IRÁNe Montero
«El silencio de la ministra de Igualdad ante las protestas de las mujeres iraníes contra la imposición del velo islámico es hipocresía y sumisión»
El silencio no habla, pero transmite. A veces serenidad y prudencia, otras, timidez o incluso reprobación. Lo que comunica el mutismo institucional ante las protestas de las mujeres iraníes contra la imposición del velo islámico es hipocresía y sumisión.
El caso español es especialmente sangrante, pues contamos con un ministerio dotado presupuestariamente con más de 500 millones de euros que, supuestamente, se dedica al activismo feminista. Ni un solo comentario o declaración han proferido la ministra o sus condiscípulas sobre las valientes que se enfrentan al régimen de terror iraní reivindicando las libertades y derechos que se les niegan por su condición de féminas.
Algunos me dirán que poco o nada pintan Montero y su corte opinando sobre hechos y sucesos que acaecen en terceros países. Sería una buena forma de ayudarlas a escurrir el bulto si no fuese porque la hemeroteca de las susodichas está plagada de afectadas declaraciones en relación con temas que sólo atañían a mujeres de allende los mares. Por ejemplo, sobre la sentencia del Tribunal Supremo de los EE UU que declaró que el aborto no es un derecho constitucional y, por lo tanto, su regulación compete a cada uno de los Estados, doña Irene escribió un indignado y ofendido tweet a los pocos minutos de conocerse la noticia: «Es un día muy triste para las mujeres en todo el mundo. El Supremo de EE UU revoca un derecho que las mujeres tenían garantizado desde 1973, poniendo en riesgo los derechos reproductivos y la salud sexual de millones de mujeres».
Pero sobre las protestas provocadas por la muerte de Mahsa Amini a manos de la policía de la moral iraní tras ser detenida por no llevar correctamente puesto el velo no ha escrito ni ha dicho nada. Ni Irene, ni su secretaria de Estado, ni ninguna de sus amigas y aliados feministas de la izquierda han tenido a bien pronunciarse sobre el asesinato de la desdichada iraní o el encarcelamiento de otras tantas por conductas como bailar en público o mostrar su cabello.
Ninguna sorpresa, por otra parte. El año pasado, tras la toma de Kabul por los talibanes, la ministra ya demostró su mezquindad afirmando que «en todos los países se oprime a las mujeres», equiparando de esta manera tan vergonzosa la violencia que sufren las mujeres afganas con la de las españolas.
«Tanta victimización por razón de género y cuando dan con una discriminación de verdad, miran impúdicamente hacia otro lado»
La beligerancia con la que se expresan nuestras autoproclamadas feministas patrias respecto al depauperado machismo occidental, se diluye cual azucarillo y se transforma en benevolencia cuando enfrentan al patriarcado islámico. Las mismas que proponen punitivizar los piropos e incluyen en su catálogo de violencias machistas cosas como las miradas insinuantes, subvencionan desde las instituciones, sin pudor, el uso del velo islámico y lo tildan de prenda que empodera y promueve la diversidad. Tanta victimización por razón de género y cuando dan con una discriminación de verdad, miran impúdicamente hacia otro lado.
Uno podría llegar a pensar que son bobas, unas mendrugas seducidas por la multiculturalidad. Pero no se engañen, porque ni Irene ni los de su comitiva son tontos ni profesan el islam: son fanáticos anticapitalistas, comunistas de nuevo cuño que recurren al pretexto del feminismo para crear enfrentamiento y fractura social. El maltrato y el machismo les importan un bledo, porque las mujeres somos un instrumento más para combatir al malvado capital.
Lo atracción que el marxismo siente por los regímenes islamistas viene de lejos. No en vano la izquierda colaboró en aupar al poder a Jomeini en Irán. El islamismo era una bandera contra el imperialismo americano que había que agitar y siguen agitando. Todo ello sin desdeñar las profundas pulsiones antisemitas que los admiradores del estalinismo comparten no sólo con los adoradores de la esvástica nazi, sino también con buena parte del mundo musulmán. Los intereses compartidos crean extraños compañeros de cama, ya ven.
Sentado lo anterior, comprenderán también por qué el dinero iraní financiaba a la productora vinculada a Pablo Iglesias, exvicepresidente y pareja de la ministra Montero, cuyos programas se emitían en la televisión sufragada por los ayatolás. Él mismo lo explicó en unas charlas organizadas en 2013 por las juventudes comunistas:
«Las vicisitudes de las iraníes les dan lo mismo. El feminismo es una coartada para alcanzar la ansiada abolición del capitalismo»
«Mucha gente puede decir: pero vosotros, si sois de izquierdas, por qué aceptáis hacer un programa para un gobierno como el de Irán, que es una teocracia, que no podéis estar de acuerdo con Irán. O ¿aceptaréis hacer algo para una televisión financiada por el gobierno de Putin…? Es como pues… Mira, la geopolítica es así y no vamos a ser los únicos imbéciles que no hagamos política cuando todo el mundo hace política».
Lo dicho, que lo mismo les da que les da lo mismo las vicisitudes que enfrenten las mujeres iraníes, rusas, afganas o españolas. El feminismo es una coartada y las mujeres un instrumento para alcanzar la ansiada abolición del capitalismo y proclamar, por fin, la dictadura del proletariado. Pero la revolución no es gratis, alguien la tiene que costear. Y si ésos son los fundamentalistas islámicos, sea. Y si hay que cabalgar contradicciones, se cabalgan. Jamás han puesto reparo en que el fin justifique los medios, forma parte de su ADN marxista.
Además, y para ser justos, no son sólo esta caterva de hipócritas los que se han dedicado a promocionar en Occidente algo tan abominable como el velo islámico en pos de la multiculturalidad y la inclusividad. Toda la socialdemocracia europea lo ha hecho. El año pasado, una campaña del Consejo de Europa proclamaba que «la belleza estaba en la diversidad como la libertad en el hijab». Ojo, que son los mismos que respaldan con sus informes a los independentistas catalanes en sus intentos por desprestigiar internacionalmente a la justicia española. Menuda banda de mamarrachos.
En lo que a mí respecta, el silencio del Ministerio de Igualdad ante la lucha de las iraníes no me representa en absoluto. Que por mi boca hablen las bravas persas que claman libertad mientras agitan al viento los infames velos que han retirado de su cabeza y rostros como paso previo a lanzarlos a la hoguera. Que mis palabras sean la de Masih Alinejad, amenazada de muerte por defender su libertad y la de sus compatriotas frente a quienes, imponiéndoles el hijab, las privan de su dignidad y las reducen a una posesión más del varón. Éste es el feminismo por el que merece la pena luchar, el feminismo en el que yo creo, el que nos hace iguales ante la ley.