THE OBJECTIVE
Ricardo Dudda

Contra el feminismo punitivo

«El populismo punitivo es peligroso e innecesario. España tiene una de las tasas de criminalidad más bajas de Europa. Sin embargo, nuestras tasas de encarcelamiento son de las más altas»

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Contra el feminismo punitivo

Javier Lizón | EFE

Hay un feminismo que piensa que la solución al machismo está en el Código Penal. Es un feminismo punitivo que considera que unas leyes más duras tienen siempre un efecto ejemplarizante y que las actitudes morales o culturales se cambian a través del BOE. (Como declaró una de las juristas que han elaborado la nueva Ley de Libertad Sexual, «el Código Penal no tiene solo una función punitiva, sino educativa: traslada un mensaje a la sociedad de lo que se considera intolerable»).

Históricamente, la izquierda ha asumido la defensa de la reinserción y la crítica a medidas como la cadena perpetua, mientras que la derecha ha sido más punitiva. Hoy vemos una izquierda punitiva en cuestiones como los delitos sexuales, por ejemplo. El gobierno de PSOE y Unidas Podemos no ha abolido todavía la prisión permanente revisable ni la ley mordaza, dos ejemplos de populismo punitivo.

La promesa de más seguridad del feminismo punitivo, como escribe Nuria Alabao, se realiza a partir de «una visión esencialista de los hombres como depredadores sexuales y de las mujeres como seres débiles siempre necesitadas de protección». Para Alabao, hay soluciones alternativas al endurecimiento de las penas: mejorar el acceso a renta y vivienda de las víctimas, es decir, poner «el foco en las condiciones de vida que impiden salir de estas situaciones y aumentan la dependencia de los hombres» (algo en lo que avanza la nueva Ley de Libertad Sexual). Y sobre todo reconocer que «apelar al sistema penal tiene impactos negativos en las personas más desfavorecidas –racializadas y migrantes– y en la clase trabajadora en general».

El populismo punitivo es peligroso e innecesario. España tiene una de las tasas de criminalidad más bajas de Europa. Sin embargo, nuestras tasas de encarcelamiento son de las más altas, y «la estancia media de nuestros internos en las prisiones españolas duplica, a veces triplica, a la de la mayoría de nuestros vecinos de Europa occidental».

En general, sin tener en cuenta el delito, las mayores penas solo aumentan la sensación ficticia de seguridad o sacian un deseo de venganza. Como ha escrito Mercedes Gallizo, que fue directora general de Instituciones Penitenciarias entre 2004 y 2011, «el endurecimiento del Código Penal se presenta como una fórmula para incrementar la seguridad, pero es fácil comprobar que estas medidas nada tienen que ver con la comisión o no de nuevos delitos, con la seguridad ni con la prevención».

Los intentos de «ejemplarizar» a través del Código Penal suelen fracasar. A menudo el endurecimiento de las penas responde a la presión social. Los casos más mediáticos o politizados provocan distorsiones peligrosas. Transmiten una sensación de alarma que a veces no se corresponde con la realidad. Y también activan un deseo de venganza: la pena que paga un asesino o violador siempre será insuficiente a ojos de la sociedad. Pero como dice Gallizo, «quien comete un delito terrible no deja de hacerlo si la condena prevista es de 30 años o de 40 o de toda la vida».

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