cambió la vida, comparaban a Trump con el villano de Harry Potter, Voldemort. Y medio país se obsesionó con el musical Hamilton, que les hizo sentir que formaban parte de la #resistencia. Había una histeria cultural insoportable, pero también una unanimidad asfixiante: el arte de la época debía abordar necesariamente el Gran Tema, y obviamente desde «el lado bueno de la historia».

«El arte es más libre y honesto cuando no siente una urgencia moral por denunciar su presente»

La reacción a la segunda victoria de Trump está siendo diferente, y quizá su respuesta cultural lo sea también. Sí, sigue habiendo famosos que amenazan con marcharse del país, pero la histeria se ha sustituido por una resignación melancólica e incluso cínica. Sí, han vuelto las ventas de El cuento de la criada y 1984; al fin y al cabo, han pasado ocho años y hay jóvenes que no estaban en edad de votar (ni de leer) en 2016. Pero hay un aire diferente. Los votantes demócratas parece que se están dando cuenta de que no se lucha contra Trump con el apoyo de Oprah o Lady Gaga, o poniéndose gorritos rosas y yendo a manifestaciones llenas de soccer moms, o promoviendo la cultura de las girl bosses, el feminismo corporativo neoliberal de Hillary Clinton y demás mujeres exitosas. Ver Saturday Night Live durante los años de Trump no es tan contracultural como pensaban muchos progresistas.

«Dentro de unos años, espero ver una producción estadounidense más oscura y sombría, más en línea con la obra justificadamente nerviosa y cínica de los años posteriores al 11-S que con cualquier cosa que haya salido en 2016-2020», escribe el periodista Richard Lawson en la revista Vanity Fair. Es difícil adivinarlo, pero parece que será así. Principalmente, porque es posible que la oposición a Trump sea más agresiva y cínica, menos revolución de clase media acomodada y más populismo y radicalismo. Y el arte se adaptará a ese estilo de disidencia.

Espero que no vuelvan la suficiencia, la autoconciencia y la épica de la resistencia, que muestran signos de agotamiento. Porque el arte es más libre y honesto cuando no siente una urgencia moral por denunciar su presente. Y porque el arte disidente suele ser más disidente que arte, y a veces esa disidencia es solo una fachada, un posicionamiento estratégico en la trinchera cultural.

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