Desmontando a Podemos: de la revolución a la ejecución
«Fundaron Podemos para representar la queja ciudadana contra el sistema corrupto y degenerado, y para llegar al poder político, académico y editorial en el menor tiempo posible»
A finales del siglo XVIII, el conde de Mirabeau envió unas cartas secretas al rey de Francia, Luis XVI. En sus misivas aconsejaba al monarca no dejarse guiar por las apariencias y ahondar en la comprensión de un fenómeno que cambiaría la política europea. La Revolución Francesa, sostenía el conde de Mirabeau, no pretendía derrocar la monarquía, sino todo lo contrario. Su proyecto era recuperar la pureza del Estado y el orden, alejando a la aristocracia corrupta de Versalles. El rey ignoró esos consejos; se enfrentó a la masa y perdió la cabeza.
Este episodio sirve para comprender lo que Tocqueville resumiría años después: no es suficiente comprender la revolución, sino que hace falta saber conducirla. Y eso es exactamente lo que Pablo Iglesias, el rey de los indignados, ha intentado hacer a lo largo de los cinco y medio años de vida Podemos, pero con resultados ambivalentes.
La gran habilidad de Iglesias y de su grupo de amigos, entre los cuales destaca Tania Sánchez, fue comprender el hastío generado por la crisis.
Desde el mayo de 2011, cuando miles de personas se reunieron en la Puerta del Sol, los activistas que formarán la cúpula del partido eran simples estudiantes e investigadores universitarios con una pasión por la táctica y las reuniones bañadas con cerveza en la sierra madrileña y el interior de Cataluña. La organización, sobre todo mediática, del fenómeno Podemos, es esencial en su eclosión. Hay elementos que en España se dan por originales, pero que no lo son. La famosa papeleta con el rostro de Iglesias de 2014, por ejemplo. La plurinacionalidad, copiada de Bolivia. El Sí se puede, producto del marketing de Obama. Y, más en general, su estilo de comunicación, heredado del primer populismo europeo del siglo XXI, que fue, nada más y nada menos, el de Silvio Berlusconi.
La gran habilidad de Iglesias y de su grupo de amigos, entre los cuales destaca Tania Sánchez, fue comprender el hastío generado por la crisis. Fundaron Podemos para representar la queja ciudadana contra el sistema corrupto y degenerado, y para llegar al poder político, académico y editorial en el menor tiempo posible. Esta era la consigna. Para ejecutarlo entendieron el peso de las redes y de la televisión. Apoyados por medios como La Sexta echaron gasolina en la búsqueda de culpables externos por la crisis: la política, el mercado, la Transición. Hicieron del victimismo la clave de su éxito. Pero siempre con un objetivo: la ocupación de parcelas de poder.
A lo largo de todo el pasado 2019, Pablo Iglesias ha ahondado en esa idea. La razón es simple. El partido ya no existe. No hay círculos ni militancia activa, ambas aplastadas por un estalinismo que se ha impuesto en el movimiento de “los de abajo”. Y la única supervivencia del proyecto es desde el Ejecutivo. La parte programática, fluctuante como el rumbo de Podemos, se moldea en función de los intereses de una organización secularizada. Ya casi cómica, si se piensa a la carta de Iglesias hablando ahora de que el cielo se toma “con perseverancia” y no “por asalto”. Habrá que preguntarse qué era el cielo. Si un proyecto de cambio político nacional o una escalada personal al paraíso del mundo burgués, tal y como hace Aquí mando yo: historia íntima de Podemos, que la Esfera de los libros ha publicado hace pocos días y que explica la caída de los intocables: dirigentes dispuestos a criticar a todos sus adversarios y no conceder nada a quienes lideraron la Transición, pero que ahora hacen campaña leyendo la Constitución.
La historia íntima de Podemos permite, por otro lado, hacer algunas previsiones sobre cómo será el paso de la revolución a la ejecución del proyecto político de Iglesias una vez en el poder. Para comprender a fondo el fenómeno Podemos hay que mirar en sus entrañas. Saber cómo piensan y actúan sus protagonistas. Y concluir que, al menos en una primera etapa, Podemos no representará un gran problema para Sánchez.
La historia enseña que en los pactos entre la izquierda moderada y la radical, quien gana es la radical, que fagocita a la otra parte.
No hay nadie más fiel al sistema que quien entra y disfruta de él. Andreotti lo resumió con su máxima, que reza que “el poder desgasta a quien no lo tiene”. Aun así, la alianza difícilmente llegará hasta el final de la legislatura. La historia enseña que en los pactos entre la izquierda moderada y la radical, quien gana es la radical, que fagocita a la otra parte. Es ley de vida, se podría decir. Sánchez lo ignora, pero Alfonso Guerra y Felipe González sí lo tenían claro cuando en los setenta explicaban en la Escuela de Verano socialista que pactar con Carrillo equivaldría a matar al PSOE.
El verdadero problema para Podemos llegará, no obstante, en las cuestiones moral y nacional. El caso polémico de sobrecostes y de posible financiación inflada podría romper definitivamente la imagen de “santidad laica” de la cúpula del partido. Lo apuntaba en El Mundo el politólogo Jorge del Palacio, recordando cómo en España esta atípica santidad acaba a menudo en caídas estremecedoras (Pablo Iglesias como el Ícaro español, decía Federico Jiménez Losantos). La segunda clave sobre el futuro de Podemos –y también de este país– será Cataluña. No sabemos qué hará el último político inspirado en la enseñanza de Lenin. Porque si en el ámbito económico ya no pide la luna, en su periplo ha demostrado carecer de un proyecto nacional. Ha preferido acercarse a las élites nacionalistas que al pueblo. La revolución del 15-M, que era centralizadora y no centrifuga, no ha sido comprendida ni conducida, como planteaba Tocqueville. De allí el nacimiento de Vox.
Así que a Iglesias y Podemos les queda otra encrucijada por delante. Si logra escaparse de la cuestión moral (¿cómo puede seguir Iglesias al mando de un partido en el que sus cargos intermedios apuntan a casos de corrupción o ilegalidades en la financiación?), tendrá que enfrentarse a la cuestión nacional. Maquiavelo escribía que para el Príncipe es tan importante la Fortuna como su habilidad estratégica. Tras dos fracasos electorales, Iglesias ha tenido la suerte de encontrar a Sánchez, un inédito líder de la socialdemocracia que ha decidido brindar a su enemigo histórico una segunda oportunidad. Pero deberá afrontar sus fantasmas.
Si Podemos logra sortear la cuestión moral y recupera la bandera española que abandonó tras el 15-M y promueve una regeneración nacional que pasa por el pleno reconocimiento de España como democracia, habrá aprovechado la ocasión. Si, en cambio, tal y como aparece, insiste en el callejón del referéndum de autodeterminación y las concesiones al nacionalismo antisolidario, de él quedarán cenizas. Al igual que Sánchez, será recordado como la última pesadilla de una izquierda anómala e ignorante entregada al nacionalismo, que, como siempre hace, niega la libertad e igualdad de sus ciudadanos.