Hipócritas y conformistas
«Nos posicionamos a través de la cultura pop, pedimos a nuestros líderes que arrasen con todo y, al mismo tiempo, sospechamos de quienes se salen de la norma»

Detalle de la portada de 'El rugido de nuestro tiempo', de Carlos Granés. | Editorial Taurus
«En la política y las artes han pasado cosas que no hubiéramos creído posibles: mientras los presidentes se convertían en rockstars, trols y performers», escribe Carlos Granés, que acaba de publicar El rugido de nuestro tiempo: Batallas culturales, trifulcas políticas, «los creadores asumían la misión de señalar los males del mundo. Tal vez no haya una paradoja más notoria en el mundo contemporáneo». Los políticos compiten con las figuras del entretenimiento en la economía de la atención: el canal es el mismo. Y los famosos y personajes de la cultura se posicionan políticamente y los fiscalizamos como si los hubiéramos votado en las elecciones: cualquiera con altavoz es responsable o irresponsable de innumerables cosas, desde el genocidio en Gaza al cambio climático.
Esta paradoja coincide con otra fascinante. Políticamente, estamos en una era inconformista. Ganan los líderes antiestablishment, los que quieren romper el tablero y desprecian las normas.
Culturalmente, sin embargo, estamos en una era conformista. Aunque la rebeldía sigue vendiéndose, como ya decían hace 20 años Joseph Heath y Andrew Potter en Rebelarse vende (que estoy seguro influyó mucho a un autor como Carlos Granés), tiene un aire anticuado: lo guay ahora no es formar parte de una subcultura, sino de la cultura pop. Ir en contra del mainstream resulta sospechoso. ¿Es que te crees mejor que los demás?
Como ha escrito el periodista Héctor G. Barnés, «vivimos en un nuevo apogeo de la sospecha […] Cuanto más exigente, intelectual o minoritario es algo, más sospechoso resulta. Cuanto más fácil, banal o mayoritario, menos sospechoso. Hemos llevado nuestras tendencias antiintelectuales hasta un punto en el que leer un libro de Simone de Beauvoir, escuchar un disco de Clairo o ir a una exposición resulta instantáneamente sospechoso. No es ‘natural’, y por lo tanto, solo se puede hacer como una forma de exhibición ante los demás». Es decir: lo que te gusta realmente es Bad Bunny o las películas de Marvel, si vas a la Filmoteca es solo para hacerte el interesante.
«Es una era que rechaza la hipocresía y defiende por encima de todo la autenticidad»
De ahí surge la figura del hombre performativo, un arquetipo de la cultura de internet. Es, como casi todos los memes supuestamente sociológicos, un hombre de paja. Define a un individuo pseudointelectual que escucha artistas femeninas y lee libros de mujeres solo para ligar. ¡Todos conocemos a alguien así! Conozco a más de un hombre heterosexual que, cuando está soltero, lee literatura feminista; cuando se echa novia, en cambio, lee libros de historia sobre la Segunda Guerra Mundial. Pero esta anécdota se vuelve sociología con el meme: si lees en el metro, sugiere esta teoría, es solo para que te miren.
Estamos, entonces, en una era extrañísima en la que nos posicionamos políticamente a través de la cultura pop, pedimos a nuestros líderes políticos que arrasen con todo y, al mismo tiempo, sospechamos de quienes se salen de la norma cultural. Es una era que rechaza la hipocresía y defiende por encima de todo la autenticidad. Es mejor la mediocridad sincera que el intento de originalidad. En el fondo no hay tanta paradoja: estamos en una era cultural y políticamente populista.