La ternura de The Rock
«’The Smashing Machine’, de Benny Safdie, es una película pequeñita de gente muy grande. Es una película tierna sobre individuos cuya profesión es muy violenta»

Dwayne Johnson caracterizado como Mark Kerr, uno de los atletas pioneros en las artes marciales mixtas. | Diamond Films
El cine estadounidense contemporáneo tiene un problema de gigantismo y ombliguismo. El declive del imperio se compensa con intentos de La Gran Película Americana. The Brutalist, de Brady Corbet, tenía esa intención: cuatro horas sobre los fantasmas y sombras del sueño americano. Una batalla tras otra, de Paul Thomas Anderson, aunque más irónica, aspira a algo parecido. Le habla a su época, sirve de psicoanálisis del país, de sus miserias y paranoias. Eso mismo intentaba, de manera mucho más torpe, Eddington, de Ari Aster, sobre todo conocido por sus películas de terror Hereditary y Midsommar: es una radiografía de los EEUU durante la pandemia.
Hay algo ligeramente irritante en la manía estadounidense de buscar la redención a través de la cultura pop. Es una lógica paranoica y ensimismada y provinciana. En Una batalla tras otra suena en más de una ocasión, y se referencia también, el tema de Gil Scott-Heron The revolution will not be televised, la revolución no será televisada. Pero no es verdad. Es justo lo contrario. ¡La salvación llegará a través de la tele! Lo que me recuerda a uno de los mejores tuits que he leído. En original, dice: «Is [pop star] a feminist? Is Mastercard a queer ally? Is this TV show my friend?». ¿Es esta estrella pop feminista? ¿Es Mastercard un aliado queer? ¿Es este programa de televisión mi amigo? ¡La Revolución solo será televisada!
Cuando entré al cine a ver The Smashing Machine, de Benny Safdie, pensé que seguiría esa misma lógica: Gran Película Ambiciosa sobre la Ambición. Al fin y al cabo, es una historia sobre un luchador de lucha libre. Y el hermano del director, Josh, con quien había hecho todas sus películas hasta ahora, va a estrenar una película, Marty Supreme, con Timothée Chalamet, cuya sinopsis dice: «Marty Mauser, un joven con un sueño que nadie respeta, pasa por el infierno de camino hacia la grandeza». El gran arco redentor americano.
The Smashing Machine, en cambio, es una película modesta. No tiene una ambición desmedida. Cuenta la historia del pionero de la lucha libre Mark Kerr, interpretado fabulosamente por Dwayne Johnson (The Rock). Habla de su relación con su mujer, de su amistad con el también luchador Mark Coleman, de su adicción a los opioides. Pero no se excede en ninguna de esas facetas. La tentación estaba ahí: regodearse dramáticamente en la adicción, en las disputas domésticas, en el ego del personaje. Safdie escoge otro enfoque, el de la ternura. Es una película con muchísimos puñetazos y patadas que, sin embargo, en el fondo trata de los cuidados, ese concepto tan manoseado. Es gente enorme y violenta cuidándose mutuamente. Trata, incluso, de la incomunicación en la pareja, de lo frustrante que resulta comprender a los demás y hacerse comprender ante los demás.
«Es una ‘película de peleas’ que no resulta frenética, cuyo ritmo es calmado»
Está llena de paradojas. Es una película pequeñita de gente muy grande. Es una película tierna sobre individuos cuya profesión es muy violenta. Es una película de peleas que no resulta frenética, cuyo ritmo es calmado. Tiene unos colores precisos: está rodada en film, en 65mm. Y la banda sonora de jazz es de la brillante Nala Sinephro (su disco Endlessness es quizá lo que más escuché en 2024), que incluso interpreta el himno americano en el ring con un arpa.
Safdie observa a Dwayne Johnson con fascinación. Si el protagonista fuera una mujer, muchos hablarían de su male gaze. Está obsesionado con su espalda, con sus proporciones, su cuerpo. Es una película muy plástica y visceral y sin embargo muy tierna. Está muy lejos de ser perfecta, pero me gusta que no intenta serlo: quiere ser simplemente buena.