THE OBJECTIVE
Fernando Savater

Progresismo obligatorio

«La mayor amenaza a las democracias europeas no es la ‘ola de ultraderecha’ sino que la ideología ‘progresista’ se convierta en la sopa boba obligatoria»

Despierta y lee
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Progresismo obligatorio

Ilustración de Alejandra Svriz.

Cuando Giorgia Meloni ganó las elecciones en Italia, en nuestros lares tuvimos una crisis declamatoria de desesperación política de lo más vistoso. Era la caída del Imperio Romano, los bárbaros abrevaban sus caballos en el Tíber, una de las grandes democracias europeas había dejado de serlo… Yo por entonces aún escribía en El País, donde los rebuznos eran como de costumbre más solemnes, y publiqué una columna aventurando que si por el momento España iba sobreviviendo al Gobierno de Sánchez y sus aliados comunistas y separatistas seguramente la impermeable Italia saldría con bien de la aventura melonita. Me cayó no la del pulpo sino la del Kraken: que cómo me atrevía a comparar un gobierno progresista como el nuestro a uno de extrema derecha, que los ultras (siempre de derechas) eran incompatibles con la democracia y querían acabar con las conquistas sociales que con tanto esfuerzo se habían conseguido, que si Gramsci en la cárcel, que si Piketty en la universidad…

A día de hoy la señora Meloni se ha hecho una cierta reputación de política pragmática y bastante eficaz, cuya gestión para reducir la inmigración indeseable (objetivo que sólo algunos orates buenistas menosprecian) tiene ya alumnos tan aplicados como el primer ministro inglés Keith Starmer, mientras que nuestros líderes tanto del Gobierno como de la oposición hacen cola para entrevistarse con ella respetuosamente. Cómo, pero no decían…pues ya ve usted. Si ahora nos dieran a elegir a los ciudadanos españoles entre Giorgia Meloni y Yolanda Díaz, se inclinarían por la italiana casi todos salvo los que no dieran importancia a su ciudadanía (concepto burgués) o su españolidad (vicio eminentemente facha).

Y ahora lo de Francia. Reconozco que tengo simpatía y cierto respeto por el presidente Macron. Si me preguntasen a qué gobernante europeo me llevaría a una isla desierta, daría su nombre tras algunos mohínes (a otros muchos los llevaría también pero para abandonarlos allí sin agua ni provisiones). Macron convocó casi por sorpresa elecciones legislativas tras su relativo fracaso en las europeas. Cundió entre la izquierda el miedo a que ganase Reagrupamiento Nacional, el partido liderado por Marine Le Pen y con Jordan Bardella como candidato a primer ministro.

Pero los vencedores finalmente en la segunda vuelta fueron los integrantes del Nuevo Frente Popular, amalgama poco cordial entre comunistas, socialistas, verdes y la Francia Insumisa de Mélenchon. Como éstos no se pusieron de acuerdo en un candidato a primer ministro, Macron ha designado finalmente para el cargo a Michel Barnier, del partido minoritario Los Republicanos, y después de muchas consultas ha formado un gobierno con miembros de su partido, centristas y un solo representante de la «izquierda diversa», pero ninguno del Nuevo Frente Popular, que no ha querido entrar en el juego para mejor poder luego protestar por no estar en él. Tampoco se ha incluido a nadie de la extrema derecha lepenista.

No puedo juzgar el acierto de estos nombramientos, aunque tengo la mejor impresión de Michel Barnier, un político veterano y moderado que se distinguió en la negociación del Brexit. Pero lo que me resulta chocante es el tono ofendido con el que gran parte de prensa ha subrayado que se trata de un Ejecutivo «muy conservador», el «menos progresista» de no sé cuántos años. Bueno ¿y qué? Mélenchon y otros izquierdistas (la mayoría de los cuales por cierto se hubieran horrorizado si viesen a Mélenchon primer ministro) han protestado incluso en la calle porque Macron no ha elegido a alguien claramente de izquierdas para encabezar el Gobierno.

«Macron desconfía de quien va en una coalición con Mélenchon tanto como de quien va con Marine Le Pen»

Después de todo han ganado las elecciones o sea que es lo que Francia quería… Pues no, el Nuevo Frente Nacional ha sido el partido más votado, pero los franceses no se han decantado por la izquierda ni mucho menos por la izquierda radical: el Frente ha obtenido 182 escaños, pero Ensemble (el partido de Macron) con 168, la Agrupación Nacional lepenista con 143 y Los Republicanos con 45, por no hablar de grupos menores, suman bastantes más. Si se trata de respetar «lo que quieren los franceses» (una fórmula bastante engañosa) el panorama general es más favorable a la derecha y el centro derecha. Macron ha optado por estos últimos, evitando radicalismos, y tenía razones para hacerlo: desconfía de quien va en una coalición con Mélenchon tanto como de quien va con Marine Le Pen.

Uno de los nombramientos más polémicos es el ministro del Interior, Bruno Retailleau. Es un católico practicante (¿es éso un escándalo en Francia? ¿Sería menos sospechoso si fuese musulmán?), contrario a incluir el derecho al aborto en la Constitución (lo que en mi modesta opinión de no católico es una muestra de sentido común), que tiene como prioridades restablecer el orden, no tolerar las manifestaciones de odio o denigramiento contra las fuerzas que deben asegurarlo, y acabar con la inmigración descontrolada. Francamente, oigo todos los días proyectos más alarmantes y declaraciones menos democráticas. Lo verdaderamente alarmante respecto a la Europa en que vivimos es que tal perfil político sea resaltado casi como una amenaza al sistema de nuestras libertades.

Vamos a ver: amenazas para las democracias europeas hay bastantes, pero la mayor no es la «ola de ultraderecha» que fascina a los surfistas de la izquierda lerda sino que la ideología «progresista» se convierta en la sopa boba obligatoria de quien no quiera ser cancelado por la policía moral de la ortodoxia ideológica. Y eso, léanme los labios: ni hablar.

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