The Objective
Ricardo Dudda

Esta película es muy importante (y muy mala)

«’Valor sentimental’, de Joachim Trier, habla de sentimientos elevados pero no te permite nunca sentirlos. Todo es obvio y está cocinado y re-cocinado»

Al mismo tiempo
Esta película es muy importante (y muy mala)

Fotograma de 'Valor sentimental'.

Hace unos años se popularizó en el entorno conservador la frase «el conservadurismo es el nuevo punk». Punk aquí significaba guay, atractivo. Era una frase como de otra época, una en la que lo guay era realmente la contracultura, en la que el valor de algo se medía por su capacidad de enfrentarse a lo establecido. Hace poco el director de cine Joachim Trier, que se hizo famoso hace unos años por La peor persona del mundo, dijo en una entrevista que «la ternura es el nuevo punk». Más adelante, reivindicó «el cine en escala humana. Necesitamos que los productores entiendan que las personas son los mejores efectos especiales».

Aunque era una rueda de prensa en el Festival de Cine de San Sebastián, sus respuestas estaban dirigidas a una audiencia estadounidense o, en su defecto, culturalmente estadounidense: ¡el cine no es solo Los vengadores! Nada que reprochar a esa actitud, bastante de sentido común. En el fondo estaba replicando el mensaje que lleva años repitiendo Martin Scorsese. Es un mensaje importante especialmente hoy, cuando Netflix intenta comprar Warner Bros. (y, por ende, HBO Max) y sugiere cada vez menos sutilmente que las salas de cine deben morir (porque es lo que el «consumidor» quiere).

Valor sentimental, la nueva y celebrada película de Joachim Trier, es un placebo de cine de autor, europeo, foreign, para espectadores estadounidenses o culturalmente estadounidenses. ¿Quieres sentir algo? Aquí tienes un drama serio. Esto no es una serie de Netflix. ¡Aquí hay arte! Y encima es nórdica. Los protagonistas son creativos. La película empieza con la protagonista sufriendo un ataque de pánico antes de salir al escenario en una obra de teatro (las referencias teatrales de la película son Shakespeare y Chéjov).

El padre es un cineasta venido a menos y padre ausente que quiere hacer su última película con su hija. La madre, recién fallecida, era una psicoanalista. La otra hija es historiadora y descubre que su abuela sufrió torturas en un campo de concentración nazi. Quizá por eso se suicidó tan joven, cuando el padre de ambas tenía siete años. Ese es, en principio, el tema de esa última película que quiere hacer con su hija; ella se niega porque le guarda mucho rencor al padre.

Es un casting perfecto de película europea. (Si insisto en esta categoría tan odiosa y falsa es porque creo que está hecha con esa lógica. Está hecha para competir en los Óscars, y muy posiblemente gane el premio a mejor película extranjera). Pero no tiene mucho que contar. Habla de sentimientos elevados, pero no te permite nunca sentirlos. Todo es obvio y está cocinado y re-cocinado. Carece de misterio, de ambigüedades. Evita las epifanías porque se considera solemne, austera y nórdica, pero se queda en la nada. Parece que el sentimentalismo es solo exceso de sentimientos, y que una peli tan contenida como Valor sentimental no puede caer en el sentimentalismo. Pero no es así. Es una película sentimental y kitsch con carcasa de solemne.

«Es una película íntima construida como algo mucho más grande. Tiene una elevadísima concepción de sí misma»

A veces recuerda a las peores películas de François Ozon o Arnaud Desplechin, sus dramas burgueses y frívolos. Pero incluso esas películas son conscientes de su falta de solemnidad. Valor sentimental, en cambio, es una película íntima construida como algo mucho más grande. Tiene una elevadísima concepción de sí misma. La película se dice a sí misma constantemente (y se lo dice al espectador): «Esto es muy importante y muy serio y muy emocionante». Si luego el espectador puede sentir algo remotamente parecido ya no es su problema.

Al verla pensaba en grandes dramas familiares en los que también está el mundo del arte. Quizá la película más obvia, aunque solo por geografía, sea Sonata de otoño, de Ingmar Bergman. Pero también Viaje a Sils Maria, de Olivier Assayas. En ambas hay una pasión y un misterio que soy incapaz de reconocer en Valor sentimental, que es una receta de arroz blanco con pollo hervido en un plato de diseño.

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