The Objective
Ricardo Dudda

Nostalgia del quiosco

«Internet casi ha matado a los periódicos en papel, ha enterrado ya a las revistas. Con la desaparición de las revistas desaparece una cultura literaria importantísima»

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Nostalgia del quiosco

Ilustración de Alejandra Svriz.

El otro día estuve en un aeropuerto sin quiosco. O al menos eso me pareció. Busqué y busqué y no lo encontré. Me pareció una tragedia cultural. Tengo 33 años y ya tengo nostalgias de anciano. Echo de menos los quioscos. Ahora son cafeterías (como Good News, que juega con la estética noticias/periódico pero vende café), tiendas de souvenirs, incluso hay una especie de quiosco que vende bisutería cerca de mi casa en Madrid. Revistas y periódicos apenas quedan. La desaparición del periódico diario me duele menos que la desaparición de las revistas. Si internet casi ha matado a los periódicos en papel, ha enterrado ya prácticamente a las revistas. Como editor de una revista cultural y política, Letras Libres, esta pérdida me toca de cerca. Pero mi preocupación no es corporativista. Con la desaparición del mundo de las revistas desaparece una cultura literaria importantísima.

En España hubo una época de oro de las revistas. Si uno piensa, por ejemplo, en La Movida en los años ochenta, hay revistas de referencia y no tanto periódicos: desde Ajoblanco o El viejo topo a cosas más underground como Diwan, la revista de política, cultura y psicoanálisis que dirigió Federico Jiménez Losantos y donde empezaron Andrés Trapiello o el mítico Alberto Cardín (pero donde también publicó Marguerite Duras o se dio a conocer en España a Lyotard). Si pienso en la cultura durante el tardofranquismo, aquella que no estaba acartonada y tutelada por el régimen, pienso en la revista Destino, donde escribieron Pla y Goytisolo, Delibes y Cela. También pienso en Triunfo, donde escribía uno de mis reporteros españoles favoritos, Manu Leguineche. Y también pienso en revistas satíricas como Hermano Lobo.

«Antes había escritores que podían vivir de colaboraciones en revistas, ahora es algo impensable»

Con el tiempo, los escritores se mudaron a los periódicos, a la columna. No es algo malo, pero es otro formato. En otros países los escritores literarios apenas escriben en periódicos, como se quejaba recientemente en una entrevista el ensayista Eliot Weinberger: «Los intelectuales públicos en Estados Unidos son comentaristas o personas de think tanks o similares. No vienen del mundo literario. Creo que Estados Unidos es el único país que es así, en cierto sentido. Vargas Llosa tenía una columna cada dos semanas en El País. Eso no existiría en Estados Unidos».

En el mundo anglosajón el mundo de las revistas sobrevive, pero también está en crisis. Hay ejemplos de éxito, claro, como la clásica The New Yorker o The Atlantic, que está batiendo récords de suscriptores y mantiene un nivel intelectual muy elevado. Pero se está produciendo un cambio cultural. En un artículo reciente en Substack, Owen Yingling escribe sobre el declive de la ficción literaria y argumenta que la decadencia de las revistas ha contribuido a ello: antes había escritores que podían vivir de colaboraciones en revistas, ahora es algo impensable. Quizá lo que venga cuando finalmente mueran las revistas sea mejor, pero mientras tanto la transición me deprime. Porque aunque me encanta Substack y está lleno de escritores que se han mudado a la plataforma y de medios que surgen directamente en ella (The Metropolitan Review es una revista buenísima), no sustituye el placer casi infantil del quiosco. Es una nostalgia de la que no me bajo.

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