The Objective
Ricardo Dudda

Teoría y práctica de hacer cola

«La cola es, en esencia, la manifestación definitiva de la burocracia. Y es, también, el espacio donde se despliega más sinceramente la psicología del individuo moderno»

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Teoría y práctica de hacer cola

Ilustración de Alejandra Svriz.

Viajar consiste en hacer cola. Para entrar al tren, para salir del tren, para entrar al avión, para salir del avión. Estas semanas he hecho muchas colas. Muchas de ellas no tienen sentido. ¿Por qué es tan complicado subir a un avión? Hace ya una década, la web Vox, un medio de comunicación muy nerdy que creó el famoso periodista Ezra Klein (ahora una estrella del New York Times), se hizo la misma pregunta. ¿No existe una manera más eficiente de subir a un avión? Analiza varios sistemas y el más rápido es uno que consiste en que entren primero los que tienen asiento de ventana, luego los que tienen el asiento del medio y finalmente los del pasillo. Pero esta mayor eficiencia supone menos dinero para las aerolíneas, que entonces no podrían ofrecer asientos prioritarios con un coste extra.

Subir a un tren es mucho más rápido y directo, pero los controles de seguridad en estaciones españolas se han convertido en un incordio ridículo. No añaden muchísimo retraso, pero no tienen sentido. Su función es tautológica: existen para poder existir. Son un perfecto experimento natural sobre la burocracia. Cumplen la teoría del «helado que se lame a sí mismo» (self-licking ice cream cone), que explica cómo algunas burocracias tienen como objetivo su propia existencia. En controles de seguridad del tren uno puede introducir un cuchillo de carnicero en el pantalón o llevar un cinturón de explosivos sin que pase nada; si uno lo mete en la maleta y atraviesa el escáner, es posible que también pase desapercibido, ya que el operario no está especialmente atento.

«Los controles en estaciones de tren son una experiencia de usuario y no un verdadero control de seguridad»

Mi teoría es que existen por una especie de sentimiento de inferioridad de los trenes frente a los aviones. Viajar en avión tiene más prestigio, parece una experiencia más sofisticada y cosmopolita. Los controles en los aeropuertos añaden solemnidad al viaje en avión. Si la logística aeronáutica se toma tantas molestias, será porque la cosa es importante. Los trenes intentan replicar esa experiencia, demostrar que lo suyo también es algo serio. Los controles en estaciones de tren son una experiencia de usuario, una performance para el cliente (el de alta velocidad; en distancias medias o cercanías da igual), y no un verdadero control de seguridad. Y no parecen una herencia del terrorismo como sí lo son en los aeropuertos, cuyos controles de seguridad tan estrictos existen como consecuencia de los atentados del 11-S; los atentados de Atocha del 11-M fueron en trenes de cercanías y en cercanías no hay controles de seguridad.

En la Unión Soviética, quizá el mayor experimento sobre burocracia nunca hecho, las colas eran algo cultural. El historiador alemán Karl Schlögel les dedica un capítulo en su monumental El siglo soviético, que publicó Galaxia Gutenberg en 2021. Hacer cola era la experiencia soviética definitiva. Schlögel cita a la historiadora rusa Yelena Alexandrovna Osokina, que dice: «En la cola no eran individuos los que esperaban, era el tiempo: se estancaba, se densificaba, se petrificaba, y cuando se movía, lo hacía en avances breves, torturadores, que se reiniciaban cada vez. El cuerpo colectivo soviético se parecía a un organismo que sufre constantemente de estreñimiento. Se hacía cola para todo: un coche, una casa, salchichas, entradas de teatro o una exposición. Hacer cola era el ritual que lo convertía a uno en ciudadano soviético».

En Diario del sitio de Leningrado, Lidia Ginzburg hace varias observaciones sobre la cola como fenómeno social y psicológico: «En las colas había poquísima gente que leyera un libro, ni tan siquiera el periódico. Esto solo llama la atención a quienes no han hecho colas de muchas horas a diario. En la psicología de la cola reside una nerviosa y angustiosa aspiración de llegar al final, de dar paso interiormente a ese tiempo vacío. La angustia desplaza a todo lo que podría constituir un alivio. El estado psicológico de la persona que permanece en una cola muy larga a menudo no le permite dedicarse a otras ocupaciones. El intelectual, inocentemente, se había llevado un libro, pero prefería estar atento a lo que sucedía a su alrededor […] Una persona tenía un auténtico ataque de histeria porque alguien pretendía colarse delante de ella, y después, tras recibir el producto, esa misma persona se quedaba por allí hablando media hora con un conocido, pero ya en aquel momento hablaba de una manera relajada, como si se encontrase allí por gusto. Mientras estaba en la cola, ella, como todos los demás, estaba dominada por un ansia física de movimiento, aunque se tratase de un movimiento ilusorio».

La cola es, en esencia, la manifestación definitiva de la burocracia. Y es, también, el espacio donde se despliega más sinceramente la psicología del individuo moderno.

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