El prestigio de venderse
“Hoy lo peor que puedes hacer es defender la alta cultura. Estamos en una época muy antiesnob, y el esnobismo se considera como una especie de clasismo”

Ilustración de Alejandra Svriz
Pavements, el documental sobre la banda de rock alternativo Pavement, gran icono contracultural de los noventa, no es una gran película. Es repetitiva y deslavazada. Su premisa es lo mejor: un falso documental sobre la grabación de una película de Hollywood (¡y un musical!) sobre la banda. La idea es muy buena porque Pavement fueron un grupo radicalmente anti-comercial, que se autoboicoteaba constantemente cuando sus miembros (sobre todo su fundador Stephen Malkmus) intuían que se acercaba el éxito. Siempre parecía que iban a ser los próximos Nirvana, pero nunca llegaron ni remotamente a ese nivel.
Esa posición anti-comercial era muy noventera. Como dice el crítico cultural Chuck Klosterman en su libro Los noventa, «el concepto de venderse -y el grado en que esa noción alteró el significado y la percepción de casi todo- es el aspecto más noventero de los noventa […] No hacer nada a propósito era una opción válida, y molar de una forma muy concreta se convirtió en casi más importante que cualquier otra cosa. La clave estaba en el desinterés hacia el éxito convencional. Los noventa no fueron una buena época para los que aspiraban a ser algo. Lo peor que podías ser era un vendido, y no porque venderse quisiera decir que había dinero de por medio. Venderse quería decir que necesitabas ser popular, y cualquier deseo explícito de aprobación bastaba para demostrar que eras lo peor”.
“Hoy el éxito comercial es algo prestigioso. No existe el romanticismo de la contracultura”
Esa actitud ha desaparecido. Hoy la mayor aspiración cultural es el éxito comercial. No es una cuestión de dinero, como dice Klosterman. En los noventa el problema con venderse no era económico: tenía que ver con no acomodarse al discurso dominante, no convertirse en un producto comercial, no perder la esencia. Hoy el éxito comercial es algo prestigioso. No existe el romanticismo de la contracultura. Hoy eres admirado por venderte, y no por lo contrario. Es un proceso en paralelo al de la intelectualización de lo pop, o el fin de la alta cultura. Hoy lo peor que puedes hacer es defender la alta cultura. Estamos en una época muy antiesnob, y el esnobismo se considera como una especie de clasismo.
Define muy bien esa actitud el siempre brillante Alberto Olmos en una reciente columna. “Para que usted no padezca incomodidades, está mal vista la ‘alta cultura’ […] La gente se ofende por todo; por ejemplo, por no saber cosas. Para que la gente no se ofenda por no saber cosas, se ha establecido que no existe diferencia entre alta y baja cultura.” El buen gusto tampoco existe. ¡Para gustos colores!, como dice esa frase tan irritante, tan adolescente y relativista. Y así nadie se enfada, tampoco las grandes empresas. Como lo popular hace mucho dinero, si criticas lo comercial estás criticando… al pueblo. Es una inversión extrañísima de los términos del debate. Hoy criticar al millonario que llena estadios es considerado clasista.