The Objective
Ricardo Dudda

Madrid, ciudad cinéfila

«El ‘cine de cinéfilos’, es decir, el cine de todas partes del mundo con vocación artística, parece más vivo que nunca, al menos en Madrid»

Al mismo tiempo
Madrid, ciudad cinéfila

Butacas de cine.

No he viajado suficiente como para comprobar empíricamente esto que voy a decir, pero lo voy a decir igualmente: Madrid es una de las mejores ciudades del mundo para un cinéfilo. Y con cinéfilo me refiero al espectador que disfruta del cine en versión original. Madrid, en ese sentido, puede competir perfectamente con ciudades como Nueva York o Londres (con su Film Forum o BFI); y es significativamente mejor que Barcelona.

Valga un ejemplo de mi semana pasada. Un día pude ver un estreno del director coreano Hong-Sang soo en los Cines Verdi; al siguiente, un clásico eterno como La gran ilusión, de Jean Renoir, en el Cine Doré (la sala de la Filmoteca Española); dos días después, en la Sala Berlanga (un coqueto cine con gradas propiedad de la SGAE, especializado en cine español) pude ver El séptimo día, el thriller que dirigió Carlos Saura (con guion de Ray Loriga) en 2004 sobre las matanzas de Puerto Hurraco; y el fin de semana, en Casa Encendida, como parte de la programación del festival de documentales Documenta Madrid, vi un documental extrañísimo y divertidísimo titulado Grand Theft Hamlet en el que dos actores intentan interpretar Hamlet dentro del videojuego GTA Online. Quizá haya ciudades con una programación mejor, pero me cuesta pensar que sea tan accesible o barata como la programación de cine independiente que hay actualmente en Madrid.

«Londres o Nueva York tienen algo parecido, pero mucho más caro y a veces incluso peor»

La joya de la corona es el Cine Doré, la sala de la Filmoteca Española, que ha logrado algo meritorio en un tipo de ocio consumido cada vez más por ancianos (algo habrán hecho los descuentos de jubilados que ha aprobado en sucesivas ocasiones este Gobierno, que acabará pagando a los pensionistas para que vayan al cine): que acudan a ver cine de autor espectadores de todas las generaciones. Ha conseguido también un equilibrio entre la experimentación y el buen cine popular. Y aunque resulta irritante que a veces se agoten las entradas tan rápido, al mismo tiempo me alegra que haya tanta gente dispuesta a sentarse en unas butacas tan incómodas para ver comedias de los años treinta o dramas polacos de los sesenta.

Lo mismo ocurre en otras salas. La Cineteca de Matadero, el Cine Estudio del Círculo de Bellas Artes, otras salas comerciales como Embajadores, Verdi, Golem, Renoir, Yelmo, algunas pequeñitas y casi privadas como el Artistic Metropol o el Pequeño Cine Estudio. O incluso instituciones culturales: un festival de cine en el consulado coreano, otro en el Instituto Francés, sesiones en museos como el Reina Sofía o el Thyssen. Para una ciudad de menos de cuatro millones de habitantes es una oferta envidiable. Londres o Nueva York tienen algo parecido, pero mucho más caro y a veces incluso peor (me decepcionó mucho la mítica sala Film Forum de Nueva York, que había idealizado como uno siempre idealiza Nueva York: la pantalla era muy pequeña y muy elevada, los 27 dólares de la entrada me parecieron una broma).

Quizá el cine más mayoritario esté muriendo; ir hoy al cine es como ir al teatro, algo que uno hace una vez cada dos años. Las películas de clase media (que no son ni blockbusters ni tampoco cine de autor) perecerán. Pero el cine de cinéfilos, es decir, el cine de todas partes del mundo con vocación artística, parece más vivo que nunca, al menos en Madrid.

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