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Arman Basurto

Del desprecio a Madrid

«¿Traerá la gentrificación de los barrios del viejo centro una visión sofisticada del casticismo? No es sencillo anticipar una respuesta»

Zibaldone
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Del desprecio a Madrid

Ferran Fusalba Roselló | Unsplash

Una de las manifestaciones más viscerales del auto odio con el que nos obsequiamos a menudo los españoles es el desprecio a Madrid. Pocas capitales reciben más críticas por no estar supuestamente a la altura de su propio país que la villa y corte. A los habituales lamentos por su falta de planificación urbanística (y a la alargada sombra de París) se une el cliché de que Madrid no es más que un enorme ‘poblachón manchego’, tal y como si los cinco siglos de corte no hubiesen realzado ni conferido un ápice de esplendor a la segunda metrópoli de la Unión Europea.

¿Qué es lo que ‘falla’, a ojos de tantos, en Madrid? Hay más respuestas que españoles a esta pregunta, y apuntan a cuestiones dispares como la ausencia de un monumento que encarne los valores de la ciudad y los proyecte al exterior (al modo de la Torre Eiffel o la Estatua de la Libertad) o la vieja noción de Madrid como distrito funcionarial y paramo cultural, donde la capa de pintura gris solo empezó a descascarillarse con el desenfreno de la movida. No creo estar desvelando ningún secreto al decir que cualquier elogio de la capital siempre ha venido acompañado de una cierta condescendencia por parte de la fanfarronería bilbaína y la suficiencia barcelonina.

Si preguntan por mi respuesta, les diré que, a mi juicio, pocas ciudades tienen tan segregadas las distintas piezas que componen su idiosincrasia, y que eso dificulta que Madrid se proyecte con una imagen reconocible. En el centro de Madrid, el Eje Prado-Recoletos es un muro que separa dos personalidades muy diferenciadas: el Madrid de los Austrias (con todo lo que arrastra) y los barrios acomodados trazados en los siglos XIX y XX. Cruzar ese bulevar que en otro tiempo fue frontera entre la ciudad y los campos va mucho más allá de cambiar de barrio, y supone un salto temporal y cultural que no se replica al entrar en los cascos antiguos de otras grandes ciudades. A quien salga de las rectas avenidas del barrio de Salamanca y recale en las calles que rodean a la Plaza de las Comendadoras no le resultará difícil empatizar con los desvelos de Esquilache, o pensar en lo sencillo que tuvo que ser cargarse a Juan de Escobedo con tanto pasaje angosto. Por eso, para quienes llegan de todas partes de España a trabajar en las oficinas del norte y vivir en barrios como Chamberí o Chamartín, es sencillo obviar que Madrid es una ciudad profundamente castellana, y desdeñar su esencia castiza. Hablamos, en fin, de dos identidades que se dan la espalda, y solo en zonas muy concretas —como la hermosa Plaza de París— la síntesis entre ambas realidades parece factible.

Todo ello explica de alguna manera que a la pregunta de si Madrid tiene una imagen exterior se añada la sempiterna cuestión de si los elementos que conforman el Madrid castizo pueden llegar a ser asociados con valores como la elegancia y el estilo, claves en la construcción de la imagen de cualquier capital europea moderna. El chic, que dirían los franceses. En pocas palabras: ¿puede algo ser castizo y sofisticado al mismo tiempo? La pregunta es muy vieja, pero tal vez el auge económico de la capital pueda contribuir a despejarla.

Hace algunas semanas circuló por las redes la celebrada instantánea en la que la modelo (y parisina a tiempo parcial) Inés Sastre celebraba su regreso a Madrid posando frente a un plato de cocido. De hecho, ella no es la única que parece haber descubierto el potencial estético de los garbanzos y la bandeja con carne y tocino en los últimos días. En el video de ‘Comerte entera’, el nuevo single de C. Tangana, este extrae los elementos del Madrid más castizo y los presenta en un formato y bajo unos códigos estéticos que podrían hacerlo pasar por una de las últimas campañas publicitarias de El Corte Inglés. La canción no participa de esto (es, a fin de cuentas, una colaboración con Toquinho, leyenda brasileña de la bossa nova) pero el influjo del casticismo en el vídeo que protagoniza la actriz Bárbara Lennie es notable.

El clip musical es una constelación de todos los elementos de ese Madrid de copa y puro que genera una nostalgia instantánea incluso a quienes no hemos crecido allí. Del restaurante con paredes cubiertas de madera y manteles blancos de tela a los trajes cruzados con botonadura y ribetes dorados de los camareros (que recuerdan, por cierto, a los que visten los ujieres del Congreso), todo parece estar dispuesto para demostrar que la ciudad que querían dejar los modernos de la Transición albergaba un potencial estético que se lleva obviando décadas. En la portada del sencillo figura una mujer con un elegante abrigo consultando su teléfono móvil, mientras en la mesa en la que se halla sentada se disponen los distintos platos del cocido como en un bodegón. Bárbara Lennie no es Inés Sastre, pero podría serlo perfectamente.

Es harto improbable, de cualquier modo, que tras el vídeo de Tangana se esconda una voluntad arrogante de terminar lo que Goya empezó. No creo que exista en él una voluntad deliberada de limpiar, fijar y dar esplendor; sino más bien de elaborar un panóptico de la ciudad en torno a la cual ha construido su alter ego. Y eso, en una capital en la que cada vez abundan más los petimetres de clase media surgidos al calor de las privatizaciones, supone todo un soplo de aire fresco.

Del majismo dieciochesco a las veleidades populacheras de Esperanza Aguirre y las marquesas más mediáticas del régimen del 78, han sido numerosísimas las aproximaciones al Madrid más auténtico por parte de figuras de rancio abolengo o imbuidas de cierto poder. De la misma forma que hubo una élite española refractaria a manifestaciones culturales como el flamenco (y de la que el tablao ochentero de Mario Conde fue su reverso esperpéntico), también ha habido quien ha buscado envolverse del casticismo, ya fuese por afición o por mero interés.  Siempre pervivió en los espectadores, sin embargo, la sensación de que aquellos ejercicios eran una aproximación a algo ajeno. Excursiones de ida y vuelta. Salvo en casos puntuales como la tauromaquia, los intentos de maridaje arrojaron resultados paupérrimos.

Durante los años de la movida, fueron muchas las canciones o películas que trazaron un retrato de la vida en el centro histórico de Madrid, pero casi todas volvían su mirada a los colectivos oprimidos, los delincuentes de poca monta y la marginalidad en un sentido amplio. Almodóvar basó gran parte de sus películas ochenteras en las calles del Madrid de los Austrias, cierto, pero a la hora de caracterizar a los personajes acomodados de ‘Mujeres al borde de un ataque de nervios’ tuvo el tino de mandarlos a vivir a las calles Almagro y Montalbán. En la Madrid de 2020, sin embargo, hubiera sido del todo creíble que una exitosa profesional de los medios —como el personaje encarnado por Carmen Maura— viviese en Chueca o Malasaña.

¿Traerá la gentrificación de los barrios del viejo centro una visión sofisticada del casticismo? No es sencillo anticipar una respuesta. Puede que el desdén con la élite nacional contemplaba los aspectos más desmedidos de la idiosincrasia madrileña se esté diluyendo, pero es pronto para asegurarlo. Queda por ver si la tendencia se mantiene, y los Tangana, Palomo Spain (con su estupenda colección basada en los días de caza de los Habsburgo españoles) y demás nombres ilustres de la nueva generación de artistas perseveren en la lucha por sacar al casticismo del terreno de los estereotipos, y de una degradación mayor que la que padecen las calles que rodean la Puerta del Sol.

Hablemos de la gentrificación cultural.

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