La muerte de la cultura común
«Prefiero vivir en un policultivo cultural a un monocultivo como el que existía antes de internet, aunque me sienta cada vez más alienado de mi alrededor»

Logo de TikTok.
Hace unas semanas entrevisté al filósofo Ernesto Castro. Es un gran divulgador y un pensador original; sabe sintetizar la obra de autores clásicos y, al mismo tiempo, es un agudo observador de su época. En la entrevista, que se publicará en marzo en la revista Letras Libres, dice que la guetificación y segmentación de la cultura contemporánea ha acabado con la «opinión pública común». Uno sabe mucho sobre algo específico y desconoce sobre ideas más amplias y generales. En las últimas décadas, la cultura se ha segmentado radicalmente: si uno es fan del anime, consigue saberlo todo sobre ello; si uno es fan de Taylor Swift, encuentra a millones de personas online que le dan contenido ultraespecífico sobre la artista. Eso ha acabado con la idea de una base cultural compartida, de un poso generalista.
No es algo necesariamente malo. La cultura de nicho de internet (con sus foros y blogs y el mundo previo a las redes sociales) me permitió conocer mi verdadera pasión durante años, que fue el metal extremo. Pero también ha conseguido que sepa mucho de cosas muy concretas y tenga lagunas culturales que quizá mis padres no tenían. Ellos estuvieron sumergidos en un monocultivo que parecía más aburrido pero tenía más sustancia; yo en un policultivo estimulante que inevitablemente es más superficial.
«La manera en la que accedemos a la cultura hoy está muy privatizada y ‘customizada'»
Es algo que se percibe fácilmente con los algoritmos de TikTok e Instagram. Lo que yo veo en TikTok puede no tener absolutamente nada que ver con lo que consume mi vecina; vivimos en el mismo barrio, pertenecemos a la misma clase social y, sin embargo, habitamos culturas radicalmente distintas. Y esto no ocurre porque a mí me guste la música electrónica vanguardista y a ella David Bisbal; posiblemente el algoritmo de su novio o de su padre sea también radicalmente distinto al suyo. La manera en la que accedemos a la cultura hoy está muy privatizada y customizada.
Hay quien ve en esto un peligro. En L’Aplatissement du monde (El aplanamiento del mundo), el sociólogo francés Olivier Roy habla de «la crisis de la cultura y el imperio de las normas». Como escribe Daniel Gascón en un artículo sobre el pensador, «a diferencia de lo que ha ocurrido en otros momentos, vivimos un proceso de desculturización sin que haya una nueva cultura que venga a sustituir la que desaparece. La cultura se erosiona como realidad antropológica y como estándar normativo. El resultado son identidades y subculturas reducidas a códigos de comunicación puramente performativos». Roy aquí no solo habla de la cultura como las artes, sino de culturas políticas en general.
El politólogo Richard Hanania dice que esta segmentación está detrás de nuestra polarización. «La cultura común está muerta, pero no la mataron las élites nefastas ni nadie a quien se quiera echar la culpa. Es el resultado final del aumento de la libertad, la riqueza y el progreso tecnológico. Por tanto, es posible que algunas personas se sientan alienadas, pero deberíamos intentar aliviar su sufrimiento animándoles a encontrar formas de salir adelante, en lugar de crear esperanzas poco realistas de que alguna vez volveremos a un mundo anterior a Internet con tres canales de televisión». Prefiero vivir en un policultivo cultural a un monocultivo como el que existía antes de internet, aunque eso implique que me sienta cada vez más alienado de mi alrededor. Es el precio a pagar por la libertad cultural.