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Ricardo Dudda

Marta Mészáros contra el pensamiento cautivo

«Toda la obra de la cineasta húngara es un desafío y un ejercicio de personalidad y autenticidad en un régimen que suprimía cualquier conato de pensamiento libre»

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Marta Mészáros contra el pensamiento cautivo

La cineasta Márta Mészáros. | Gyula Szóvári

Este es un artículo de servicio público. Si eres suscriptor de Filmin, tienes hasta fin de mes para ver una docena de películas de la cineasta húngara Márta Mészáros. Sí, lo sé, queda muy poco. Yo me enteré demasiado tarde, y estoy intentando recuperar el tiempo perdido. Es mi gran descubrimiento del año, del lustro incluso. 

Mészáros nació en Budapest en 1931. Sus padres, ella una pintora, él un célebre escultor, eran comunistas. La familia se exilió a Kirguistán y a la Unión Soviética en 1936. En 1938, durante las purgas estalinistas, el padre fue detenido por revisionismo (es decir, por no pensar exactamente como ordenaba el régimen) y fue ejecutado en 1945. Seis años después, murió la madre (no se sabe claramente si en un parto o por tifus). Marta fue entonces adoptada informalmente por una funcionaria húngara que vivía en la Unión Soviética, y que se trajo a la niña de vuelta a Budapest. 

Mészáros estudió en la célebre Universidad Panrusa Guerásimov de Cinematografía en Moscú, donde dieron clase grandes cineastas como Sergei Eisenstein o Alexander Dovzhenko, y donde estudiaron otros grandes como Parajanov, Sokurov o Tarkovsky. Pero allí a Mészáros no se le pegó nada del realismo socialista. Su cine es un perfecto equilibrio entre el realismo, la crítica social y el lirismo. Es una combinación muy complicada; normalmente puedes escoger dos de esas tres patas. Mészáros consigue combinar las tres. 

En Diario para mis hijos (1984), la primera película de su trilogía autobiográfica, emociona sin sentimentalismo con la dura historia de su infancia como huérfana; al mismo tiempo, muestra de frente la crueldad del régimen pro-estalinista de la Hungría soviética de la época, en la que cualquier sospechoso de pensamiento crítico era acusado de titista (partidario de la Yugoslavia de Tito), de revisionista, de quintacolumnista, y represaliado. La joven protagonista en la película no es capaz de entender las diferencias ideológicas, pero sí entiende perfectamente la mediocridad de un régimen que busca acabar con la creatividad de sus súbditos. Toda la obra de Mészáros es un desafío y un ejercicio de personalidad y autenticidad en un régimen que suprimía cualquier conato de pensamiento propio y libre. Porque, y esto es importante, casi todo su cine, y sobre todo su mejor cine, lo hizo en la Hungría comunista. 

«El rescate y restauración de sus películas en los últimos años es una de las mejores noticias cinematográficas de la década»

En Nueve meses (1976), otra de sus joyas, el planteamiento es menos político y, sin embargo, no deja de serlo. Cuenta la historia de una madre soltera que trabaja en una fábrica de ladrillos en la Hungría de los años setenta. Se enamora del jefe, que no acepta que ella se lleve bien con su expareja y el padre de su hijo. Hay ahí un choque entre la idea del Nuevo Hombre (y la Nueva Mujer) soviética, y la liberación de género que trajo esa ideología, y el machismo de una sociedad atrasada y supersticiosa (los padres de él no aceptan que ella tuviera otro hijo). Pero no es una obra de tesis. Es un drama lleno de vida, que recuerda a filmes como Nosotros no envejeceremos juntos de Maurice Pialat y que tiene un feminismo mucho más progresista que el de algunas cineastas contemporáneas. 

El cine de Mészáros es testamento de un siglo pero también un ejercicio brillante y personalísimo de una genia incomprensiblemente olvidada. El rescate y restauración de sus películas en los últimos años es una de las mejores noticias cinematográficas de la década. 

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