Algunas claves sobre la revolución bielorrusa
«Que la relación entre el Kremlin y Lukashenko no sea muy buena no significa que a Rusia no le importe lo que ocurra en Bielorrusia»
- Ha trascendido a la clase media. No es solo una revuelta de la población urbana y las élites intelectuales, que siempre han rechazado a Lukashenko. Ha habido huelgas de trabajadores de empresas estatales (Bielorrusia es una especie de capitalismo dirigista). Lukashenko fue recibido con gritos de “¡dimisión!” en una fábrica estatal. Si esta transversalidad se mantiene, quizá la violencia cese. Como explica Alexander Baunov en el think tank Carnegie, “los siloviki, o servicios de seguridad, están preparados para dar una buena paliza a jóvenes manifestantes, pero tienen sus dudas al enfrentarse a trabajadores mayores de fábricas que están más cerca de los siloviki en términos de estrato social y visión del mundo”.
- Esto no es una revuelta antirrusa. No es una revolución de una población que exige un giro hacia Occidente y quiere echar a un líder autoritario prorruso, como ocurrió en Ucrania. No es una revolución geopolítica sino doméstica: Lukashenko lleva siendo líder del país desde hace 26 años. Los rusos siempre han visto con cierta condescendencia a los ucranianos, y la guerra en el Donbás y la anexión de Crimea empeoraron la situación. Pero a los bielorrusos los consideran unos hermanos en igualdad. Aunque un nuevo régimen en Bielorrusia pueda dar un giro hacia Occidente, la motivación inicial no era esa (como sí lo fue en Ucrania durante la Revolución Naranja y durante el Euromaidan en 2013-2014).
- La crisis en Bielorrusia no encaja en el guion clásico de la izquierda que no ha superado la Guerra Fría: revuelta de las élites urbanas pro-occidentales apoyadas por EEUU y la UE amenazando la soberanía del país. Esta izquierda se coloca por defecto junto a Rusia, pero quizá antes debería analizar en qué posición está Rusia ahora. Como dice Nicolás de Pedro en la revista Política exterior, “su intento [el de Lukashenko] de maximizar sus ganancias y asegurar la soberanía bielorrusa a costa de bascular sutilmente hacia Occidente en momentos clave ha irritado profundamente al Kremlin. Así, Bielorrusia no ha reconocido formalmente ni las independencias de Osetia del Sur o Abjasia ni la anexión de Crimea”. Y antes de las elecciones Lukashenko detuvo a 33 ciudadanos rusos a los que acusó de fomentar protestas masivas, en un intento de Lukashenko de ejercer su independencia frente a Rusia. No hay nada menos “pro-soberanía” que alguien a favor de Putin, un líder claramente imperialista.
- Como escribe Dmitri Trenin, también en Carnegie, “El Kremlin no está casado con Lukashenko: está harto de él. Pero no puede permitir que Bielorrusia siga el camino de Ucrania y se convierta en otro baluarte antirruso y con inclinaciones pro OTAN en sus fronteras, y además más cerca de Moscú. Y tampoco puede permitir una rebelión que conduzca a un baño de sangre”. Lukashenko puede caer, pero quien lo sustituya tiene que ser de la confianza de Moscú. Como dice un reportaje del Financial Times, a Putin quizá no le importe tanto un gobierno realmente democrático siempre y cuando sus prioridades geopolíticas sigan intactas, es decir, siempre y cuando sea un gobierno prorruso. El problema de una democracia, desde esta perspectiva, es que un día puede ganar un líder prorruso y otro uno antirruso.