Resacón en Polonia
«’A real pain’ tiene, sobre todo, un aura de cine ‘indie’ institucionalizado: no hay absolutamente nada que no sea académico, no hay nada arriesgado ni original»

Jesse Eisenberg) y Kieran Culkin en 'A real pain'.
En el documental Occupied city (Ciudad ocupada), el cineasta Steve McQueen, célebre por 12 años de esclavitud, documenta la ocupación nazi de Ámsterdam desde el presente de la ciudad. No hay imágenes de archivo, solo un retrato de la vida cotidiana de la ciudad actual con una narración austera basada en el libro Atlas of an Occupied City, Amsterdam 1940–1945. Es una obra interesantísima y a la vez soporífera (son unas absurdas cuatro horas y media), una especie de versión experimental de los larguísimos documentales hipernaturalistas de Frederick Wiseman.
En un tono completamente diferente, A real pain, el segundo largometraje dirigido y escrito por el actor Jesse Eisenberg, hace algo parecido. En una de las secuencias, el filme muestra imágenes actuales de lo que era el antiguo barrio judío de la ciudad polaca de Lublin. Un edificio anodino con un cajero de banco; el narrador dice «era una sinagoga». Una ferretería, el narrador dice «un antiguo teatro judío». Un edificio de viviendas; «una yeshiva (escuela judía»). Un hotel; «una cervecería judía». El narrador en realidad es un guía turístico que enseña la ciudad a un grupo de americanos judíos (y un ruandés convertido) que ha viajado a Polonia para conocer la historia de sus ancestros. Los dos protagonistas, David (Jesse Eisenberg) y Benji (Kieran Culkin) son dos primos que perdieron recientemente a su abuela, que sobrevivió al Holocausto y emigró a Estados Unidos.
A real pain intenta varias cosas. Intenta ser un film que reflexiona sobre cómo el pasado todavía nos atraviesa y traumatiza. Es también un intento de buddy movie: los dos primos teniendo aventuras, desventuras, acuerdos y desacuerdos. Es una película pedagógica, con la figura del guía turístico como guía también del espectador. Es también una supuesta peli indie, que sigue los códigos de lo que determinamos hace un par de décadas que debería ser el cine indie americano: personajes privilegiados y neuróticos, traumas que se procesan con sarcasmo, cierto provincianismo estadounidense. Pero está todo a medio hacer.
La película no consigue emocionar cuando mira al pasado: está todo esterilizado, es demasiado pedagógico e infantil (el narrador en la secuencia que comentaba antes parece que le habla a un niño, te enseña cómo debes mirar en vez de que sean las imágenes por sí solas las que te indiquen dónde y cómo mirar). A veces parece realmente que su único público son judíos neoyorquinos que desconocen absolutamente todo sobre el pasado de sus familiares en Europa.
«Me empiezan a cansar los personajes que creen que tener neurosis y trastorno obsesivo compulsivo son sustitutos de la personalidad»
La buddy movie es quizá lo que mejor funciona. Kieran Culkin, que está teniendo un interesante revival desde su papel en Succession, es lo más interesante de la película: es atrabiliario, extrovertido pero melancólico, un día se hace amigo de todo el mundo y al día siguiente los manda a la mierda. El rol de Eisenberg, en cambio, resulta cansino: me empiezan a cansar los personajes estilo Alvy Singer que creen que tener neurosis y trastorno obsesivo compulsivo son sustitutos de la personalidad.
Y tiene, sobre todo, un aura de cine indie institucionalizado: no hay absolutamente nada aquí que no sea académico, no hay nada arriesgado ni original, ni narrativamente ni revisando lo que se ha dicho ya sobre el tema. Estoy seguro incluso de que Jesse Eisenberg considera que la elección de la banda sonora es una decisión sutil y sofisticada: son los nocturnos de Chopin, que para eso la película transcurre en Polonia. Lo que queda es el entretenimiento. Da gusto ver a Culkin en un papel que parecía hecho para él. Pero ya está.