Amigos para siempre
«’Friendship’, la película de Andrew Deyoung, protagonizada por Tim Robinson, es una exploración heterodoxa, siniestra e hilarante de la soledad masculina»

Paul Rudd y Tim Robinson en 'Friendship'. | A24
Hay varios genios del humor incómodo o cringe. Quizá el inaugurador del género en el siglo XXI fue Ricky Gervais y su genial The Office; Steve Carell con la versión estadounidense de la serie sería su heredero natural (sobre todo en las primeras temporadas). Se me ocurren muchos más: desde David Mitchell y Robert Webb en Peep show hasta Fred Armisen en Portlandia y Saturday Night Live o, sobre todo, Nathan Fielder, con sus series Nathan 4 you o la más célebre Los ensayos. No es un humor simplemente absurdo. Es una experiencia incómoda. Es también una fórmula muy difícil de conseguir. Es fácil provocar vergüenza ajena, internet está lleno de gente experta en ello. Hay un tipo de usuario de redes adicto a ese género, como hay fans del terror o el gore: el placer está en sentir cómo se te enciende la cara de vergüenza al ver a gente actuar sin nada de pudor. Pero es muy difícil ser gracioso al mismo tiempo.
Alguien que consigue ambas cosas es Tim Robinson, famoso por su serie de Netflix I think you should leave, un show de sketches protagonizados por el cómico en el que varios personajes se ponen en situaciones incómodas y son incapaces de leer la situación: de ahí el título «deberías marcharte». En uno de mis favoritos, un personaje excesivamente literal le pregunta a su jefe en la oficina: «¿Crees que me cabrá esto en la boca?», con un donut en la mano. El jefe le responde: «Eso es lo que me preguntó tu madre anoche». Risas. El primero entonces entra en pánico, coge el teléfono, teclea con nerviosismo y dice: «Papá, tengo una buena noticia y una mala noticia. La buena es que mamá sigue viva. La mala es que se está acostando con mi jefe». El resto del sketch merece la pena verlo.
En Friendship, la película de Andrew Deyoung, Robinson hace un papel parecido. Es un padre de familia fracasado y acomplejado que se obsesiona con un vecino (Paul Rudd) mucho más guay y carismático que él. Su relación empieza con intensidad y se rompe con intensidad. Es una exploración heterodoxa, siniestra e hilarante de la soledad masculina.
El filme tiene escenas igual de hilarantes que I think you should leave, pero también tiene una atmósfera opresiva, gris, deprimente. Transmite una sensación de aislamiento e incluso roza el thriller. Igual que la serie de humor de Robinson, Friendship coge temas universales (el amor, la amistad, la humillación, el deseo de pertenencia) y les da la vuelta: cuando parece que se va a producir una redención, la película da un giro y evita los lugares comunes. Está llena de sorpresas a nivel narrativo, pero nunca sientes que el director te está usando. En una secuencia, el protagonista busca tener un viaje psicodélico tras chupar una rana. En ese momento me esperaba lo de siempre: un viaje de ácido como recurso facilón, excusa para ponerse onírico o fantasioso. El viaje del protagonista, sin embargo, consiste en ir a la tienda de bocadillos Subway y pedir el bocata de siempre pero esta vez con el pan tostado. Al despertarse, se siente estafado.
«Hay películas cuya incongruencia o inconcreción son un lastre. ‘Friendship’ no es una de ellas»
A veces los personajes actúan con extrañeza. Pero todo tiene sentido en la lógica de la película. Hay momentos histéricos y bromas inesperadas, que cambian el tono radicalmente. En un momento dramático de pronto aparece Conner O’ Malley, quizá uno de los cómicos más radicalmente absurdos que conozco (su canal de Youtube es una joya), y aprovecha un brindis en una fiesta para decir que Estados Unidos no debería haber abandonado Afganistán. No tiene nada de sentido y en ningún momento se da más contexto; el resultado es brillante.
No sabría describir ni el género ni el tono de Friendship. Hay películas cuya incongruencia o inconcreción son un lastre. Esta no es una de ellas.