Caso Joan Ollé: ¿los Diez Negritos del teatro catalán?
«De repente parecía no haber nadie en el Institut del Teatre a quien Joan Ollé no hubiera intentado agredir, vejar, insultar y/o meter mano»
Con la que está cayendo ahora mismo en Cataluña y en toda España es fácil olvidarse, o no dar quizá toda la importancia que tiene, a un escándalo local, pero no menor, que de momento ya se ha cobrado la cabeza de una gloria de la escena catalana como el director Joan Ollé, apartado con deshonor del Institut del Teatre tras 40 años de docencia; de la directora del Institut, Marga Puyo, y de otra candidata que se postulaba para serlo, Anna Estrada. La próxima cabeza en rodar podría ser la de Jordi Roig, gerente de esta nave nodriza de las artes escénicas catalanas dependiente de la Diputación de Barcelona, a la sazón presidida por la alcaldesa socialista Núria Marín, investigada por la UDEF por su presunta participación en una trama corrupta de desvío de subvenciones en el Consejo Deportivo de su municipio. Marín, y con ella el PSC, gobiernan en la Diputación de Barcelona merced a un controvertido pacto con Junts, el partido de Carles Puigdemont (cuya esposa, Marcela Topor, ha llegado a cobrar de esa misma Diputación 6.000 euros al mes por un programa televisivo semanal en inglés de dos horas…), que son los responsables de Cultura, es decir, los que “mandan” en el Institut del Teatre. Con permiso de ERC, que está que trina con estos pactos entre socialistas y puigdemontistas, que tiene su propia guerra para hacerse con el control de entidades culturales catalanas tan sensibles como el Teatre Lliure o el Institut del Teatre, y que ahora mismo lidera la exigencia de que dimita también el gerente del Institut, Jordi Roig. A quien por cierto hay quien atribuye la condición de “protegido” de Germà Gordó, exgerente de la extinta de CDC, y de su heredero el PDeCat, procesado por el caso del 3 per cent…etc.
¿Significa eso que el caso Joan Ollé es o se reduce a una conspiración política? No necesariamente. Pero al lector inteligente, y el de esta publicación lo es, sin duda le vendrá bien tener en la cabeza todo el contexto posible. Contexto es lo que se nos suele hurtar, y mucho, últimamente. Normal que al final no se entienda nada, o casi nada.
Empecemos por el principio. Hace aproximadamente un mes el diario catalán Ara, buque insignia de la prensa independentista -ahora mismo dividida y alineada en agresivas banderías extraordinariamente letales entre sí, lo que puede venir más o menos al caso, según pronto se verá-, destapó lo que parecía una especie de mezcla de caso Polanski y caso Plácido Domingo en la persona de Joan Ollé, director de escena de largo recorrido y no poco prestigio, acusado nada más y nada menos que de «abusos sexuales, vejaciones, maltratos psicológicos y humillaciones» a decenas de alumnos y alumnas del Institut del Teatre.
El tema cayó como una bomba por la dimensión pública de Ollé y por el súbito estallido de algo que según los denunciantes -por llamarles de algún modo, ya que fueron a la prensa y a manifestarse a las puertas del Institut, pero no a una comisaría de policía ni a los tribunales- había ocurrido durante muchos años, décadas incluso, sin que nada jamás trascendiera ni se supiera. Como suele suceder en estos casos, lo que al principio eran tres o cuatro denuncias aisladas de varias actrices, o aspirantes a actrices, escasamente conocidas, pronto escaló a una espiral mucho más amplia. De repente parecía no haber nadie en el Institut del Teatre a quien Joan Ollé no hubiera intentado agredir, vejar, insultar y/o meter mano. En cabeza de los agraviados se situó en seguida Joel Joan, actor catalán este sí muy conocido, conocido sobre todo por su inequívoca y descarada alineación política con determinadas banderías del separatismo. Joel Joan en concreto no acusaba a Ollé de agresión sexual sino de humillarle psicológicamente. De hacerle sentir más cerca de Fernando Esteso que de Lawrence Olivier, para entendernos. Cómo logró Joan Ollé tal hazaña cuando, según Joel Joan, nunca llegó a contar con él para ningún montaje concreto, es sólo una de las nebulosas que complican la comprensión de este caso.
Pongo a disposición del lector mi propia línea de deducción e investigación. Yo conocí a Joan Ollé en persona en Nueva York, cuando él presentó allí una versión monologada de La plaça del Diamant de Mercè Rodoreda, en inglés y protagonizada por Jessica Lange. Era un espectáculo muy hermoso e impactante de ver. Volvimos a coincidir unos años después en Madrid, cuando Ollé presentó el mismo montaje en el Teatro Español, esta vez en castellano y protagonizado por Lolita Flores. Por la hija de la Faraona, sí. Volvió a ser algo tan hermoso, y tan impactante, que no me avergüenza reconocer que al final del espectáculo yo me desmayé. Perdí el sentido y tuve que ser asistida por Lolita en persona en su camerino, que me iba cortando pedacitos de jengibre fresco para que me recuperara…
Joan Ollé estaba allí y la impresión que saqué fue la de un hombre inteligente y consciente de serlo, talentoso y consciente de serlo, amable y muy educado (conmigo por lo menos), irónico hasta la socarronería, sin duda capaz de incorrecciones políticas de las que a mí me han gustado siempre. Sin ir más lejos, atreverse a plantar cara desde una posición cultural institucional en Cataluña al independentismo, desafiarles en declaraciones públicas y en artículos en la prensa. Reírse de ellos sin ambages. El último que se atrevió a hacerlo, Lluís Pasqual, tuvo que dejar el Teatre Lliure y largarse a vivir a Madrid. De nada sirvió que toda una Rosa Maria Sardà saliera públicamente a defenderle de unas acusaciones muy parecidas a las que ahora se lanzan contra Joan Ollé.
Bien es verdad que la pobre Rosa Maria Sardà se murió, con lo cual ya no puede salir a defender a nadie. Pero nadie más se ha atrevido a tomar su relevo ni ha hecho por Ollé lo que ella hizo por Pasqual. La perturbadora coincidencia de que ambos sean hostiles al régimen que ahora mismo gobierna, si no Cataluña en su conjunto, sí sus instituciones culturales con mano de hierro, que ambos sean lo suficientemente mayores como para que tenga lógica pensar que baste un empujoncito para animarles a irse y a dejar paso, y, sobre todo, sobre todo, que a los dos les hayan acusado más o menos de lo mismo…En fin, si esto fuese una serie de Netflix, podría titularse perfectamente Los Diez Negritos del Teatro Catalán. ¿Irán cayendo uno por uno?
Es que para mayor inri, tanto a Pasqual como a Ollé se les han echado encima acusaciones tan devastadoras como confusas. En el primer bombazo informativo siempre es una mujer, una joven actriz, la que se declara “agredida”, todo el mundo entiende en seguida que sexualmente, con lo cual las alarmas se disparan. A medida que se entra en detalle y en materia, resulta que la “agresión” consistía más bien en pegar cuatro gritos, en llamar “cariño” y/o en hacer comentarios de dudoso gusto, o de gusto vintage para lo que ahora se lleva. También en confraternizar con los alumnos y alumnas fuera de clase, algo que estará mejor o peor, pero que sin duda tiene, o tenía, su predicamento en la bohemia.
La única originalidad del caso Ollé, lo único que es “nuevo”, y que no apareció en el Expediente Pasqual, es que a Joan Ollé se le acusa de acudir a sus clases del Institut bajo los efectos del alcohol. Algo que en su entorno y él mismo reconocen que es o ha sido cierto y que puede haber dado lugar a malentendidos o a situaciones incómodas. Pero que a mí no deja de recordarme la alegría con que los actuales McCarthy catalanes reparten carnets de alcoholismo: a mí misma me acusan con regularidad de acudir borracha a tertulias de TV, lo cual simplemente no es verdad. Por no hablar de que hace sólo un par de décadas y mediaeran muchos los oficios, empezando por el periodismo, donde era habitual ver a gente sentarse a escribir sus crónicas con el gintonic en una mano y el Ducados en la otra. Hasta que primero el alcohol y luego el tabaco fueron proscritos de las redacciones. Si juzgáramos con criterios de ahora a un periodista de hace treinta años, podría verse en una situación análoga a aquella en que se encuentra Joan Ollé. Con quien almorcé la semana pasada, por cierto, y sólo le vi consumir agua mineral y exactamente dos dedos de vino tinto.
Para ir aclarando y terminando: ¿es esto un artículo en defensa de Joan Ollé y contra los que le acusan? No, porque no me corresponde a mí hacerlo, y porque Joan Ollé ya es mayorcito. Acaba de reivindicarse él mismo en este artículo, publicado en El Periódico de Cataluña y significativamente titulado “En Defensa Propia”. Una cita de mossèn Cinto Verdaguer cuando éste cayó en desgracia con su protector el marqués de Comillas y con la misma curia, que le apartó y arrinconó, acusado, entre otras cosas, de celebrar exorcismos…El tiempo dirá si Lluís Pascual y Joan Ollé eran o no eran culpables de lo que se les acusa. O si son dos de diez negritos, el principio de una sibilina limpieza étnica de la cultura catalana. Quiero creer que vivimos más o menos en democracia, que esto es un país casi libre, y que mecanismos hay para limpiar el honor de cualquiera, incluso en la Catalunya del procés.
Pero que se nos olvide tener en cuenta lo siguiente: tanto el caso Pasqual como el caso Ollé han provocado terremotos muy oportunistas en instituciones catalanas estratégicas, el Teatre Lliure y el Institut del Teatre, donde Junts y ERC parecen estar replicando el cruento juego de tronos con el que ya se encarnizan estos días en el Parlament. Llama la atención y preocupa que Joan Ollé, con la supuesta gravedad extrema de lo que de él se dice, no esté ahora mismo defendiéndose en los tribunales de justicia ordinaria, con luz y taquígrafos, sino ante un tribunal interno de la Diputación de Barcelona, en aplicación de un íntimo protocolo del mismo Institut del Teatre (que incluye buzones para denuncias anónimas…), que implementó en su día la ya caída directora del Institut del Teatre, Marga Buyo, y al que durante largos años no se había acogido nadie. De repente van en tromba y, no contentos con el cese automático y fulminante de todos los profesores denunciados (internamente, insisto), unos consigue la dimisión de esta directora, y otros piden la del gerente. ¿Waterloo contra la plaça Sant Jaume, la batalla casi final?
Veremos. Pero de eso se trata, de ver. De mirar. De estar muy atentos. Los representantes de Ciutadans en la Diputación de Barcelona han hecho la razonable petición de que temas tan graves no se solventen en oscuros comités internos sino a la luz del día y de los tribunales, y que, si a los tribunales se llega, que la Diputación se persone como acusación particular. Que al parecer existe el compromiso de hacerlo, pero por ahora, como se suele decir en Cataluña, el més calent és a l’aigüera.
Es importante que la sociedad evolucione y sea capaz de matizar y corregir sus indulgencias. También sus neopuritanismos. Ojo con permitir que baste acusar a alguien oscuramente de “agresión” -sin que al final quede claro si te han metido la mano en el culo o el dedo en el ojo- para desatar linchamientos fulminantes e irreversibles, no digamos para ir cazando uno por uno a cualquiera que incomode a determinada famiglia política o cultural. Ni impunidad, ni cobardía de mirar para otro lado. Porque si esto son los Diez Negritos…¿quién será el próximo? ¿O la próxima?