THE OBJECTIVE
Ricardo Dudda

'The Brutalist' y lo nuevo de siempre

«Protagonizada por Adrien Brody, es una película expansiva, atrabiliaria a veces y otras perfectamente medida, y sobre todo llena de curiosidad y experimentación»

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‘The Brutalist’ y lo nuevo de siempre

Escena de 'The Brutalist'. | Universal Pictures

El otro día vi la mejor película de 2025. Se estrena en España el 26 de enero. Se titula The Brutalist, está protagonizada por Adrien Brody (y por más autores estupendos que no le consiguen hacer sombra en ningún momento), está dirigida por el director y exactor Brady Corbet, y cuenta la historia de un arquitecto judío húngaro que huye a EEUU tras la Segunda Guerra Mundial. Un multimillonario lo contrata para hacer un edificio brutalista exagerado, demencial, casi imposible. Dura más de tres horas y media, y uno siente esas tres horas y media. No todo lo bueno se pasa volando; cuando uno ha disfrutado de una buena comida no dice al terminar: ¡se me ha pasado el tiempo volando! 

Es una película irregular. En 215 minutos a uno le da tiempo a cometer muchos errores, y también muchos aciertos. Le sobra metraje, y creo que todo siempre acaba mejorando cuando se corta (y, sin embargo, creo que parte de su virtud está en su longitud: hay que salir ligeramente mareado de la sala). Le sobra también música, una costumbre que detesto y que no entiendo: hay filmes que permiten que las imágenes respiren un poco que, sin embargo, no dejan que la película respire también musicalmente. Aunque está dedicada al músico experimental Scott Walker, tiene momentos musicales risibles, pianitos caracoleando como de biopic barato. Pero luego tiene otros muchos momentos fascinantes, experimentales, que encajan con la arquitectura representada. A veces la música está presente como en sordina, como parte de un sueño: samples de radio mezclados con música jazz, bajos atronadores, de pronto sintetizadores. 

Tiene algunos momentos un poco excesivos, pero nunca explota del todo, todo está muy contenido. Para ser un filme tan largo, que caracolea tanto, que experimenta narrativamente y visualmente e incluso cambia de tono radicalmente (el final es una de las cosas más originales que he visto en años), todo resulta homogéneo, coherente. Medio y mensaje de la mano durante casi cuatro horas. Salvo momentos concretos, que parecen más concesiones a la industria que decisiones creativas del director (al fin y al cabo, esto no es Megalópolis, que estaba autofinanciada por Coppola, esto es Universal Pictures), todo en ella tiene personalidad. 

Hay muchas cosas que me encantan. Antes de verla, pensaba que sería una película que explica una época. Al fin y al cabo cuenta la historia de muchos inmigrantes que llegaron a Estados Unidos tras la guerra y se enfrentaron a prejuicios y obstáculos. Hay contexto, obviamente, y es muy interesante por ejemplo su tratamiento de la diáspora judía, del antisemitismo de los wasps, del crecimiento económico de posguerra, incluso la cuestión de Israel. Pero es un contexto siempre atmosférico. Aquí no hay nada muy subrayado, tampoco hay intención pedagógica. The brutalist está obsesionada con su personaje, al que apenas deja solo. Es una obsesión muy visual: hay muchos primeros planos de Brody, que está inmenso y creo que incluso mejor que en El pianista, quizá porque aquí tiene más registros. Y, sin embargo, apenas hay primeros planos del resto de personajes, que están siempre a mucha distancia.

El director de fotografía Lol Crawley utiliza muchos planos amplísimos con ojo de pez (realmente no es ojo de pez exactamente, es el formato Vistavision, muy panorámico y en 70mm, que ha rescatado Corbet y llevaba décadas sin usarse) que distorsionan y provocan una sensación de extrañamiento: todo lo que no es Brody parece parte de un sueño febril. El protagonista es un maniático obsesivo y la cámara actúa con esa misma personalidad. Muchos planos tienen una mirada lateral, tanto de la arquitectura como del resto de los personajes. Es una película neurótica como su personaje. 

«Brady Corbet coge una historia muchas veces contada y la devuelve completamente nueva y extraña y fascinante»

A veces recuerda al Paul Thomas Anderson de The master o Pozos de ambición, y tiene algo de Scorsese aunque Scorsese no ha hecho nunca nada parecido. Es más bien lo que debería estar haciendo Scorsese ahora, en vez de sus recientes prestige dramas que siempre me gustan y luego olvido fácilmente. Tiene a veces la extrañeza de los filmes de Paul Schrader, e incluso he pensado al verla en Megalópolis de Coppola, aunque no tienen mucho que ver. Pero no sé me ocurren más referencias, lo que me parece algo positivo. 

Aunque aborda la vida de un individuo creativo, aunque es una historia clásica americana de rags to riches, aunque tiene un romance emocionante y un final sorprendente, no es una película sobre el proceso creativo ni tampoco es exactamente una reflexión sobre los excesos del poder o la ambición, no es un romance ni tampoco tiene un arco redentor o una catarsis (el desenlace es lo de menos). O bueno, sí, es todo eso y a la vez no. Es decir, toca todo eso sin profundizar en ello, y a pesar de todo no resulta superficial. 

Es una película masiva, expansiva, atrabiliaria a veces y otras perfectamente medida, y sobre todo llena de curiosidad y experimentación. Brady Corbet coge una historia muchas veces contada y la devuelve completamente nueva y extraña y fascinante, que es lo que creo que define las mejores obras maestras: cuentan tan bien lo de siempre que acaba pareciendo absolutamente nuevo. 

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