De profesión famoso
«El artista tiene hoy realmente dos trabajos: creador y famoso. Y si eres bueno solo en lo primero pero en lo segundo flojeas, estás perdido»

El músico C. Tangana. | Europa Press
La semana pasada, el periodista musical británico Simon Reynolds charló con el músico C. Tangana en el Festival de las Ideas. Fue un formato extraño. La moderadora intentó buscar puntos de unión entre ambos personajes, aunque les separaba un abismo. Reynolds ha escrito durante 30 años sobre post-punk, música electrónica, nuestra fascinación con la nostalgia en la música; C. Tangana últimamente solo sabe hablar de flamenco y no me sorprendería que un día anunciara que ha encontrado sus raíces gitanas.
La conversación fue deslavazada. En un momento dado, salió la cuestión del compromiso político de los artistas. Reynolds estaba visiblemente incómodo; Tangana no se mojó mucho. El periodista británico distinguió entre los artistas cuyo compromiso político está en su música y letras y aquellos cuyo compromiso está fuera de su arte, en su activismo. Y señaló casos curiosos. En Reino Unido, la escena de raperos grime, que cogieron el estilo de electrónica garage y lo mezclaron con el hip hop, hablan en sus letras de individualismo, dinero y fama; pero muchos de esos raperos apoyaron al exlíder laborista Jeremy Corbyn, cuyas ideas socialistas no tienen mucho que ver con ese ethos.
«El activismo no es sutil, tiene que ser claro y directo; la música siempre transmite el mensaje de una forma más lateral y menos explícita»
Hay grupos cuyo activismo eclipsa su música. El grupo irlandés Kneecap ha estado en todos los medios en el último año por su activismo pro-palestino (sus miembros han sido injustamente perseguidos judicialmente por sus opiniones), pero su música no es gran cosa: la mayoría de sus fans parece que lo son más por su compromiso político que por su música. Hay otros cuyo activismo no tiene nada que ver con su música. Otro grupo irlandés que está llenando estadios es Fontaines D.C. En sus conciertos hay banderas palestinas y carteles que acusan a Israel de genocidio, pero su música no tiene luego nada que ver.
Está bien que exista esa separación. El buen arte es sutil e irónico (irónico en su sentido artístico, de segundos sentidos, pero también en su concepción rortiana: consciente de su propia contingencia). El activismo no es sutil, tiene que ser claro y directo; la música, por muy sencilla que sea, siempre transmite el mensaje de una forma más lateral y menos explícita. Me gusta mucho un grupo que se llama Godspeed You! Black Emperor, y son muy explícitamente políticos (por volver a Gaza, el título de su último disco es No Title as of 13 February 2024 28,340 Dead, en referencia a los muertos en Gaza hasta la fecha de finalización de su disco), pero su música es puramente instrumental: si no supiera sobre su compromiso político, no lo adivinaría escuchándoles.
Tangana dijo que es legítimo que el público y los fans de un artista le exijan posicionamientos políticos. Él luego hará lo que prefiera. Pero es importante recordar que esos posicionamientos no se le exigen en tanto artista, sino porque es alguien con una plataforma, un altavoz, con capacidad de llegar a mucha gente. Es decir, se le exigen en tanto que famoso. Cuando se le pedía a Rosalía que se posicionara sobre la guerra en Gaza, no se le estaba pidiendo una canción sobre el tema, sino un mensaje aprovechando su fama. El artista tiene hoy (ha sido siempre así, pero ahora más que nunca) realmente dos trabajos: creador y famoso. Y si eres bueno solo en lo primero pero en lo segundo flojeas, estás perdido. Porque en esta época fiscalizamos casi más a los famosos que a los políticos.